Sutil como un martillazo en el pulgar, la nueva serie de Matt Groening se apoya en chistes chuscos, tópicos, personajes sin carisma y un storytelling más bien aburrido, demostrando una vez más que la televisión a la carta está diseñada para dar lo que el público en masa desea y que aunque a un millón de moscas le guste lo que ya sabéis, no significa que sea bueno. No sólo parece que Groening le ha dado los guiones a los becarios sino que estando producida un porrón de años después, los dibujos de esta serie son muy, muy inferiores a los de Futurama. Con decir que el demonio de compañía es una silueta negra para que sea más fácil de dibujar... Y no esperéis su humor friki ni la sutileza y el sarcasmo de los Simpson en una serie en que el Elfo se llama Elfo, el que desertó se llama Deserto y todo igual. Entiendo que Netflix tiene que generar contenidos a toda pastilla y que eso hace que muchas de las series que produce tengan una calidad de pésima a mediocre y estén pensadas para un público que prefiere operar a medio cerebro, pero, Matt Groening, ¿de verdad tenías que poner tu nombre aquí? ¿Tanto apretaba la letra del yate?. Qué pena más grande.