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Voto de Vivoleyendo:
7
6,6
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11 de septiembre de 2009
17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es curioso constatar que un argumento que se desarrolla en el funesto marco de la Segunda Guerra Mundial ignore por completo los escenarios de las batallas dantescas contra los enemigos palpables, y en su lugar se centre en otros enemigos inmateriales pero igualmente dañinos: el aburrimiento vital. La frustración. La vacuidad. La falta de acción. Y la sensación de estar perdiéndose lo importante. De hallarse encerrado y bramando contra cuatro paredes, sabiendo que el verdadero ojo del huracán está ahí fuera.
No se despliegan escenas sangrientas con fuego a discreción, bombardeos, tácticas militares y frenéticas batallas entre bandos cuyo objetivo es odiarse hasta la muerte.
Se despliega la batalla personal de un hombre enjaulado. Sin empuñar un arma, sin avanzar por campos devastados ni lanzándose a un ataque letal. Porque su lucha es de otra índole.
El ambicioso y agrio capitán del carguero le corta las alas, buscando su propio beneficio. Roberts lo beneficia con su eficiencia, el capitán se lleva el mérito de los buenos oficios de su subordinado, y por ello no tiene la menor intención de dejarlo marchar. Chantajeado, a Roberts no le queda más remedio que tragarse sus sueños de libertad y continuar mirando tristemente al horizonte lleno de promesas que se esfuman.
Hay películas, aquellas películas de alguna era concreta que parecía poseer una llave secreta, en las que ser un hombre de honor es algo semejante a ser un héroe. En las que los valientes y honrados no cabalgan sobre gallardos corceles con espada y lanza, persiguiendo infieles, combatiendo en mil batallas y defendiendo la honra de doncellas en peligro. Son hombres vestidos de paisano, o con el uniforme de su profesión, y que pelean en una guerra de guerrillas en la que las mayores amenazas proceden de la estupidez y la ceguera. También pueden ser hombres que no tienen en absoluto pinta de valerosos, y que aún no han descubierto que la bravura no sólo se demuestra en grandes gestas. También se demuestra en pequeños y discretos actos.
Una respetable comedia bélica, sin altos vuelos pero con amable sabor, acerca de los enemigos invisibles.
No se despliegan escenas sangrientas con fuego a discreción, bombardeos, tácticas militares y frenéticas batallas entre bandos cuyo objetivo es odiarse hasta la muerte.
Se despliega la batalla personal de un hombre enjaulado. Sin empuñar un arma, sin avanzar por campos devastados ni lanzándose a un ataque letal. Porque su lucha es de otra índole.
El ambicioso y agrio capitán del carguero le corta las alas, buscando su propio beneficio. Roberts lo beneficia con su eficiencia, el capitán se lleva el mérito de los buenos oficios de su subordinado, y por ello no tiene la menor intención de dejarlo marchar. Chantajeado, a Roberts no le queda más remedio que tragarse sus sueños de libertad y continuar mirando tristemente al horizonte lleno de promesas que se esfuman.
Hay películas, aquellas películas de alguna era concreta que parecía poseer una llave secreta, en las que ser un hombre de honor es algo semejante a ser un héroe. En las que los valientes y honrados no cabalgan sobre gallardos corceles con espada y lanza, persiguiendo infieles, combatiendo en mil batallas y defendiendo la honra de doncellas en peligro. Son hombres vestidos de paisano, o con el uniforme de su profesión, y que pelean en una guerra de guerrillas en la que las mayores amenazas proceden de la estupidez y la ceguera. También pueden ser hombres que no tienen en absoluto pinta de valerosos, y que aún no han descubierto que la bravura no sólo se demuestra en grandes gestas. También se demuestra en pequeños y discretos actos.
Una respetable comedia bélica, sin altos vuelos pero con amable sabor, acerca de los enemigos invisibles.