Sherlock cambia los cigarrillos y la pipa por los parches de nicotina.

Es la adaptación de Homes al siglo XXI. De este modo, la serie rejuvenece al personaje y al mismo tiempo nos transmite la deprimente sensación de que el Londres actual es exactamente lo mismo que era entonces.

En la renovación de códigos que necesita para la adaptación, el personaje se vuelve inteligible para nosotros: de repente, se levanta el telón y lo comprendemos todo. Y para entender ahora al personaje, era preciso adpatarlo.

Como ha llegado la hora del revival holmesiano (con una película horrible, una miniserie de la BBC curiosa y prometedora, y un médico de televisión con mala leche que se confiesa inspirado en el personaje de Baker Street), habrá que mirarse de nuevo la serie clásica, la del inquietante Jeremy Brett. Porque a mí, tanta exactitud, tanta precisión, me inquieta. Es el Holmes historicista, como han apuntado otras críticas. Eso genera a veces la sensación de asistir a un enorme parque temático, a un pub de pipafumadores bien ambientado, a una casa museo dedicada al personaje.

Ahora bien, que como parque temático es muy grande. A partir del segundo episodio, los casos ya me dan igual, me encanta ver a Jeremy Brett fumando en pipa, vistiendo en batín, "deduciendo" genialmente. Me encanta su sombrero de copa y esa levita que le queda... pues como tiene que quedar una levita, si te quedara como un guante mal asunto.


Contras: escasa creatividad, una plasmación literal y academicista de las obras que no contribuye en nada a la psicología de los personajes.

Pros: técnicamente magistral. Platón se equivocaba cuando denigraba a los poetas, meros copistas de una copia: esta copia se queda a muy poco de superar su modelo. Está bien, es un argumento esteticista, decadente y wildeano. Pero Holmes es un personaje tan estético, tan decadente, tan "dandy"... Por eso la serie lo borda.

Muy olvidable, a menos que te hayas comprado toda la colección de figuritas de merchandising y tengas aún que rentabilizarlas. En tal caso, no deberías estar leyendo esta crítica.

Parece que Peter Jackson no se decidiera totalmente: ¿vamos a hacer una coña, o algo épico? Al final, metió mogollón de nazgules y orgos chungos y lo aderezó con unas pizcas de humor hobbit (son bajitos, peludos, a quién no le van a hacer gracia; si la Comarca es el Lepe de la Tierra Media). Resultado: ni frío ni calor, el único modo de hacerla pasable es tomársela como un chiste malo.

Todos los que en su época de acné juvenil se enviciaron con los colegones al juego de rol aquél de las pastas rojas sabrán a lo que me refiero. Pero ellos tampoco es probable que estén leyendo esta crítica.