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España España · Madrid
Voto de Servadac:
7
Drama. Romance Inspirada en la historia de amor real de los padres del director, ambos médicos, y los recuerdos del propio director. (FILMAFFINITY)
20 de marzo de 2010
56 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película se abre con una entrevista de trabajo. Se suceden las preguntas y respuestas, precisas y a la vez desconcertantes. La doctora es dulce y el entrevistado es soso: un tipo acelga que declara que es alegre. ¿Por qué? Porque sus amigos se divierten cuando están con él. Más tarde descubrimos que a pesar de haber servido como médico en un centro militar, le da miedo la sangre. El tono es humorístico y extraño, la composición de planos excelente, la imagen luminosa. El ritmo es pura pausa.

Caminamos por la banda de Moebius y, sin aparente ruptura, un diálogo que se repite nos pone sobre aviso: empieza la segunda vuelta de la cinta. Cambia la decoración y la naturaleza cede el paso a la ciudad.

En ‘Síndromes y un siglo’ los personajes y la acción no tienen relevancia. Lo fundamental radica en el entorno. Mismos actores, mismas líneas de diálogo, situaciones análogas. Y un marco doble, antitético, que es el verdadero actor de este no drama.

Las simetrías subrayan la extrañeza. En la primera parte, la naturaleza resplandece por doquier, con un cariz informe que desborda, exuberante.

En la segunda, las líneas de la arquitectura configuran un espacio muy mecanizado, como si la acción del hombre condujera hacia una paradójica deshumanización. No se nos muestra el fin de ese proceso. Intuimos una tercera vuelta con el verde totalmente descartado, ya sin budas ni figuras religiosas. Prohombres para un mundo sin humanidad.

Es difícil no advertir tres símbolos que quedan suspendidos en el plano y en el tiempo: la orquídea salvaje, el eclipse y el extractor de humos. En ellos cristaliza el quid de la película. La orquídea cuelga sobre el porche de una habitación resplandeciente. La Luna oculta el Sol. El extractor absorbe el humo desde el sótano del edificio –su boca forma un cuadro fascinante.

El director no elude las explicaciones. Las elimina del diálogo. Nos las entrega en forma visual, con píldoras de humor occidentalizado (el monje que quería ser DJ, raíces ancestrales a cambio de somníferos, conversaciones absurdas, chacras y reencarnaciones con un punto de ironía, el licor en la prótesis…).

El eclipse de los personajes, el paisaje industrial, la incomprensión, el aislamiento paulatino de los seres, nos remiten a Michelangelo Antonioni, con sus panoramas (internos y exteriores) desolados.

En esta cinta el argumento es una excusa tibia. No existe dramatismo ni tensión. Lo narrativo es anecdótico.

La forma es el mensaje. El personaje principal es el contexto: la dialéctica sutil entre lo artificial y la vegetación. La oposición de simetrías. Un campo contracampo que se evade del análisis verbal.

Weerasethakul se expresa en una forma de mirar que no es posible sin el cine.
Servadac
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