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España España · Badajoz
Críticas de Orlok
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Críticas 17
Críticas ordenadas por utilidad
10
1 de septiembre de 2008
44 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres años después de Batman (1989), Tim Burton dirige la segunda adaptación cinematográfica sobre el hombre murciélago. Al sumergirse en el anterior proyecto, el director sólo contaba con dos largometrajes previos: la irregular La gran aventura de Pee Wee y la brillante aunque aún a un paso de sus mayores logros Beetlejuice. Se trataba de un Burton todavía inexperto que abordaba con cierta inseguridad su primer superproducción. El enorme éxito de este film permitió a Burton embarcarse en la que es quizá su obra más personal, Eduardo Manostijeras y en 1992, compaginando la dirección de Batman Vuelve con la producción y supervisión de Pesadilla antes de navidad el director, ya consolidado, se encuentra en uno de sus mejores momentos creativos. Este factor determina que en la obra que nos ocupa Burton disponga de una mayor libertad que va a determinar el marcado carácter sombrío y personal del film.
El elemento más característico de su cine, el outsider o personaje marginal (Ed Wood, Jack Skellington...) toma forma en el trío protagonista: Batman, el Pingüino y la Mujer Gato. El análisis y descripción detallada de la psicología de estos personajes, su doble identidad y la némesis Batman - Mujer Gato constituye uno de los puntos fuertes de la película. Antihéroes o villanos, todos son seres extraños que buscan su propia identidad en un Gotham oscuro y gótico, si bien muy diferente del que presentó Anton Furst en la anterior entrega.
Respecto a la banda sonora Danny Elfman retoma el tema principal que popularizara en Batman pero elabora una partitura diferente y acorde al cambio hacia el estilo mas personal con destacadas piezas como Selina Transforms o Birth of a penguin, título que orquesta el magnífico prólogo de la película, escena que nos adentra en el maravilloso universo de su creador y se erige como una de las secuencias más inspiradas de la filmografía burtoniana.
Y es que Batman Vuelve trasciende de ser una mera secuela para convertirse una obra con una personalidad propia, que se aleja del cine comercial y demuestra nuevamente cómo Burton ha sabido reflejar con fidelidad y maestría la esencia del personaje de Bob Kane desde su prisma particular.
Orlok
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7
6 de agosto de 2010
21 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
En "El cine según Hitckcock" (F. Truffaut, 1967 ), el maestro Alfred revelaba muchos de los secretos de su hacer cinematográfico y gran parte de sus ideas y planteamientos sobre el suspense en el séptimo arte.
Según el director británico éste siempre parte de un exceso de información por parte del receptor (en este caso, el espectador).
El espectador sabe más que el protagonista de la película y eso es lo que le angustia. Por eso, saltándose las reglas del whodunit clásico, a Hitchcock no le interesaba en muchas ocasiones esconder la identidad del asesino hasta el final, sino que se lo mostraba al espectador de antemano (véase Frenesí, 1972) para que éste sufriera viendo cómo los personajes daban bandazos persiguiendo a todos los sospechosos mientras el verdadero asesino continuaba perpetrando sus crímenes.
En el slasher únicamente en la primera entrega suele pervivir algo del interés policíaco ya que una vez que se suceden las secuelas, si bien el nivel de calidad suele ir notoriamente en descenso, es el mismo asesino al que buscamos y son cada vez mayores su carisma y apariciones, restándose interés a la autoría y motivaciones del asesinato.
Así ocurre en Muñeco diábolico 2. Salvando las distancias de este producto con la filmografía gloriosa del mago del suspense, me ha soprendido gratamente encontrar bastante elementos interesantes en esta temprana secuela.
El poseído muñeco Chucky reaparece en esta ocasión con una acentuada dosis de humor y gamberrismo.
Ya nada hay de original en el hecho de que el muñeco cobre vida. Sin embargo, son pocos los que conocen y creen esto como cierto y eso es lo que los aísla.
El pequeño Andy contempla cómo la gente muere a su alrededor bajo las garras de un muñeco sin poder hacer nada , asistiendo ante la incredulidad de su entorno.
