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Voto de Vivoleyendo:
10
Drama A finales de la Época Heian en el siglo XII, el gobernador de un pueblo es enviado al exilio. A pesar de que su familia quiere ir con él, ninguno podrá acompañarle, pues, engañados por una vieja que se hace pasar por sacerdotisa, son vendidos como esclavos por separado: la madre por un lado y los hijos por otro. (FILMAFFINITY)
8 de noviembre de 2009
60 de 64 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ahora no me cabe duda. Mizoguchi tocó el cielo. Fue dotado con un don del que muy pocos mortales disfrutan. El genio, una gracia concedida por alguna deidad parca en repartir la excelencia.
Actores que no actúan, sino que viven. Una cámara que no es cámara, sino universo. Una historia que no se conforma con tenernos de espectadores, sino que nos agarra del corazón y nos arrastra dentro.
No sé que tenía este director japonés, que hacía de la imagen un prodigio de sencillez visual y narrativa tan potente que deja sin aliento sin necesidad del menor delirio ni exceso. Una lección inigualable de sutileza. De saber desgarrar con la belleza del plano de una madre que reclama a sus hijos bajo sus alas protectoras, y que confía al viento una canción de búsqueda. Mizoguchi parte el alma sin tregua a golpe de sobriedad formal que contiene un fondo de insondable sentimiento. Como esas maneras suaves y delicadas, esos rostros sonrientes y esos modales exquisitos con los que muchas personas de culturas muy ajenas a la mía manifiestan sus emociones más profundas. Porque en muchos sitios está socialmente mal visto descomponerse, perder los estribos y expresar el sentir personal con estridencia. De esa pasta está fabricada una película de Mizoguchi. Con modales impecables, elegancia que no se descompone, y una habilidad sin parangón para atrapar al espectador hechizado y removerle las entrañas sin hacer un solo aspaviento técnico, sin mover la cámara más de lo estrictamente necesario, con una música suave con vibraciones añejas y melancólicas, como de cuento cuyos orígenes se pierden en la memoria de los tiempos. Una ligera sombra de irrealidad, de presagio fantasmagórico que sobrevuela rozando la dureza de abajo. De una tierra poblada de muchas personas crueles, de pocas personas bondadosas, de unos cuantos y escasísimos privilegiados, de espíritu de piedra unos, de calidez otros. Y de montones de desgraciados dejados a su suerte y esclavizados. A la pobreza, a la tiranía. A otros seres humanos.
Un lamento sufriente que emana como la niebla sobre las ciénagas. Y un rayo de esperanza. Una ilusión prometida en forma de enseñanzas que hablan de caridad y libertad, palabras remotas y dulces que se prolongan subrepticiamente en paladares demasiado acostumbrados a la hiel.
La esencia del Japón feudal en dos horas. La esencia de la maldad, del dolor, del amor, de la esclavitud, de la bondad, del coraje y de la persecución de los sueños. La esencia del mundo.
Y la esencia de lo mejor del cine universal que se pueda filmar jamás.
Vivoleyendo
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