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España España · Córdoba
Voto de El Libanés:
8
Comedia La noche del 2 de marzo de 1953 murió un hombre. Ese hombre es Josef Stalin, dictador, tirano, carnicero y Secretario General de la URSS. Y si juegas tus cartas bien, el puesto ahora puede ser tuyo. Una sátira sobre los días previos al funeral del padre de la nación. Dos jornadas de duras peleas por el poder absoluto a través de manipulaciones, lujurias y traiciones.
15 de abril de 2018
47 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
"La muerte de Stalin" es uno de los mejores cómics europeos que se han realizado en los últimos años. Al aceptar hacer esta versión cinematográfica, Armando Iannucci ha mostrado ser un gran director y un agudo lector. Ha comprendido la esencia de la obra maestra original, sabiendo adaptar los elementos para conseguir un film aparte, un hijo afortunado que toma a su manera el brillante legado del progenitor.

A diferencia de las viñetas, aquí la historia es mucho más coral, amparado en un casting portentoso y donde Simon Russell Beale y Steve Buscemi nos dejan un duelo para el recuerdo como Beria y Kruscher. Por mucho que les asombren algunas de las anécdotas aquí mostradas, buceen en los libros de Historia. El miedo provoca esta clase de situaciones y aquel día en la remota década de los 50 del pasado siglo se sucedieron las hipérboles.

El argumento está muy trabajado, recordando por momentos al mejor Berlanga, además de dar a toda esta irreverencia que tanto ha molestado a Putin un sabor a lo Monty Python. Cierta obra de Billy Wilder centrada en Berlín también está omnipresente a la hora de jugar con las piezas aquí mostradas. Michael Palin y Jeffrey Tambor ayudan mucho a eso.

Nunca perdemos la sonrisa, aunque "La muerte de Stalin" no es vacua. Esconde metáforas poderosas y tiene unas interpretaciones brillantes, en perfecta armonía. Además hay mucha generosidad, estrellas como Olga Kurylenko o Jason Isaacs aceptan roles secundarios con modestia y garra, dando a cada una de sus secuencias una fuerza muy especial.

Termina dejándonos entre deleitados y horrorizados. Así es el poder, desde Washington a Moscú, pasando por el antiguo Bizancio. Nos movemos por miedo y bajos instintos, siendo deleznables como sociedad y dignos de compasión en el análisis individual. No me extraña que a destacados políticos no les haga ninguna gracia. Iannucci se ha convertido en un bufón medieval capaz de decirle a los reyes sus pecados ante la risa de todos.
El Libanés
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