Esta condición le margina y condena al igual que a todos los que conocen la realidad del Chucky.
Curiosamente, gran parte del cine de terror y , en concreto, del slasher, funciona bajo esta premisa : "El verdadero poder de los vampiros reside en que nadie cree en ellos".
Desgraciadamente pocas películas pertenecientes a sagas slasher pueden ser consideradas grandes obras del cine de terror.
Valen mucho más en conjunto que individualmente y su verdadero mérito no está tanto en la calidad cinematográfica (que no podemos exigirles) sino en la trascendencia icónica de los personajes que los inserta en la cultura popular.
¿Quién no ha tenido entre los más tiernos terrores de su infancia a un Chucky, IT o Freddy Krueger sin siquiera conocerles?
Orlok
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7
19 de marzo de 2010
33 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mal ajeno se inicia con un interesante planteamiento: Diego es un médico que asiste a pacientes en su mayoría terminales en la unidad del dolor de un hospital.
Su actitud ante el este dolor parece ser clara. Frente al joven residente que se sorprende y padece de primera mano los sufrimientos de cada caso, Diego permanece frío, impasible. Desempeña su trabajo con eficacia pero no se deja afectar por los padecimientos de los enfermos.
Esta premisa nos sitúa en un debate ético muy interesante: ¿Hasta dónde debemos alterarnos por el sufrimiento, el mal ajeno? ¿Ese distanciamiento, necesario para desempeñar la profesión de Diego con equilibrio conlleva una deshumanización, automatización de la persona hasta el punto de no verse conmovido ni siquiera por las alegrías de sus pacientes?
Son muchos los caminos por los que podría desarrollarse una historia con tal premisa.
Sin embargo, el espectador, que en principio cree asistir a un drama cargado de problemas sociales y preguntas morales, descubre no muy avanzado el metraje, que El mal ajeno pronto comienza a moverse por derroteros de tintes fantásticos.
Si bien en un principio estos elementos parecen restarle todo el interés a la profundidad de la trama, hacia el final del film los hilos se irán uniendo y la confrontación moral entre el bien personal y el bien común resurgirá con más fuerza.
A pesar de todo, la fusión de géneros le hace un flaco favor al conjunto y el resultado es un largometraje original pero a ratos tramposo donde no se llega a encontrar en ningún momento el punto de realismo de un drama social ni el de verosimilitud de un buen argumento fantástico.
Orlok
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8
30 de diciembre de 2019
26 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine nació, como los trucos de magia imposibles alumbrados entre carromatos y carpas de feria, de las manos hábiles y tramposas de prestidigitadores de luz y sombras chinescas. A lo largo de casi siglo y medio los espectadores hemos llegado a un acuerdo tácito con los que mueven las tramoyas al otro lado de la pantalla: estamos dispuestos a disimular que muchas veces nos percatamos del engaño y vemos los cables detrás del escenario a cambio de recibir altos niveles de entretenimiento y buen material del que, como decía Shakespeare, están hechos los sueños.
Por eso aceptamos que la luna pudo ser un ser antropomórfico de mirada lasciva (y, dicho sea de paso, bastante inquietante) al que un cohete le acertaba en pleno ojo cuando así nos lo contó Méliès en 1902. Imagen icónica de la historia del cine. Como quisimos maravillarnos con un mono sembrando el pánico desde lo alto del Empire State Building y con dinosaurios poblando una Prehistoria repleta de mujeres sesenteras con curvas de infarto, aceptamos pulpo como animal de compañía y no nos importó que King Kong y los velociraptors de Ray Harryhausen fueran muñecos animados fotograma a fotograma del tamaño de una maqueta.
El espectáculo tenía que continuar, y quisimos seguir soñando, así que aceptamos los hombres-lobo, las mujeres-pantera, los niños encogidos por cariño y hasta un planeta de humanos muy poco simios.
Por eso hoy resulta incomprensible que nos hayamos negado a aceptar el híbrido entre gatos y humanos que propone la adaptación cinematográfica de Cats de Andrew Lloyd Webber y que este sea uno de los principales argumentos aducidos para justificar la lapidación en plaza pública a la que está siendo sometida la película desde antes de su estreno.
