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España España · Madrid
Voto de Servadac:
8
Drama Un hombre que duerme narra la peripecia de un estudiante que decide no levantarse de la cama el día de sus exámenes de Sociología, abandonar sus estudios, romper toda relación con amigos y parientes, y recluirse en sí mismo. Más tarde se dedicará a deambular incansable por París, a ir al cine, a leer los titulares de los periódicos, pero como lo haría un sonámbulo. Para el estudiante todo forma parte de una vaga estrategia encaminada a ... [+]
7 de enero de 2013
53 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tienes veinticinco años y un espejo en el que observas los fragmentos de tu rostro. Quieres escapar del tiempo. Pretendes repetir los gestos cotidianos hasta vaciarlos de sentido. Deambulas al azar. Aguardas.

Soledad e indiferencia nada enseñan. Nadie puede detener el paso de las horas. Tienes miedo. La indiferencia no te ha hecho diferente. El mundo sigue ahí.

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El espejo se divide en tres pedazos. Tres son los elementos clave de este film: la narración en segunda persona del singular (una voz femenina habla con el protagonista, cuya voz jamás se escucha), las imágenes y los efectos de sonido (música incluida).

Los tres hilos o elementos dialogan entre sí, convergen o divergen (a veces, la narración en off coincide con lo que se ve y/o lo que se escucha, a veces los efectos de sonido coinciden con la imagen, otras veces cada uno de los hilos circula en paralelo, como al margen de los otros…). Los tres elementos, al igual que los tres trozos del espejo, conforman el retrato del protagonista.

Aunque la imagen quede a veces dislocada, el cuadro es unitario.

La combinación milimetrada de texto, imagen y efectos de sonido proporciona múltiples momentos especiales: el contrapicado nadir del edificio circular (mientras oímos: “tu habitación es el centro del mundo”); la ventana diminuta, rodeada por la oscuridad (que me trajo a la memoria dos versos de Guillén: “Ese comienzo en soledad pequeña / Ni quiere soledad ni aspira a lucha.”); el póster del cuadro ‘La reproducción prohibida’, de René Magritte, en el que un hombre se mira de espaldas a sí mismo (la voz over alude a un doble que ha salido ya a la calle; la cámara, sin embargo, permanece fija en el protagonista, que no se mueve de la habitación); el cristal roto, la buhardilla vista desde fuera…

El juego de consonancias y disonancias entre los tres hilos ofrece hallazgos incontables. Abre y cierra grietas o fisuras en el espacio-tiempo de la cinta; crea distancias fascinantes. Caleidoscopio, alquimia, voces (en un sentido musical: polifonía), sonidos depurados. El contrapunto del silencio (“dejas de hablar y sólo el silencio te responde”). Zumbidos, un piano, la torre Eiffel sumida por la luz…

El hecho de que sea una voz femenina la que hable es un acierto pleno (se subraya así el contraste entre la mudez del protagonista masculino y la locuacidad de su conciencia), aunque no me satisface del todo la mueca del actor.

Al final, el urbanita occidental no alcanza el desapego. “Parece que, cuanto más aumenta lo preciso de tu percepción, más disminuye la certeza de tus interpretaciones”, se dice en la novela. Acaba la película, recogemos los trozos de cristal y componemos el espejo. Sus tres fragmentos reflejan la imagen fiel del joven.

El mundo sigue ahí. La indiferencia no lo ha hecho diferente. Tiene miedo. Soledad e indiferencia nada enseñan.

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No borrarás las cicatrices del espejo.
Servadac
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