Media votos
7,0
Votos
2.208
Críticas
1.745
Listas
37
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Vivoleyendo:
8
7,9
7.378
Comedia
Basada en hechos reales, cuenta la historia de Henri Verdoux, un hombre de doble vida. Por un lado es un respetable hombre casado padre de un hijo, pero por otro es un seductor que, bajo otra identidad, se dedica a casarse con viudas ricas a las que posteriormente asesina para quedarse con su fortuna. (FILMAFFINITY)
26 de noviembre de 2009
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Chaplin ya había enterrado en "El gran dictador" a aquel pequeño y enorme personaje que fue Charlot. Uno de los más tiernos, románticos, cómicos, desgarradores y sutilmente críticos que han atravesado las pantallas, y de esos que el público recuerda década tras década, generación tras generación. Si el cine tiene para mí un símbolo inconfundible, ese símbolo es Charlot. Ya ronda los ochenta años desde que su silueta con bombín, bigotito, traje gastado, andares patosos y bastón apareciera por primera vez. Y sigue tan fresco como entonces.
Chaplin era un artista de múltiples cualidades, y no fue de los que se quedan encallados en un papel. Cierto que no volvería a brillar como en su etapa de cine mudo y comienzos del sonoro, pero encontró la tecla para seguir adelante, conservando esos rasgos de genialidad que lo distinguirían hasta la actualidad.
De nuevo Chaplin da forma y protagoniza una ácida y negrísima crítica humorística, en esta comedia peculiar con el telón de fondo de una punzante amargura. La piedra es lanzada otra vez contra los ritmos deshumanizadores de la civilización, y la esclavitud al dinero.
Henri Verdoux, ese “Barba Azul” que podría haber salido del tétrico cuento de Perrault, es la consecuencia de unas obsesiones inalcanzables de triunfo existencial: la prosperidad económica, la preponderancia social, el bienestar. La sujeción al tren materialista que nos dicta que el buen tono, la clase y la felicidad sólo son posibles si se alcanza una posición elevada en la escala de valores de la Trinidad: riqueza-prestigo-poder.
Verdoux es el paradigma. Ex-empleado de banca, casado y padre. El representante idóneo de la clase media que aspira para él y su familia a un puesto de cierto privilegio simplemente para no ser señalados por el severo dedo de la censura. Pero algo falló. A finales de los años veinte, la economía flotante hundió la banca a nivel mundial. Las quiebras y las bancarrotas se sucedieron en una oleada brutal, dejando millones de desempleados crónicos y reduciendo a la pobreza a montones de desafortunados. Y convirtiendo en más pobres si cabe a los que ya lo eran.
Verdoux se vio afectado por el crack.
Desesperado, sólo pudo ver una salida a su peliaguda situación. Tal vez enloquecido por el caos que se había instalado en su vida, tal vez resentido hacia un sistema que no se compadece de los que pierden el paso, y sobre todo encadenado por unas normas que exigen que las apariencias lo son todo. Por ello, en lugar de dirigirse francamente a su familia y explicarles lo que había, y buscar junto a ellos una manera de salir de los apuros, Verdoux tomó su determinación en solitario.
Chaplin era un artista de múltiples cualidades, y no fue de los que se quedan encallados en un papel. Cierto que no volvería a brillar como en su etapa de cine mudo y comienzos del sonoro, pero encontró la tecla para seguir adelante, conservando esos rasgos de genialidad que lo distinguirían hasta la actualidad.
De nuevo Chaplin da forma y protagoniza una ácida y negrísima crítica humorística, en esta comedia peculiar con el telón de fondo de una punzante amargura. La piedra es lanzada otra vez contra los ritmos deshumanizadores de la civilización, y la esclavitud al dinero.
Henri Verdoux, ese “Barba Azul” que podría haber salido del tétrico cuento de Perrault, es la consecuencia de unas obsesiones inalcanzables de triunfo existencial: la prosperidad económica, la preponderancia social, el bienestar. La sujeción al tren materialista que nos dicta que el buen tono, la clase y la felicidad sólo son posibles si se alcanza una posición elevada en la escala de valores de la Trinidad: riqueza-prestigo-poder.
Verdoux es el paradigma. Ex-empleado de banca, casado y padre. El representante idóneo de la clase media que aspira para él y su familia a un puesto de cierto privilegio simplemente para no ser señalados por el severo dedo de la censura. Pero algo falló. A finales de los años veinte, la economía flotante hundió la banca a nivel mundial. Las quiebras y las bancarrotas se sucedieron en una oleada brutal, dejando millones de desempleados crónicos y reduciendo a la pobreza a montones de desafortunados. Y convirtiendo en más pobres si cabe a los que ya lo eran.
Verdoux se vio afectado por el crack.
Desesperado, sólo pudo ver una salida a su peliaguda situación. Tal vez enloquecido por el caos que se había instalado en su vida, tal vez resentido hacia un sistema que no se compadece de los que pierden el paso, y sobre todo encadenado por unas normas que exigen que las apariencias lo son todo. Por ello, en lugar de dirigirse francamente a su familia y explicarles lo que había, y buscar junto a ellos una manera de salir de los apuros, Verdoux tomó su determinación en solitario.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Él era muy consciente de que, en una época en la que el empleo escaseaba, nadie daría trabajo a un hombre maduro. O tendría que conformarse con algún empleo en el que apenas ganaría lo suficiente ni para mantenerse a sí mismo, no digamos ya a su mujer y a su hijo.
De modo que tomó la salida más rocambolesca. Adoptar diversas personalidades, seducir a mujeres adineradas, hacerse con sus posesiones y matarlas.
Nada queda ya de Charlot en un hombrecillo consumido por la amargura, el cinismo y la falsedad. Nada aparte de algunos tics cómicos, pero el altruista y romántico caballero andante brilla por su ausencia. Chaplin recalca intencionadamente el escepticismo que Verdoux enarbola como bandera.
Desengañado de una sociedad ingrata en la que ascienden los malvados y se comercia con las desgracias y la muerte.
Cada escena de sarcástico y algo retorcido humor contiene un veneno tan inadvertido y potente como el arsénico.
Una casi obra maestra en la que Chaplin volcó sus excelsas habilidades como director, guionista, actor y compositor para legarnos una elegante denuncia en la que las risas siempre terminan por saber como las lágrimas.
De modo que tomó la salida más rocambolesca. Adoptar diversas personalidades, seducir a mujeres adineradas, hacerse con sus posesiones y matarlas.
Nada queda ya de Charlot en un hombrecillo consumido por la amargura, el cinismo y la falsedad. Nada aparte de algunos tics cómicos, pero el altruista y romántico caballero andante brilla por su ausencia. Chaplin recalca intencionadamente el escepticismo que Verdoux enarbola como bandera.
Desengañado de una sociedad ingrata en la que ascienden los malvados y se comercia con las desgracias y la muerte.
Cada escena de sarcástico y algo retorcido humor contiene un veneno tan inadvertido y potente como el arsénico.
Una casi obra maestra en la que Chaplin volcó sus excelsas habilidades como director, guionista, actor y compositor para legarnos una elegante denuncia en la que las risas siempre terminan por saber como las lágrimas.