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Voto de Vivoleyendo:
8
7,4
4.386
Drama. Comedia
Durante la construcción del metro de Roma, las excavaciones dejan al descubierto una vieja casa llena de pinturas murales al fresco. Una de ellas representa a una vieja dama de la aristocracia romana, que organiza en su casa unos desfiles de moda muy originales. La película recorre las casas de tolerancia de la época y los espectáculos de la noche romana. Poco después, es Fellini quien recuerda sus años de escolar, entre latines que ... [+]
21 de septiembre de 2008
20 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Roma milenaria, que ha sido testigo de eras y más eras, que ha visto pasar tantas generaciones de seres humanos y ha contemplado su grandeza y su ignominia, continúa en pie, resurgiendo constantemente de sus cenizas, alzándose sobre sí misma una vez tras otra.
¿Quién duda de que Roma está tocada por la gracia de lo venerable y de lo que perdura en medio del caos y del cambio? No durará eternamente, y algún día se perderá junto con todo lo que hay aquí, lo vivo y lo inerte... Pero podremos decir que hemos existido y vivido, y Roma habrá contemplado una parte del desfile de los eones.
Fellini, uno de los más excelsos, controvertidos y experimentales directores de cine del siglo XX, caza a la perfección esa resistencia heroica de la ciudad, su halo de eternidad conjugado con la cotidianeidad. Porque Fellini sabía trasladar al celuloide, con esa genialidad que sólo se concede a unos cuantos, el transcurso cíclico del tiempo, esbozando con líneas maestras épocas concretas y comportamientos y estilos de vida que identifican fuertemente al pueblo italiano y, por extensión, a lo que somos todos en esencia. Fellini siempre consigue que nos reconozcamos en algún gesto, en alguna costumbre, en algún modo de pensar, en alguna manera de concebir la vida. Fellini era un filántropo que amaba cada fotograma que filmaba, cada pedacito de palpitante vida que quedaba grabado en cada centímetro de película.
En definitiva, él era capaz de capturar la vida entera en un instante.
Deseando rendir su particular homenaje a su querida Roma, su Roma íntima a la vez que la Roma universal, Fellini filmó un testimonio a medio camino entre el documental y la autobiografía, un legado histórico, entrañable, crudo, sórdido, doloroso y alegre que quizás sea una de las películas más realistas, surrealistas y hermosas que se hayan rodado sobre la Ciudad Eterna.
¿Quién duda de que Roma está tocada por la gracia de lo venerable y de lo que perdura en medio del caos y del cambio? No durará eternamente, y algún día se perderá junto con todo lo que hay aquí, lo vivo y lo inerte... Pero podremos decir que hemos existido y vivido, y Roma habrá contemplado una parte del desfile de los eones.
Fellini, uno de los más excelsos, controvertidos y experimentales directores de cine del siglo XX, caza a la perfección esa resistencia heroica de la ciudad, su halo de eternidad conjugado con la cotidianeidad. Porque Fellini sabía trasladar al celuloide, con esa genialidad que sólo se concede a unos cuantos, el transcurso cíclico del tiempo, esbozando con líneas maestras épocas concretas y comportamientos y estilos de vida que identifican fuertemente al pueblo italiano y, por extensión, a lo que somos todos en esencia. Fellini siempre consigue que nos reconozcamos en algún gesto, en alguna costumbre, en algún modo de pensar, en alguna manera de concebir la vida. Fellini era un filántropo que amaba cada fotograma que filmaba, cada pedacito de palpitante vida que quedaba grabado en cada centímetro de película.
En definitiva, él era capaz de capturar la vida entera en un instante.
Deseando rendir su particular homenaje a su querida Roma, su Roma íntima a la vez que la Roma universal, Fellini filmó un testimonio a medio camino entre el documental y la autobiografía, un legado histórico, entrañable, crudo, sórdido, doloroso y alegre que quizás sea una de las películas más realistas, surrealistas y hermosas que se hayan rodado sobre la Ciudad Eterna.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
No hay más protagonista que la propia ciudad y todo lo que contiene. A través de algunos saltos en el tiempo, Fellini lleva la cámara por diversos lugares y se introduce en el corazón de la ciudad, captando los ambientes caldeados por la severa canícula mediterránea, abarrotados de gentes de toda condición: amas de casa resignadas cargadas de niños llorones y traviesos; hombres deslenguados y camorristas; familias enteras que descansaban de las duras labores diarias en el cine y en esas cenas domingueras en las superpobladas terrazas de los restaurantes; prostitutas que exponen y castigan sus encantos en una descarnada compraventa de carne; gentes que se ganan la vida actuando en espectáculos de variedades ante un público arrabalero y provocador; los numerosos equipos de trabajadores que se dejaban la piel en las titánicas obras del metro romano, complicadísima labor dificultada por el continuo hallazgo de restos arqueológicos en los estratos sepultados bajo la ciudad; el caótico tráfico, otro protagonista más de la atestada urbe; equipos de televisión y periodistas que registran su espíritu exuberante; personas de la alta aristocracia abatidas por la nostalgia del esplendor pasado, ya enterrado; el clero, representado por su máxima figura, el Sumo Pontífice...
Desde el surrealismo al realismo más cruel, desde la ternura de lo más sencillo hasta la frialdad despiadada de la guerra, desde lo bello hasta lo grotesco, desde el elogio hasta la sátira y la burla, desde el pesimismo hasta el optimismo, desde el pasado hasta el presente...
Todo se concentra en esa Roma que ríe y llora y que respira y que se mueve sin cesar. Que se lamenta por lo irrecuperable, por los vestigios pisoteados de épocas que nos precedieron, por la ingratitud del tiempo y de la negligencia. Que se estremece ante los múltiples dolores humanos, incapaz de permanecer indiferente. Que alborota con los juegos de los niños. Que se enciende de pasiones desatadas. Que se avergüenza de lo inconfesable y vergonzante. Que se enorgullece de sí misma. Que late a ritmo de taquicardia. Que se deja llevar por la esperanza de saber que seguirá amaneciendo.
Roma, la Ciudad Eterna, un explosivo regalo para el alma y los sentidos concentrado en dos horas rodadas por un maestro que sabía radiografiar la carnalidad de los espíritus.
Desde el surrealismo al realismo más cruel, desde la ternura de lo más sencillo hasta la frialdad despiadada de la guerra, desde lo bello hasta lo grotesco, desde el elogio hasta la sátira y la burla, desde el pesimismo hasta el optimismo, desde el pasado hasta el presente...
Todo se concentra en esa Roma que ríe y llora y que respira y que se mueve sin cesar. Que se lamenta por lo irrecuperable, por los vestigios pisoteados de épocas que nos precedieron, por la ingratitud del tiempo y de la negligencia. Que se estremece ante los múltiples dolores humanos, incapaz de permanecer indiferente. Que alborota con los juegos de los niños. Que se enciende de pasiones desatadas. Que se avergüenza de lo inconfesable y vergonzante. Que se enorgullece de sí misma. Que late a ritmo de taquicardia. Que se deja llevar por la esperanza de saber que seguirá amaneciendo.
Roma, la Ciudad Eterna, un explosivo regalo para el alma y los sentidos concentrado en dos horas rodadas por un maestro que sabía radiografiar la carnalidad de los espíritus.