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Voto de ortega:
5
Drama. Intriga Finales de la década de los 80. Kat Connor es una joven de 17 años cuya vida cambia de forma inesperada cuando su madre, un ama de casa aparentemente perfecta, desaparece de repente sin dejar rastro. Aunque será complicado, Kat deberá intentar adecuarse a las nuevas circunstancias e intentar seguir adelante con su vida. (FILMAFFINITY)
12 de enero de 2018
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En plena ebullición de la adolescencia, Kat Connor (Shailene Woodley) se ve obligada a estudiar la compleja relación que mantiene con su madre Eve (Eva Green) cuando ésta desaparece sin dejar rastro. Con esa premisa White Bird in a Blizzard (2014) construye una tumultuosa recopilación de los momentos que, antes y después del suceso, podrían ayudar a comprender a Kat el misterio que fue, o es, su madre.

Gregg Araki firma lo que podría haber sido un preciado retrato de lo abstracto del entendimiento humano a través de la ilusoria familiaridad de la rutina. Aunque lo cierto es que esta adaptación toma sus elementos de la novela de Laura Kasischke en absurdas proporciones y malogra por completo el verdadero misterio en la vida de Kat.

El nepotismo de Araki interpreta mal las posibilidades de su estudio de relaciones, que se torna un sinsentido tan pronto como olvida la esencia de la que mana su propio misterio. La ‘caza del malo’ vulgariza el filme y trata de imponernos como principal preocupación la desaparición de un personaje cuya incomprensión, hasta el momento, era el gran misterio. La solemne incógnita que el director olvida es la complejidad de su personaje estrella, y la sustituye por un efímero ‘qué le pasó a…’.

La consecuencia de juntar dos núcleos de suspense como son “¿quién es?” y “¿qué fue de?” con un retocado ensimismamiento visual, es la recreación de un mejunje narrativo. Araki mezcla lenguajes con total impunidad, para terminar imponiendo el código del efectismo barato que convierte los dramas en pretenciosos thrillers sin vida. De modo que en su obra lo lírico de la prosa en pleno embelesamiento estético es destrozado por toscos párrafos con una acentuación completamente fuera de lugar.

No todo en White Bird in a Blizzard es un funeral de intrigas desubicadas. Destaca su capacidad onírica para recrear la confusión del resuelto despertar sexual; su despreocupada intención de transportarnos al universo de unos personajes en plena metamorfosis; o su interesado realismo armónico, un pastel luminoso de etalonaje recargado al servicio del receloso realismo teatral. Y casi todas sus luces se encuentran comprimidas en los 40 primeros minutos.

El barco de Araki se hunde sin demasiadas opciones, los cimientos de su narración fallan como si se hubiese olvidado de los nexos imprescindibles para la coherencia, como si no hubiese conectado los capítulos una vez terminado el esqueleto de la historia. La lírica y la prosa compiten y ambas terminan en carne viva, sin que ninguna se beneficie en absoluto de la impronta de la otra.

La película de Araki no es ni un buen drama, ni un buen thriller, ni siquiera es una buena alegoría del despertar sexual de una anacrónica Shailene Woodley en eterno estado de gracia. Y lo más desastroso de todo es que parece que la única consciente del potencial de su personaje es Eva Green, que con una caracterización descarada recuerda ‘el problema que no tiene nombre’ que Friedan denunciaba en los 60.

Lo cierto es que aún con dos actrices con interpretaciones impolutas, el hipnotismo lírico prácticamente se desvanece con Eva Green y nos quedamos ante un espectáculo dramáticamente parco, el segundo acto se hunde en su propia indulgencia, el suspense se deshilacha, la coherencia pierde su sensatez, el clímax es completamente inexistente y todo se resuelve en una cutre Comic Sans con arbitrarios caracteres en cursiva.

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ortega
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