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Voto de Vivoleyendo:
9
Ciencia ficción Treinta años después de los eventos del primer film, un nuevo blade runner, K (Ryan Gosling) descubre un secreto profundamente oculto que podría acabar con el caos que impera en la sociedad. El descubrimiento de K le lleva a iniciar la búsqueda de Rick Deckard (Harrison Ford), un blade runner al que se le perdió la pista hace 30 años. (FILMAFFINITY)
14 de octubre de 2018
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se ha escrito un montón ya sobre esta polémica secuela. Por lo que veo, ha suscitado más o menos tanto odio como admiración, pero no es sorprendente, dado el estatus de película de culto de su predecesora. Parece que si una película alcanza dicho estatus, constituye un crimen de lesa humanidad tener la atroz idea de endilgarle una secuela, incluso si dicha secuela está decentemente bien rodada. Pero da lo mismo. Prácticamente hay que santiguarse ante la profanación.
Si os digo la verdad, la original está muy bien, pero tanto como para que mi menda la endiose hasta semejantes extremos y negarse a apreciar la calidad de la secuela, pues hasta ahí no llego. Intento valorar la calidad de cada película por sí misma, como entidad única, al igual que intento no juzgar al hijo por los actos del padre.
Vale que Ryan Gosling no es el mejor actor del panorama, pero este tipo de personaje le va que ni pintado. Casi hermético, parsimonioso y contundente, de emotividad muy contenida. Me recuerda a su papel en “Drive”, la cual por cierto tenía también esa atmósfera ochentera de sintetizadores lánguidos y vistas urbanas impactantes. Creo que Gosling es perfecto para hacer de K/Joe, así que no le reprocho nada. Además, después de haberlo seguido de vez en cuando en su trayectoria, le he tomado cariño. Imposible no hacerlo cuando precisamente todas las películas en las que lo he visto me han marcado de una forma u otra.
La ambientación es perfecta, mezcla de megalópolis atestada, atmósfera malsana, crepúsculo perpetuo, lluvia o nieve constante, paisajes descarnados, sucios, degradados, cubiertos del polvo de los años, todo consecuencia de la destructiva acción humana. Ultratecnología puntera y vidas al filo de la indigencia se cruzan en cualquier calle o rincón, siempre al amparo de la penumbra. La fotografía es hipnótica, un sosegado deleite para la vista, porque pese a los excesos visuales de esa civilización futurista y ultraconsumista, el estilo sobrio que inyecta Villeneuve no satura, y la banda sonora añade etéreos acordes de enigmática atemporalidad, en un guiño de respeto a la obra maestra de Vangelis.
Nada que envidiarle a papi/mami Blade Runner, excepto el hecho de que aquélla se rodó treinta y cinco años antes que su “hija”, obviamente con medios más limitados que los que hay ahora.
En la ciencia-ficción uno nunca debe detenerse a analizar el guión, porque es absurdo y un craso error. La ciencia-ficción es por definición pura fantasía. Representa mundos que no son factibles para la humanidad, bien porque actualmente no disponemos de los medios necesarios, o simplemente porque no podrían ser viables jamás, ni por mucho que avance la ciencia y se desarrolle la tecnología. Así que yo prefiero centrarme en un aspecto bastante bello de la película, que es su vertiente filosófica. Si la primera era admirable en este sentido, la segunda no le va apenas a la zaga. Incluso sin el irrepetible discurso improvisado de un replicante a las puertas de la muerte. Hay suficientes reflexiones aquí como para darle todas las vueltas que se quiera al misterio de la vida, de la condición que nos hace humanos, del alma, de la conciencia, de la dualidad entre lo real y lo virtual y entre lo real y lo imaginario, del amor, la voracidad insaciable de la codicia y del poder (quien conquista mundos desea conquistarlos todos), la imposible ilusión de querer imponer el orden y la uniformidad donde reinan el caos y la pluralidad, el sacrificio de estar dispuesto a morir para entregarse a una causa más grande que uno mismo... Y seguramente podría seguir sacando temas de discusión.
Al final, con lo que me quedo entre tantos pensamientos y emociones, es con una frase que para mí lo sintetiza todo: “Ella es real.” El sentimiento es real. Todo lo demás puede ser impostado: lo que percibimos por los sentidos, lo que experimentamos, hasta lo que recordamos. Pero los sentimientos son auténticos. No se pueden replicar ni implantar, porque nacen del puro instinto. Son reacciones conectadas con la parte más primitiva, propias de todos los seres vivos que han evolucionado hacia un alto nivel de complejidad. La primera reacción de un replicante recién creado es el temor. Como debe de serlo la de un recién nacido en el instante en que el aire penetra por primera vez en sus pulmones, causándole el dolor de vivir fuera de la protección del útero materno.
Sean humanos o replicantes, esta certeza probablemente sea la única: lo que sintieron fue real.
Vivoleyendo
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