«El mundo está loco. Lo malo es que los que siempre pagan el pato son los niños. Si hay guerra, los niños. Si hay hambre, los niños». Estas palabras de la genial película ¿Quién puede matar a un niño? (1976) resumen un poco lo que Nadine Labaki, en su tercer largometraje como directora, quiere contarnos a través de un niño cuya edad exacta desconocemos porque nadie se ha preocupado en presentárselo al mundo.

El pequeño protagonista –en edad, que no a nivel interpretativo– se llama Zain y vive en una atmósfera donde predominan la miseria y los canallas. El público observa cómo hace cosas buenas y malas para poder sobrevivir, pero no lo juzga. Al fin y al cabo, solo es un niño y no conoce otra cosa que la mendicidad y la violencia. Lo mejor y más interesante de la película es la oportunidad que se le da al pequeño para opinar sobre la situación que le está tocando vivir a él y a todos los niños. Porque a ellos nunca se les permite hablar sobre grandes decisiones pero las consecuencias las pagan como miembros de la sociedad. Y este error se hace más grande cuando escuchamos que el niño habla y opina, muchas veces, con más criterio y cordura que los adultos. Y eso la película lo muestra magistralmente para hacer reflexionar al espectador.

Labaki, como ya hiciera en Caramel (2007) y en ¿Y ahora adónde vamos? (2011), aborda un drama social y sabe cómo introducir –en contadas ocasiones– cierto toque de humor sin hacer olvidar que la situación que se nos está mostrando es terrible. La diferencia que posee Cafarnaúm con sus otras dos películas es que mi interés por lo que me está contando se hace patente desde el comienzo hasta el final, además de que la considero superior técnicamente hablando. Por esas razones, creo que estamos ante la mejor obra de Labaki, quien está contribuyendo a que podamos descubrir un poco más el cine libanés.