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Voto de Doctor Zaius:
8
Documental Retrato del carguero Fair Lady, de tripulación en su mayoría filipina. El barco, entre las conversaciones alienadas con tierra firme, se convierte en un escenario fantasmal en el que Alien podría asomar en cualquier esquina. Un voltaje sensorial que carga las tintas del suspense con visión apocalíptica de este trozo de humanidad a la deriva por aguas internacionales. (FILMAFFINITY)
18 de abril de 2016
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un monstruo mecánico recorre los océanos del planeta. Es uno de esos mercantes de dimensiones colosales que hacen circular el 90% de todas las mercancías que se mueven por el mundo. A su lado, la escalas de las personas resultan insignificantes. Hormigas que se afanan por mantenerlo en marcha durante una sucesión de interminables días casi iguales.

Dead Slow Ahead funciona simultáneamente como radiografía del día a día durante varios larguísimos meses en uno de estos barcos y como reflexión visual acerca de la compleja relación entre naturaleza, tecnología y humanidad. En su dimensión más notarial la película actúa mediante la aplicación de códigos narrativos más propios del cine de ciencia ficción y del de terror que del documental "clásico". La cotidianidad del encierro en las tripas de esta máquina provoca una proximidad atmosférica que nos recuerda a la experimentada por los tripulantes de la Nostromo, por poner el ejemplo más tópico. Una sensación ominosa de que algo terrible parece a punto de suceder permanentemente junto con un aburrimiento oceánico dan lugar a una atmósfera turbia, algo enfermiza, como de fin del mundo presentido pero nunca realizado. La combinación entre lo inhóspito de las condiciones exteriores y la claustrofobia asociada a los interiores genera una tensión que, se intuye, parece muy difícil de soportar. El barco parece tener algo de ese navío Demeter, que, en la novela "Drácula", lleva al conde desde Varna (Rumanía) a Withby (Inglaterra), portando una carga enferma que va enloqueciendo a su tripulación.

Al margen de ese acto de signar la realidad del día a día en el barco hay un aspecto que confiere una hondura significativa al filme. Hay una mirada al paisaje que es extrañamiento y fascinación ante él. Una mirada que se demora en la contemplación de los fenómenos atmosféricos o en el estado de la mar. Una mirada que se queda absorta ante los perfiles vaporosos de las líneas de costa o los perfiles de los puertos envueltos en la bruma. Una mirada que traslada al espectador la sensación de fantasmagoría que todo ello parece producir. Esa mirada que calificaríamos de "romántica" por esa inmersión abisal en la naturaleza se torna compleja al detenerse también en las tripas del barco. Sus bodegas inmensas, como si fueran la estructura de una catedral sin rematar, como si fueran el tórax vaciado de una ballena gigante, son retradas con lentitud, examinadas calmosamente bajo la luz de lámparas mortecinas. El acta de la travesía de la que hablábamos anteriormente, recogiendo la insoportable aridez de la naturaleza y el agobio del encierro en el interior del barco, se emborrona aún más con esta mirada a lo más profundo de la estructura del navío. Allá abajo hay un vacío maquínico responsable de que todo el invento se mantenga en marcha, un núcleo duro de estructura inhumana que soporta toda la navegación, y su retrato es incómodo, angustioso y perturbador.

Asimismo, resulta singularmente atractivo el uso de recursos pictoricistas para dar cuenta de los diferentes planos visuales sobre los que se articula el documental; cuando la cámara se posa en las incidencias climatológicas o en los paisajes a los que arriba el barco, todo tiene un tono marcadamente impresionista, entre un Turner sombrío y un Monet monocromático; cuando mira hacia los vacíos estructurales que conforman el navío, adopta los modos de la abstracción geométrica; en sus incursiones por las zonas “habitadas” asoman bodegones y naturalezas muertas de gran delicadeza -pienso en la mesa de comedor con los retratos de los marineros presidiéndola-; finalmente, el recorrido por la estructura tecnológica que mantiene en marcha todo el sistema eléctrico y mecánico tiene un hálito hiperrealista que remarca su determinación no-humana con gran eficacia.

Destacar, finalmente, el aspecto sonoro del filme. Compendio de crujidos y quejidos mecánicos, de zumbidos eléctricos y electrónicos, de rumores del viento e impactos de olas, de conversaciones entrecortadas y de diálogos banales en todo su tramo final, el sonido juega un papel fundamental. Conforma una envoltura capaz de evocar ciertos terrores inscritos en la psique humana desde tiempos inmemoriales, acentúa el desamparo del gigante metálico cuando este está sometido a condiciones climatológicas extremas, transmite el tedio inmenso de las larguísimas jornadas y hace transparente la angustia derivada del encierro en medio del océano infinito. El sonido apuntala con eficacia y de forma más primaria las sensaciones que modula la mirada del director con su cámara. Permite un acceso menos elaborado, más directo y como en bruto, al catálogo de emociones asociadas a la travesía.

En resumen, una experiencia visual y sonora de gran intensidad, que apuesta por la demora y la contemplación frente al impacto, que teje sensaciones complejas gracias a su tempo agónico y que nos envuelve con brillantez en una atmósfera cargada de ansiedad y asfixia emocional.
Doctor Zaius
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