Decidí ver esta película por el morbo que representaba su argumento y observar hasta donde podía llegar el cine a la hora de elegir ciertos temas y cómo desarrollarlos.

La propuesta de “The Human Centipede” es harto interesante, ya que ver en pantalla el repulsivo experimento humano de unir a tres (cuatro, cinco…) personas por anos y bocas no deja de ser escandalosamente obsceno. La malsana curiosidad está en el punto escatológico de que lo que el primero come y después caga es ingerido por el segundo, que a su vez caga y es ingerido por el siguiente, y así hasta cuantos se desee.
Si la base de la película es este experimento y sus consecuencias, el film fracasa estrepitosamente, ya que su plato fuerte, el proceso de unión del chico y las dos chicas y como el perturbado doctor los adiestra posteriormente y juega con ellos, se limita a unas mínimas escenas, todas ellas filmadas con el mayor pudor posible para no escandalizar demasiado. Un director tan osado que es capaz de llevar un tema así a la pantalla, se amilana a la hora de mostrarlo y se limita a hacer caminar un poco a su ciempiés humano para que el espectador vea su propuesta, eso sí, sin mucha sangre, sin mucha comida y con nada de caca. Como ejemplo de la cobardía del director sirva como muestra la unión de las tres personas, la primera y la segunda llevan una especie de suspensorio en sus culos respectivos para sujetar la boca del que está enganchado detrás, pero también la última lleva un taparrabos, como si ese degenerado perrito no tuviera derecho a hacer caca libremente. La contemplación de ese innecesario último taparrabos, para no mostrar las vergüenzas de la pobre chica, da muestra de lo que se cortan determinados directores que pretenden romper moldes y después se acobardan.

Aparte del tema central del experimento, la cinta no deja de ser una tradicional película de suspense, con encuadres sugestivos para mostrar la locura del doctor, una intriga de lo más pobre y una puesta en escena tan funcional como poco atractiva. Todo lo que sucede en esa casa del horror está filmado de la manera más tópica. Intentos de fuga, persecuciones por los pasillos, aporreo de puertas, encierro en habitaciones, acoso amenazador, presencia policial, rutinarias miradas y contra miradas de una sosería abrumadora y las típicas escenas que quieren ser gore y se quedan en sanguinolentas.

Película rutinaria, de escasa tensión, tópica realización y algún llamativo encuadre para llamar la atención. Mi inicial interés fue degenerando en aburrimiento y decepción.

Nunca he sido un entusiasta de “Tornatore”, ni de su afamada “Cinema Paradiso”. Reconozco que su cine es honesto, amable y entregado, pero veo en sus imágenes un exceso de autocomplacencia y una sensibilidad tan blanda que a veces revolotea en torno a la sensiblería. Con esta premisa empecé a ver “La mejor oferta”, temiéndome que la película transitaría por esos mismos parámetros, pero esta vez a “Tornatore” le ha funcionado.

A pesar de algún fallo de guion, a nivel de credibilidad de la historia, y alguna torpeza narrativa, la película funciona en su propuesta y en su puesta en escena. Los movimientos de cámara, a veces algo gratuitos, acaban atrayendo al espectador y envolviéndole con esas imágenes suntuosas que la historia requiere. Los personajes están bien perfilados y algunos extraordinariamente interpretados (Geoffrey Rush, como siempre) y consiguen integrarte en sus vidas, hasta empatizar, que es a lo que un buen cineasta aspira, en este tipo de narraciones.

Los mejores momentos en esta ancestral historia, de seducciones encubiertas y amistades conjuradas, son los que muestran el acercamiento emocional de ese “offsider” de la fisicidad emotiva que es el protagonista. Ambientando el espacio en una decadente y antaño aristocrática casona asistimos, a través de los solemnes movimientos de cámara, a esa entrega desesperada, negado ya cualquier control.

Esta vez la emotividad que ha puesto “Tornatore” en su película le ha funcionado y sus pretensiones modestas, en cuanto lo que quería contar, han conseguido transmitir al espectador, de una manera tan sencilla como efectiva, las grandezas y miserias que, en lo más profundo, esconde el corazón humano.

“Cartas a Julieta” pertenece a ese tipo de películas tan bienintencionadas como tramposas en que todo está al servicio de la sensiblera historia que pretende contar, para emocionar a algún despistado o débil mental.
Nada más empezar, esta cargante película, ya pone sus cartas al descubierto, cuando en mitad de los títulos de crédito introduce una acaramelada cancioncilla como prólogo a todo el horror que después ha de desarrollar.

Desde el primer momento esta producción, dirigida a la más elemental de las emociones, pone en marcha todo un proceso en que confluyen: el casting (actores primarios que pondrán cara de bobos a lo largo de la película, Franco Nero incluido, se salva la siempre digna Vanessa Redgrave), la música (cancioncillas dulzonas para acaramelar las escenas), el guion (frases tópicas y ostentosas que llegan a la estupidez), la fotografía (llena de artificiosa vívida luz los encuadres que enmarcan tanto a personajes como al rural paisaje en que se mueven), la interpretación (miradas trascendente y gestos que muestran lo entrañable de la emoción que comparten), el montaje (secuencias ordenadas de los rostros/miradas entre dulces y estúpidas de los personajes, así como mostrar a ese coche viajero que siempre recorre el mismo paisaje y la misma la carretera junto a esos árboles que la bordean), y como no, la dirección (el incompetente de turno, organiza toda la parafernalia para crear una historia donde la base está en el guiño cómplice que dirige a los espectadores, a los que quiere hacer compartir esa complicidad con sus pobres criaturas de ficción)

La historia que nos explican es un puro artificio y a medida que transcurre se va volviendo tan cargante como artificiosa. Las actuaciones a nivel de protagonistas son de un tópico elemental, y cuando el quimérico director quiere filmar escenas corales consigue el más absoluto de los ridículos. Todo está encaminado a potenciar un pretendido amor verdadero que sobreviva a los tiempos y a las dificultades, y para ello tanto director como guionista nos someten a la tortura de ver como esos incapaces emocionales deambulan por todo el metraje, diciéndose cositas, echándose miraditas y hasta permitiéndose alguna cándida caricia que parece más digna de una película infantil que de adulto.

