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Voto de Antonio Morales:
4
Comedia Nino y Bruno son dos famosos humoristas de los años setenta que, a lo largo de los años, han ido forjando un odio mutuo que, en parte, ha sido la base sobre la que han cimentado su éxito. Una gala de Nochevieja en televisión, que supondrá el final para el dúo, es el momento a partir del cual la historia se remonta a sus orígenes. (FILMAFFINITY)
7 de agosto de 2016
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
A principios de los noventa Alex De la Iglesia irrumpió en el panorama cinematográfico español apadrinando un modelo de cine gamberro y de humor transgresor. Sus fuentes de inspiración procedían de los medios de masas, oficiando de padrino el provocador Almodóvar que le financió “Acción mutante”, interesante película que diseñaba unos universos peculiares que propiciaban en paralelo una lectura indirectamente alegórica sobre la sociedad del momento. Después llegaría ”El día de la bestia”, película más elaborada que respondía a esa filosofía. Saboreando las mieles del triunfo, Alex jugó en “Perdita Durango” a ser un director de Hollywood en una “road movie” tan atípica como fallida.

En “Muertos de risa” vuelve a caminos trillados apoyándose en dos fetiches de la galaxia mediática española. La operación comercial no parecía mala idea, pero la pregunta era… ¿recuperará Alex su pulso creativo? El film tiene, cuando menos, dos niveles de lectura. Por un lado una comedia disparatada, deliberadamente excesiva, que navega entre lo grotesco y lo esperpéntico, entre lo irónico y lo patético. Es la historia de Nino y Bruno (Santiago Segura y Gran Wyoming) que se conocieron en la Andalucía profunda, en un puticlub de mala muerte, donde las iras de unos legionarios los unió para siempre… Un cazatalentos (Alex Angulo) los subió a un escenario y descubrieron cómo las bofetadas que le propinaba Bruno a Nino, ejercían un extraña atracción en el público.

La pareja más popular del país, sobre todo, después de salir en el “Un,Dos, Tres…” de Chicho. Pero tras el telón del éxito se esconde una rivalidad, una corriente de odio recíproco que iría carcomiendo esas personalidades narcisistas hasta la paranoia más delirante. Buena parte de los espectadores podrán nadar por esas aguas de superficie asegurándoles ingeniosa diversión. Pero existe otra lectura, en mi opinión, que es la que otorga profundidad e interés a este “divertimento sangriento”, que subyace como una crónica despiadada y negra de un circo mediático que vivía aquella sociedad de la transición democrática, una reflexión de nuestra idiosincrasia como pueblo.

Tras décadas de visiones aparentemente progres en lo ideológico, pero profundamente reaccionario en lo estético, nuestra Historia es recuperada para ser sometida a un ejercicio de escarnio que destila pesimismo, a pesar de su apariencia desmelenada y divertida. Lo mejor de la cinta, son los divertidos títulos de crédito, la ambientación y la dirección artística, pero donde creo que fracasa lamentablemente el cineasta es en la elección de los dos protagonistas. Están francamente mal porque no hay química entre ellos, no hay complicidad con la historia, todo es desabrido, sórdido y aberrante, a ese tipo de humor yo no le encuentro la gracia.
Antonio Morales
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