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Voto de Vivoleyendo:
8
Drama Randle McMurphy (Jack Nicholson), un hombre condenado por asalto, y un espíritu libre que vive contracorriente, es recluido en un hospital psiquiátrico. La inflexible disciplina del centro acentúa su contagiosa tendencia al desorden, que acabará desencadenando una guerra entre los pacientes y el personal de la clínica con la fría y severa enfermera Ratched (Louise Fletcher) a la cabeza. La suerte de cada paciente del pabellón está en juego. (FILMAFFINITY) [+]
21 de agosto de 2011
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
En las dos películas que colocaron a Milos Forman en el pódium de los gigantes, “Alguien voló sobre el nido del cuco” y “Amadeus”, salen como tema recurrente manicomios, en lenguaje eufemístico conocidos como sanatorios mentales o psiquiátricos. Centros sanitarios (o celdas del infierno) de sordidez, de la vergüenza o la impotencia de los “cuerdos” que no hallan otra alternativa que encerrar a los que están demasiado averiados para poder valerse por sí mismos y/o para convivir con normalidad.
Como jamás se ha sabido apenas nada de las enfermedades mentales y de los entresijos del cerebro, se han seguido modas nefastas en el tratamiento y la terapia de los males que llegan a ser tan inabordables e imprecisos como lo puede ser el espíritu.
Los enajenados mentales o locos en tiempos eran tratados como errores de Dios, apestados que iban a parar a aquellos agujeros deprimentes que no animaban en absoluto a la mejoría ni a la curación. Porque uno de los grandes problemas, que se continúan arrastrando hoy día, es el de tratar la perturbación como una infección contagiosa y pretender catalogarla y encasillarla en una etiqueta, como si fuese lo mismo que el sarampión. Leí una clasificación que encuadraba a los pacientes según su grado, y en algunas de aquellas categorías ponía “imbécil” e “idiota”. Se suponía que era un estudio muy científico y serio. Al ver aquello, desarrollé una fuerte prevención contra la evolución de la ciencia psiquiátrica, por lo menos hasta bien avanzado el siglo veinte. Esa falta de rigor científico, o más bien la manía por dar un barniz cuadriculado a una ciencia inexacta, también fue uno de los motivos por los que corrientes como el psicoanálisis me ponen en guardia.
Pero todos esos que se las daban de eminencias en el estudio de la psique casi siempre olvidaban lo más obvio, lo más esencial: que los objetos de su investigación eran seres humanos con sentimientos, seres únicos e inclasificables. Y en cuanto a estar enfermos, no se sabe quién lo está más o quién lo está menos, porque muchos de los que no han pisado un manicomio no se comportan con más coherencia que los que están allí dentro.
Otro de los grandes escollos es que la sociedad nunca ha sabido qué hacer con los sujetos que se salen de sus cánones. Sobre todo las comunidades puritanas y represivas han tendido a considerarlos como leprosos de espíritu para los que el remedio más eficaz era medicarlos con drogas capaces de tumbar a un elefante y con ello someter sus impulsos y voluntades, imponerles una severa disciplina monótona y rutinaria carente de piedad y afecto sincero, y no tolerar la menor singularidad personal ni considerar que la cordura no es hegemonía de los que están fuera. Tratarlos como a ganado marcado al rojo, sin tratar de llegar a su interior, equiparándolos a vegetales incapacitados para razonar o incluso sentir.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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