Pocas cosas pueden resultar más aterradoras que un par cretinos acercándose con la excusa del amor, hasta arrimarse lo suficiente, como, para en mitad de su ridículo desconcierto, llegar a la proximidad cárnica y confundir el desmadre orgásmico con la emoción sentimental.

El amor es algo serio, hermoso, trascendente, emocionante y hasta definitorio. Cuando alguien pretende especular sobre él, se le debería exigir un mínimo de inteligencia o por lo menos de integridad, porque si no, la tontería se impone y el más absoluto de los absurdos está servido. Es entonces cuando el ridículo invade hasta el último rincón de los corazones.

Nada mejor para exponer la barbarie y el horror humano que mostrar los hechos acontecidos durante una guerra, sobre todo si lo narrado ocurrió realmente.
La película comienza con el acoso de los japoneses a Nanking, capital de China en 1937, y a continuación desarrolla toda la brutalidad que se cometió sobre sus habitantes chinos.

La mejor manera de narrar todo esto, para llamar la atención sobre la crueldad y la sinrazón humana, es hacerlo en forma realista, sin ahorrar detalles que muestren esa atrocidad. El problema de esta película es que antepone la estética a lo que narra, y todo el impacto de lo que se ve en las imágenes queda diluido por una planificación y un montaje que acaba siendo efectista por momentos en lugar de conciso y descarnado (tan lejos de Rossellini y sus “Roma, città aperta” y “Germania, anno zero”)
El guion no deja de ser algo confuso y los hechos no tienen una continuidad y una progresión. Se van aislando los momentos que el director pretender resaltar, para realizar escenas de alto impacto visual, pero acaba creando confusión en el espectador sobre la historia que cuenta.

La película está bien planificada y está muy conseguida en las escenas de lucha entre chinos y japoneses, cuando muestra las masas apiñadas y encerradas que poco a poco irán siendo masacradas y esa vulnerabilidad humillante de los vencidos ante los vencedores. La pena es que el efectismo se antepone en varios momentos de la película. Como ejemplo sirva la secuencia en que algunas de esas muchachas chinas que son obligadas a prostituirse, y que aparecen siempre medio vestidas, cuando sus cuerpos son arrojados a una carreta aparecen completamente desnudas. Así, apartándose de la lógica de la narración tal como era explicada, consigue que el impacto visual que nos produce la impúdica desnudez de esos cuerpos muertos sea más impactante.

Uno de los mejores momentos del film es cuando el director se olvida de florituras visuales y deja la cámara estática para que sean los hechos los que nos conmuevan en lugar de los encuadres y la planificación.
El fusilamiento de Mr. Tang (Wei Fan) es mostrado en un plano fijo. Recortado ante un montículo, el poste, donde acaban de fusilar a otros prisioneros, al fondo. Al prisionero tratan de vendarle los ojos a lo que se niega, le vuelven a poner las gafas, es llevado y atado a ese poste, el pelotón dispara, el tiro de gracia, el pelotón se retira y en primer término el oficial japonés lo contempla todo impasible. La desnudez de la escena, en una plácida mañana, muestra esa muerte injusta con todo su horror. Eso es suficiente, no son necesarios aderezos de planos para resaltar la crueldad de esa acción.

Película esforzada, realizada con ganas y emoción, algo confusa en el argumento, tan efectiva como a veces efectista y que consigue lo que pretende, aunque sea a costa de amanerar el conjunto.

El polifacético y erotómano Jesús Franco (alias Jess Franco) persiste en su línea erótico-pornográfica y con sus 80 años realiza un experimento audiovisual, que convierte en película para mostrarla a todo aquel interesado en verla.

Por desgracia como experimento tiene muy poco, aparte de esos efectos que cualquier padre de familia puede realizar con su cámara de video familiar, y como intento de película (ya que no llega ni a asomo de película) se queda en el camino, como un enorme tostón para lujuriosos poco exigentes.

La dualidad pretendida en esa bailarina/s como Jekyll/Hyde para mostrarnos una interminable y penosa escena lésbica, a cámara medio lenta, para alargar el suplicio del espectador, se queda en lo que ha debido ser uno de los últimos pitorreos de un viejo zorro dedicado al cine, que no duda en poner un crimen/suicidio como excusa para su deleite en su filmación.

Contemplar a esas dos mujeres (o una que es dos), de no muy buen ver alguna de ella (con esa libérrima y desmadrada música que altera el posible intento de concentración visual) como retozan en plan erótico, sin profundizar en los placeres que la carne ofrece y sobre todo en su hondura (tratándose de mujeres) acaba siendo un tormento para un espectador que valora el sexo tanto en su estética como en su mensaje… y no digamos en su utilización!!!