Drama basado en la novela homónima de Francis Scott Fitzgerald, que plasmó en ella con precisas pinceladas una época y una ideología concreta: los años 20 del siglo pasado.
En aquellos años tras la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos hervía de deseos de renovación, de modernización, de diversión; al mismo tiempo, la Ley Seca que prohibía el tráfico de alcohol hizo proliferar las grandes organizaciones de gángsters; y la economía flotante basada en un exceso de acciones de bolsa (sin que el país hubiera tenido en cuenta que había demasiado dinero en acciones pero no el suficiente en oro contante y sonante en las arcas del Estado) estaba produciendo un vertiginoso pero engañoso florecimiento que finalmente se hundiría.
En aquellos años, muchos se enriquecían desorbitadamente por medios dudosos, a través probablemente del tráfico ilegal de alcohol o de las inversiones en bolsa, a saber. En la película, Gatsby (Robert Redford) es uno de esos nuevos ricos de orígenes misteriosos. Posee una gran mansión en Nueva York en la que organiza fiestas a las que invita a toda la alta sociedad neoyorquina. Es un hombre solitario y enigmático que sólo parece ambicionar realmente una cosa en su vida: el amor de Daisy. Ella pertenece a las antiguas familias de la élite de Nueva York y está casada con un hombre rico y vulgar.
Un romántico halo de misterio rodea a Gatsby, un hombre atractivo, elegante y de impecables modales, y todo el mundo está intrigado con respecto a él, pero es un hombre al que es difícil acceder. Sólo Daisy tiene la llave de su corazón pero los separa un abismo.
Melancólico drama que refleja el mundo superficial y de brillo efímero en el que floreció el jazz y el charlestón, un mundo en el que el alcohol corría a mares pese a la prohibición (o quizás gracias a ella) y en el que un hombre que parece tener todo lo que cualquiera ambicionaría sueña sin embargo con alcanzar lo que más ama.