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España España · Madrid
Voto de Servadac:
6
Drama Narra la historia de Lola Montes (1821-1861), cortesana y bailarina famosa en toda Europa. Nacida en Irlanda, Lola (Martine Carol) fue la amante de grandes hombres como el músico húngaro Franz Liszt o Luis I de Baviera. Ya en el ocaso de su carrera, trabajó en un circo de Nueva Orleáns, Luisiana, donde realizaba un número acrobático mientras un maestro de ceremonias (Peter Ustinov) narraba al público su escandalosa vida. (FILMAFFINITY)
2 de enero de 2007
52 de 70 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película le sienta como un guante avant la lettre a nuestra sociedad de mundos rosáceos, bazofia mediática y personajillos detestables a granel. El planteamiento es cristalino: desde el primer fotograma se nos invita a presenciar un espectáculo circense. En él, se exhibe a la famosa de turno, que vende su dignidad a cambio de treinta denarios de plata.

Lola Montes no baila, no canta, no se ha doctorado en astrofísica por la universidad de Harvard, pero es hermosa y atractiva y no le hace ascos a airear sus intimidades por un plato de caviar –ay, si al menos fuera de lentejas. Su hábitat es el escándalo escabroso. Sus armas, el encanto, la capacidad de seducción y ese aura de femme fatal, tan cotizado en el mercado de la carne y los pastiches del corazón, ¡puaj! A pesar de todo, Ophüls y Martine Carol consiguen hábilmente que sintamos compasión por el personaje retratado (salud precaria, peligrosas adicciones, infancia desgraciada y ojos tristes). Y es que Lola destila una infelicidad auténtica y profunda.

Peter Ustinov encarna al jefe de pista; un típico presentador de late night que sabe cómo darle carnaza a la audiencia. Es éste un actor al que se tiende a ensalzar con desmesura; el papel que representa es aseado, no genial –tampoco el personaje daba para mucho lucimiento. Se trata, sin más, de un hombre del show business que conoce su trabajo.

En lo puramente cinematográfico, la cinta es algo insulsa; uno tiende a fijarse en los detalles técnicos (movimientos de cámara, colorido, puesta en escena) para distraerse de una historia que resulta, seamos sinceros, un tanto plomiza. La factura es notable; la idea, espléndida. Pero… ¡no sólo de culebrones vive el hombre!

Una última consideración: si Lola es un producto de consumo, tan vistoso como digno de lástima, ¿a quién deberíamos despreciar? A su público, evidentemente. Ruin y soberano.
Servadac
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