Más una versión feminista de la primera entrega que una continuación, estos Cazafantasmas (2016) tienen en la habilidad de Paul Feig para dejar a sus actrices un campo amplio de improvisación una fuente de carisma y carcajadas.

La trama es un capítulo largo de Scooby Doo (es un piropo) y de reencuentro entre amigas donde los énfasis están puestas en las Cazafantasmas como empleadas públicas de un sistema que no las reconoce. Desde luego, son momentos muy distintos a los años 80.

Kristen Wiig y Melissa McCarthy sostienen la película con sus tempos cómicos tan distintos, y Leslie Jones y Kate McKinnon aportan dos maneras distintas de estridencia y excentricidad. Chris Hemsworth como el sensual e idiota secretario demuestra ser un gran comediante.

Quienes crecimos en las aguas nerdotas de Batman, sabemos que hay uno para cada época y que a la naive BatFamilia, que comienza con Batman y Robin y Alfred y se amplía en los (puritanísimos) cincuenta con Batwoman y batgirl, le siguen siempre épocas prudentes de oscuridad o incluso pequeños combinados.

No es de extrañar que esta secuela / spin-off sacado de las aguas auto-conscientes de La Lego Película de Phil Lord / Chris Miller sea , antes que nada, un agradable homenaje al personaje surtido de agradables bromas a costa del legado del personaje que, muchos años después, empieza a ser ya tan cinematográfico como tebeístico.

Así, "Iron Man es un pringao" o las muy sutiles chanzas a costa de la Trilogía Nolanita o los tópicos de todas las películas de Batman resultan apropiadas, pertinentes y agradables. La moraleja de la película, tan sencillita, no desencaja con la mitología: siempre necesitamos formas de família, nos guste o no.

Este Batman, narcisista irredento y chulo paródico adicto a sí mismo, tiene en el Robin cursi un magnífico compañero y en el Joker un perfecto antagonista, probablemente porque tanto él como los secundarios (Alfred, Batgirl) están ahí para sugerir que el universo del murciélago es, en el fondo, una gran família de desquiciados.

Las bromas del microondas, la que implica Jerry Maguire o la de la lista de villanos entre lo más sublime del conjunto.

Obra maestra del cine, Quentin Tarantino se sirve de un relato de Elmore Leonard y traza una historia donde las aspiraciones por salir de la vida llevan al engaño y a una cierta traición de las ilusiones. Con un villano magnético encarnado por Samuel L. Jackson, implacable pero con un destino al que trata de eludir en vano, y una magnífica Pam Grier, Tarantino da mimbres a una versión madura de su cine, donde el ritmo de los diálogos nos sirve para encontrarnos de muchas maneras.

Las bromas de raza aquí son malentendidos profundos y conmovedores - el uso de The Delfonics en la película tiene mucha inteligencia por parte de su cineasta - y la fotografía de Guillermo Navarro es un uso de luces naturales y de California del todo bienvenido para QT.

Su mejor película, de lejos.

Calles de Fuego es una versión atornadora, sin demasiado sentido, del argumento de Casablanca filtrada por el enfebrecido homenaje al rock&roll de la cultura de masas de la industria musical californiana e interpretada por Michael Paré y Diane Lane en clave kinética.

Nada tiene sentido, pero todo está lleno de epifánicas canciones ochenteras y transcurre en un mundo enfebrecido conocido como "los 80" por las revistas de tendencias al que, de vez en cuando, los miopes van a descansar.

Willem Dafoe es un villano sacado de cualquier película juvenil de los 50 y Rick Moranis es un Andrew Lazslo para la década post-Woody Allen.

Lo que llamamos "giallo" son muchas cosas: novelas policíacas de bolsilibro publicadas en Italia y las películas de asesinos que rodaron, con colores alucinantes, Bava, Argentino, Fulci, Martino. La inspiración es Hitchock, pero la ejecución puede tener más en común - por su vocación explícita y enloquecida - con, pongamos, un DePalma o asín.

El problema es que a diferencia de DePalma, Tenebre tiene actores lamentables, el escenario futurista de Roma se "despega" y lo subversivo de la película - esa visión ennegrecida del mundo post-revolución sexual - es ahora una tentativa reaccionaria al lado de los melodramas locos de Almodóvar.

Argento tiene gracia con sus planos secuencia; tiene música enloquecida y gusta de mostrar cuanto hay de irónico en sus juegos macabros. Pero Tenebre que es, en rigor, la historia de un escritor como asesino incapaz de salir de su propia deriva psicopática ha quedado como la frecuencia parcial y algo anticuada de su tiempo, donde la huella no nos permite entender y parecemos mirar la parte borrada como algo tan importante como la que vemos.

Por supuesto hay cosas bellas aquí y allí, y los amantes del gran cine de culto observarán la coda y reescritura que hay en Los Cronocrímenes de Vigalondo de un plano secuencia hacia la mitad del film. El hecho de que transcurra en una Roma irreconocible es una idea francamente hermosa del diseño de producción, pero Argento no da usos al extrañamiento de esta audacia y queda como un acierto aislado en un mar de torpezas (los diálogos son especialmente sonrojantes).

Está claro que hay en Tenebre elementos que permiten de hablar de precursora de Instinto Básico, pero Verhoeven encuentra el charm hollywoodiense donde debe, el pulp donde se tiene que oír y añade su habitual desmedida-espectáculo.