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Voto de Servadac:
8
7,6
1.819
Drama. Romance. Bélico
Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el joven Alyosha, un soldado de apenas 19 años, gana una medalla como recompensa por su heroísmo en el frente de batalla. En lugar de la condecoración, Alyosha pide unos días de permiso para poder visitar a su madre. De camino a casa, en el tren conoce a una chica, Shura de la que se enamora. (FILMAFFINITY)
15 de junio de 2010
96 de 99 usuarios han encontrado esta crítica útil
El joven Aliosha está en el frente. Informa heroicamente del avance de los tanques enemigos. En una acción casual, desesperada, destruye dos de ellos. Ese es, en apariencia, el planteamiento: la exaltación del heroísmo militar. Pero la escena deja un poso extraño, la persecución es torpe, el tono es casi bufo.
El general propone una medalla para el chico, que, con la inocencia de sus diecinueve años, pide canjear la condecoración por unos días de permiso para despedirse de su madre. Una sutil manera de decirnos cuál va a ser el fondo de la obra: la patria no es la madre, la madre es la mujer que nos espera siempre en el rincón más confortable de la infancia.
Toda la intriga está en saber si llegan a encontrarse.
El general propone una medalla para el chico, que, con la inocencia de sus diecinueve años, pide canjear la condecoración por unos días de permiso para despedirse de su madre. Una sutil manera de decirnos cuál va a ser el fondo de la obra: la patria no es la madre, la madre es la mujer que nos espera siempre en el rincón más confortable de la infancia.
Toda la intriga está en saber si llegan a encontrarse.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
===
La guerra arruina o erosiona relaciones de pareja. La cinta nos lo muestra en tres historias diferentes, desiguales.
Un soldado pide al joven Aliosha que lleve a su mujer unos jabones y la noticia de que sigue vivo. Cuando al fin la localiza, ella vive con otro. La escena no es redonda por lo que tiene de juicio apresurado, sumarísimo y moral. Pero su preludio es una idea felicísima: pompas de jabón cayendo por el vano de la escalera reciben a Aliosha. El jabón es símbolo evidente en toda la secuencia.
La segunda historia es una maravilla. Un combatiente tullido vuelve a casa. Sin la pierna se siente medio hombre. Tras una espera interminable y angustiada, su mujer aparece y se lo come a besos. La intensidad emocional es arrebatadora. Sabemos que el tullido cuestionaba su fidelidad. En un plano inolvidable, claroscuro, la pareja se aleja al borde del andén. Oímos el sonar de las muletas. Ella trata de tomarlo por el brazo y la muleta se interpone entre los dos. Atisbamos un lejano forcejeo. ¿Ha querido ayudarlo a caminar o ir del brazo de su hombre? En esa duda ya se apunta el devenir del matrimonio.
La tercera historia es la de un beso que no llega nunca a materializarse.
===
La cinta contiene mil y un prodigios de composición: la línea narrativa está presente en los raíles y caminos; el reencuentro de Shura y Aliosha está contado en un contrapicado fascinante; el hombre repite con su gesto el gesto en Y del poste de electricidad; la geometría de las líneas enriquece cada encuadre…
Hacia el final, una explosión corta el avance del relato. El puente es pasto de las llamas. El tiempo y el viaje quedan detenidos. Entonces, el director nos brinda su poema: las nubes en el cielo, un entierro, un campo florido, una mujer amantando… Esa secuencia de planos reunidos es, para mí, uno de los dos milagros de la cinta. La parte de poema en la balada.
El otro es el abrazo con la madre. Tras utilizar la banda sonora para mover los afectos del espectador, llegamos al momento culminante. El clímax musical de la balada.
Cuando el encuentro se produce, Chukhrai hace el silencio. Y oímos el abrazo.
La guerra arruina o erosiona relaciones de pareja. La cinta nos lo muestra en tres historias diferentes, desiguales.
Un soldado pide al joven Aliosha que lleve a su mujer unos jabones y la noticia de que sigue vivo. Cuando al fin la localiza, ella vive con otro. La escena no es redonda por lo que tiene de juicio apresurado, sumarísimo y moral. Pero su preludio es una idea felicísima: pompas de jabón cayendo por el vano de la escalera reciben a Aliosha. El jabón es símbolo evidente en toda la secuencia.
La segunda historia es una maravilla. Un combatiente tullido vuelve a casa. Sin la pierna se siente medio hombre. Tras una espera interminable y angustiada, su mujer aparece y se lo come a besos. La intensidad emocional es arrebatadora. Sabemos que el tullido cuestionaba su fidelidad. En un plano inolvidable, claroscuro, la pareja se aleja al borde del andén. Oímos el sonar de las muletas. Ella trata de tomarlo por el brazo y la muleta se interpone entre los dos. Atisbamos un lejano forcejeo. ¿Ha querido ayudarlo a caminar o ir del brazo de su hombre? En esa duda ya se apunta el devenir del matrimonio.
La tercera historia es la de un beso que no llega nunca a materializarse.
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La cinta contiene mil y un prodigios de composición: la línea narrativa está presente en los raíles y caminos; el reencuentro de Shura y Aliosha está contado en un contrapicado fascinante; el hombre repite con su gesto el gesto en Y del poste de electricidad; la geometría de las líneas enriquece cada encuadre…
Hacia el final, una explosión corta el avance del relato. El puente es pasto de las llamas. El tiempo y el viaje quedan detenidos. Entonces, el director nos brinda su poema: las nubes en el cielo, un entierro, un campo florido, una mujer amantando… Esa secuencia de planos reunidos es, para mí, uno de los dos milagros de la cinta. La parte de poema en la balada.
El otro es el abrazo con la madre. Tras utilizar la banda sonora para mover los afectos del espectador, llegamos al momento culminante. El clímax musical de la balada.
Cuando el encuentro se produce, Chukhrai hace el silencio. Y oímos el abrazo.