Tom Hopper podría haber elegido filmar Cats como la fantasía de maquillaje gatuno y acrobacias en leotardos tal y como fue concebida y popularizada en el musical de 1981, pero esto ya se hizo en 1998. Tampoco ha querido optar por una animación de gatos hiperrealistas al estilo de El Rey León (2019), quizá siendo consciente de que así sacrificaría gran parte del encanto coreográfico y la expresividad humana de los felinos.
En su lugar, ha optado por rodearse de un elenco formado por figuras que ocupan la primera escena en el panorama cinematográfico (Ian McKellen, Judi Dench), musical (Taylor Swift) y del mundo de la danza (Francesca Hayward es nada menos que bailarina principal en el Royal Ballet en Covent Garden en Londres). No es, desde luego, un salto al vacío, aunque sea desde los tejados londinenses.
La propuesta es arriesgada, sí, como toda traslación de un musical de estas características a la pantalla grande, y la exportación del esquema argumental de una historia que trascurre en un escenario muy reducido y en un intervalo de tiempo tan corto como una sola noche conduce a que el ritmo de la película se resienta en algunos momentos.
Sin embargo, las escenas que han sido más vilipendiadas debido a algunos acabados finales poco afortunados no son más ridículas que los números musicales donde Tim Burton daba rienda suelta a su delirio pop-surrealista multiplicando exponencialmente por medios digitales al actor Deep Roy, el Oompa Loompa de Charlie y la fábrica de chocolate (2005).
Hooper ha sido muy consciente de la complejidad de su propuesta estética y ha sabido conjugar la poética de los primeros planos dramáticos, como ya hizo en Los miserables (2012), con las célebres canciones de Andrew Lloyd Webber, tomando como fondo los evocadores escenarios dickensianos de la noche callejera londinense.
El resultado podrá gustar más o menos pero no es, desde luego, proporcional al nivel de agresividad de las críticas recibidas, en las que se ha llegado hasta a acusar a la película de racista por “blanquear” al personaje de Francesca Hayward, actriz de origen keniata que interpreta a la gata blanca Victoria.
Para amantes incondicionales de los musicales, para quienes sepan pasar por alto las manos irremediablemente humanas de Ian Mckellen y Judi Dench y para quienes se emocionen con las vicisitudes de un grupo de gatos artistas que experimentan el sabor agridulce de los escenarios, donde un día el público y la crítica te reciben con palmas y aplausos y al siguiente decretan, inmisericordes, tu sentencia de muerte.
Orlok
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8
25 de enero de 2010
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Convertir en arte un problema, una confusión, una crisis existencial y personal. Ésa es la premisa y el resultado de Otto e mezzo (Federico Fellini, 1963).
Nine es una deliciosa revisión del clásico llevada al terreno del musical, un pintoresco desfile de personajes que dan vida en un festival de música y color a las reflexiones, sueños, fantasías y recuerdos del desaforado Guido Contini (Guido Anselmi en el original de Fellini).
Los tipos femeninos recurrentes del director italiano bailan, se pasean y se lamentan en diversos lugares de una Roma onírica y fantástica haciendo las delicias del director consfuso y el espectador.
Claudia (Nicole Kidman) es la musa, esa inspiración venida de otro mundo cuyo encanto inconsciente e inocente irradia magia en cada uno de sus gestos a los que se encuentran a su alrededor.
Carla, la amante (Penélope) es una mujer pasional, salvaje y dependiente, que da rienda suelta a los delirios fetichistas del director (maravillosa la escena de la pensión) y la maravillosa Marion Cotillard encarna a Luisa, la esposa, que representa del algún modo la ternura, el sentimiento y la salvación del director, la verdad que necesita encontrar más allá de su realidad de falsedades y engaños.
Sin llegar a la profundidad intelectual y piscológica de Ocho y medio, Nine es un maravilloso divertimento en homenaje a la ópera magna del maestro.
Orlok
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