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Voto de Antonio Morales:
7
Aventuras Gran Bretaña, siglo XVIII. John Mohune, un niño de familia noble pero pobre, es enviado por su madre moribunda a Moonfleet, para que se ponga bajo la protección de Jeremy Fox. El chico descubre que Fox, además de ser un antiguo amante de su madre, es el jefe de una banda de bucaneros. Entre los dos surgirá una extraña amistad y juntos vivirán apasionantes aventuras. (FILMAFFINITY)
12 de junio de 2014
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de Fritz Lang suele ser elogiado, y con razón, por muchas y variadas razones: su narrativa implacable, su sobriedad, su dureza, su violencia, su atmósfera, pero pocas veces se habla de él en función de una de sus más llamativas, aunque quizás no tan obvia: su romanticismo, más poderoso de lo que podría parecer a simple vista. “Moonflet” es, una excelente película de aventuras – que con un bajo presupuesto, fue cercenada y modificado el final por la Metro, en contra de la opinión del cineasta – donde podemos apreciar un Lang romántico, escéptico y fatalista a un mismo tiempo. Prestigiada por la admiración sin límites por la crítica francesa de “Cahiers du cinema” tuvimos que esperar en España hasta 1982 para verla.

“Moonfleet” se centra en el devenir de un personaje de fuerte raigambre en el género aventurero, el truhán Jeremy Fox (Stewart Granger), hacendado enriquecido pero en realidad un contrabandista y, tal como recuerdan las cicatrices de su espalda, un paria humillado. El rasgo esencial de esta obra (basada en una novela de J. Meade Falkner que desconozco), es la aventura interior, la fusión entre la acción y la reflexión. Fox, elegante y apuesto es observado atentamente por un niño admirado. Fox y el niño John Mohune, desarrollan una relación de considerable densidad: el pequeño remite al espectador del cine de aventuras, predispuesto y entregado a la fantasía y la imposibilidad. La admiración del niño hacia Fox, galante y libertino es inmerecida, observado con respeto y confianza, pero el espectador es consciente que tiene los pies de barro. Si el cine es por esencia el arte de la mirada, y Lang es uno de los que más radicalmente lo han entendido así, no tiene nada de extraño que su obra sea sombría y adusta.

Lang reencuentra su antigua vena romántica, en plena madurez expresiva, forjando a golpes de intensidad un universo nocturno cuyo exacerbado romanticismo se aleja del ascetismo que prevaleció en su última parte de la etapa americana, obligado por las circunstancias antes mencionadas, rodando gran parte en decorados de estudio, de ello se desprende un cálido aliento legendario. El azar domina la construcción de la película por encima incluso del determinismo de las conductas, el azar se asienta en un decorado subterráneo: el cementerio es en su interior una cueva pútrida, mohosa, un nido de contrabandistas que pasea su violencia entre los sepulcros con los fanales en las manos y el cuchillo siempre listo para entrar en acción. “Moonfleet” nos devuelve la grandeza del cine clásico cuando se construía, como era el caso de Fritz Lang, a base de una idea por plano: el espectador pasará así desde planos de ángeles de piedra y ojos blancos hasta el lirismo del aventurero, el detalle y las miradas cómplices que proporcionan al film momentos de brillantez.
Antonio Morales
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