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España España · Madrid
Voto de Servadac:
9
Drama. Intriga. Romance En un barroco hotel, un extraño, X, intenta persuadir a una mujer casada, A, de que abandone a su marido, M, y se fugue con él. Se basa en una promesa que ella le hizo cuando se conocieron el año anterior, en Marienbad, pero la mujer parece no recordar aquel encuentro. (FILMAFFINITY)
31 de agosto de 2012
110 de 120 usuarios han encontrado esta crítica útil
El año pasado en Marienbad ha dado lugar a múltiples interpretaciones. Su ambigüedad es tal que cada espectador puede ensayar sus propias claves. Es más, puede ensayar claves diferentes en distintos visionados. Esbozo una: X, el protagonista masculino, es el guionista; quiere modelar la realidad a base de palabras; pero la materia fílmica escapa a su control; de ahí su verbalización compulsiva y enervante, repleta de repeticiones y obsesiva… M, el rey del juego, es el director; el medio fílmico es su medio; distribuye los factores a su antojo y gana siempre; tiene la última palabra en el montaje. A, la mujer, es la película; carece de memoria; la modelan el director y el guionista; el tiempo de su vida es un presente suspendido y virtual. A se debate entre dos polos y, al final, escapa en el espectador.

La idea que acabo de exponer es sólo un juego. Irrelevante o no esencial. Porque la esencia de esta cinta está en su forma, en ese manierismo decadente, en la pulcritud artificial de cada gesto y cada corte. No es de extrañar que a André Breton le disgustara, tal vez por su falta de espontaneidad y exceso de amaneramiento. Tampoco es de extrañar que a Stanley Kubrick le encantara, por su estilización extrema, su configuración de laberinto (narrativo y espacial) y su utilización del travelling.

Escribe David Bordwell en su excelente ‘La narración en el cine de ficción’:

“El argumento es tan enrevesado que hace imposible construir la historia. Los indicadores son demasiado pocos y contradictorios. Cualquier orden que se otorgue a las escenas será tan bueno como cualquier otro; causa y efecto son imposibles de distinguir; incluso los puntos de referencia espacial cambian. Esto podría parecer la auténtica encarnación del sueño de la ambigüedad significativa, pero no lo es. Cuando ya no hay historia que interpretar, cuando ya no tenemos un punto de partida estable para construir el personaje o la causalidad, la ambigüedad se convierte en tan omnipresente que llega a carecer de consecuencias. (…) Al impulsarnos a construir una historia pero a la vez impedírnoslo, la narración de ‘El año pasado en Marienbad’ separa radicalmente la historia «potencial» del argumento y la estructura estilística que se nos presentan.”

Es preferible, pues, renunciar a desvelar la historia y disfrutar de la exquisitez formal y del hipnótico lugar cinematográfico que nos ofrece la película. Observar a los autómatas que pueblan sus recintos. Contemplar bóvedas y espejos. Lámparas y adornos. Amplios jardines con estatua. Entrar en ella como un submarinista en un palacio sumergido. Flotar y detenerse en sus habitaciones, abiertas o cerradas. Sentir el placer de no entenderla. No limitar su arquitectura a un gráfico de barras y ecuaciones.

Cómo nos gusta reducir el arte a una estructura narrativa asimilable. El orden, sin sentido, nos marea. Y todo es orden, geometría, en ‘El año pasado en Marienbad’.

Si has de jugar con ella al juego de los números impares: 7, 5, 3 y 1, retira tú la última pieza. Y deja que sea el cine quien te gane la partida.
Servadac
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