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Voto de Vivoleyendo:
8
Drama A un hombre de negocios sus amigos le piden constantemente consejos sobre el matrimonio, la vida conyugal y la vida familiar. Su serenidad y sus agudos análisis le permiten encontrar el consejo oportuno para cada situación. Sin embargo, cuando él mismo tiene que afrontar una delicada situación que afecta a su hija mayor, tropezará con grandes dificultades para encontrar una solución al conflicto. (FILMAFFINITY)
7 de enero de 2012
33 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ni un grito, ni un taco, ni un bofetón, ni una discusión subida de tono, ningún guiñapo tirado por las esquinas durmiendo borracheras de contrariedad.
Así filmaba Ozu el enfrentamiento entre generaciones. La familia trasciende el plano de lo anecdótico y ocupa el puesto de lo universal, pese a dar la impresión de lo opuesto. Esa es la maestría del genio nipón. Uno cree que ve un normalito dramita familiar en casitas de madera y papel con tatamis, bares y oficinas, pero eso es un umbral de cotidianeidad tras el cual se abre un mundo de sentimientos.
Hay que leer esas faces comedidas con un lenguaje de signos extremadamente discreto al que no estamos acostumbrados en Occidente. Somos analfabetos de la sutileza. Unas frases de cortesía o un rictus casi hermético abarcan amplios rangos de expresividad. Con un cuidado juego de observación, uno termina captando que la sonrisa no necesariamente es alegre ni condescendiente y que hasta la discusión más grave puede ir subrayada con ese gesto que tendemos a asociar al humor. Una hija puede estar desafiando las severas órdenes de su padre mientras se dirige a él con la más educada de las voces, y éste jamás se avendrá a deshonrarse rompiendo una norma sagrada: no exteriorizar violencia verbal o física. La autoridad no se inculca con los puños, sino con el respeto. El progenitor apela a siglos de sabiduría ancestral y tradiciones, pero ante todo es un padre que ama, no un ogro. Los austeros y rígidos principios en los que creció se tambalean. La guerra cambió muchas cosas. El progreso se aclimata en Japón con inaudita rapidez y armonía. Es admirable cómo se conjugaron y se dieron la mano la tradición y la modernidad en aquella nación imperial de estrictos códigos de honor.
Las generaciones de la posguerra se abren a ideas nuevas, y un formidable choque intergeneracional tiene lugar ante nuestros ojos sin que haya manifestaciones de chicas quemando sostenes ni estudiantes liderando revueltas. Es una revolución de amor. Para que los padres entiendan que los hijos son completamente dueños de su destino y que ya no deben intervenir en decisiones como la elección del cónyuge. Para que los hijos comprendan que los padres sólo querían lo mejor para ellos y que lo hacían del único modo que sabían, aunque ya se haya quedado anticuado.
Y llegamos a lo mismo que ya sabíamos, que el padre es padre por encima de cualquier otra cosa, y pese a que no ocurre nada extraordinario nos quedaremos con lágrimas en la garganta porque una vez más, por millonésima vez, pero con ese modo de Ozu de convertir lo pequeño en grande, apreciaremos que el amor no conoce fronteras.
Vivoleyendo
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