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España España · Sevilla
Críticas de Musiczine
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Críticas 197
Críticas ordenadas por utilidad
1
11 de febrero de 2015
116 de 146 usuarios han encontrado esta crítica útil
Era de esperar. Consumada la chorrada, la nadería y la celebración de la blandura. La adaptación cinematográfica de la famosa novela de E. L. James está a la melindrosa altura del referente literario desde el que parte. Nos hallamos frente a la consumación de una morrocotuda operación comercial hecha a mayor gloria de los látigos que no hacen daño… esto es, a la flagelación con papel de celofán, al gemido Barbie Mocosete, al orgasmo de media punta, al corrimiento a distancia, a la salvajada profiláctica dentro de un orden … Nada por aquí y nada por allá... de aquí te cepillo, aquí te mato, ni media. 50 SOMBRAS DE GREY no es un film, sino una burda excusa para que pasen por caja las millonas de lectoras que han sucumbido a esta ñoñez indolora.

La película, de sobra conocido por todos, narra los encuentros amorosos entre un multimillonario, joven, guapo y guarrillo, que se lo quiere montar de transgresor sin cuero con una inocente chica, a quien conoce en su despacho cuando ésta acude a hacerle una entrevista para una publicación. El amor surge waltdisneyforme. Un cuento de hadas puesto al día, al que se quiere oscurecer mediante un ardid que se quiere siniestro y perversísimo: al tal Grey, le va el sado… dice que no hace el amor, sino que folla y tiene una cámara con un surtidito de juguetes para el sado que ya quisiera Falete para sodomizar, más aún, a su flotador patito… el meollo juguetón de la peli lo ocasiona la aceptación de ella del juego de sumisiones que le plantea el bizarro forrado…

La película es un infausto compendio de mediocridades escénicas y literarias estiradas, ralentizadas y sobadas hasta la extenuación. No hay más conflicto que la contemplación del patético fotonovelón con ínfulas peligrosas. Los dos personajes están pincelados a golpe de tópico facilón: él, un príncipe azul con ganas de mamporrear glúteo después de poner el zapato de cristal… y, ella, la cenicienta con ganas de agacharse en bolas después que la calabaza se convierta en coche de lujo. No hay más sorpresa que la de contemplar con qué caprichito (o caprichoto) caro y volantinero (que si un paseo con helicóptero, que si otro con un aeroplano donde ni siquiera un polvo sin motor) le sorprenderá él niño bonito a la bella obediente del cuarto con cosas para pegar y meter.

La realización de Sam Taylor-Johnson es igual de calentorra que el jardín de cubitos de un iglú. Caligráfica, torticera y modosona, confunde elegancia con bocadillo de papel de Albal por dentro, y, calentura, con cremallera de candado de cancela antigua. El director únicamente se aviene a que nada incomode la clarita transparencia de la función: ni un solo deslizamiento oscuro, ni un solo momento que intente sobresalir de lo castradoramente aplicado, ni una sola voluntad de transgresión. Tramposo como un Photoshop de Kiko Rivera con la cintura carmina de Cayetano, Taylor-Johnson se limita a fornicar sin echar ni gota… Lo suyo no es un coitus interruptus, sino un kiki de caca sobre sábanas de mucho raso y poco pelo.

En resumidas cuentas, un video clip de lujo casto, que ni vale como radiografía del sentimiento amoroso, ni como estudio de los mecanismos del deseo, ni como ahondamiento en las entrañas emocionales de la tortura, la dependencia y el acatamiento afectivo. Una puesta en escena tan desabrida y empalagada como las fantasías húmedas de Bob Esponja pensando en una peli de porno de algas, ni siquiera los esfuerzos de los dos intérpretes pueden hacer nada por evitar la mustiez generalizada. Él, está especialmente nefasto. Jamie Dornan pone todo el rato cara de estar haciendo el exámen de química de selectivo. Dakota Johnson enseña toda la física, pero, nada… como si te tocas los bajos haciendo un examen de religión. Un calvario de vulgaridades, un suplicio de mandangas, una exquisita tortura para retinas pacientes. El que quiera polvo del bueno, que no se arrima a esta era. Y el que quiera un porno mejor que éste, que se imagine a la Campos con su Bigote catándole el Arrocet.
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Musiczine
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9
14 de febrero de 2014
99 de 145 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras emocionarnos con ANTES DEL ANOCHECER, tercera parte de su famosa trilogía, Richard Linklater vuelve a depararnos un ejercicio en el que la experiencia del paso del tiempo se postula como el elemento principal de la propuesta. De alguna forma, BOYHOOD viene a ser la concreción en una sóla película de la experiencia que supone ver seguidas las tres partes de la famosa terna protagonizada por Julie Delpy e Ethan Hawke. La idea ha sido ardua de producción pero, por fin, podemos decir que ha sido estrenada una, en principio, apasionante experiencia fílmica.

BOYHOOD comenzó a rodarse en el verano del 2002 y vio concluido su rodaje en octubre de 2013. La causa de semejante tardanza no la ha ocasionado ningún vaivén económico, ni humano, sino que es consecuente con la idea motriz que la ha generado, con la que, libremente, ha sido concebida: ni más ni menos que la posibilidad de rodar una película en la que el envejecimiento de los personajes estuviera encarnado por los mismos actores sin necesidad de maquillaje o cambio de rostro alguno. El espectador asiste a un paso de tiempo encuadrado realmente por unos rostros que han sufrido el mismo paso del tiempo que los personajes.

La singularidad del proyecto podría tildarse de meramente extracinematográfica o de artificiosamente caprichosa. Sin embargo, la incombustible falsa transparencia con la que Linklater sabe solventar siempre el entuerto narrativo que tiene entre manos causa que esto no ocurra, colaborando a que la idea central del film quede definida con deslizante nitidez. El meollo argumental de BOYHOOD lo provoca el seguimiento a un, al principio, nicho de cinco años, Mason, al que seguiremos hasta que cumpla los dieciocho. Lógicamente, la agilidad narrativa se verá obligada a mediar suculentos y numerosos saltos temporales. En éstos, la película cuaja uno de sus muchos encantos.

El film indaga en el paso de la infancia a la adolescencia de su personaje central. Sin embargo, uno de los aciertos de Linklater es no colocar a Mason como omnipresente y tiránico elemento a observar y desarrollar. Su protagonismo es evidente, pero el realizador tolera que la asombrosa experiencia envejecedora se extienda a personajes como la hermana, el padre o la madre. De esta forma, se convierten en elementos muy condicionadores de la mirada aportada por Mason detalles como la personalidad de su hermana, como el hecho de que los padres ya desde el inicio del film estén separados, o como la falta de tino emocional de la madre para conseguir pareja.

BOYHOOD resulta ser una curiosa experiencia espectadora que se mueve con comodidad dentro de ese dilema continuo que constituye las inesperadas elipsis temporales y la sencillez de entramado narrativo que sirve de soporte al experimento y que va ganando en solidez conforme va avanzando la edad del protagonista. Linklater soluciona con naturalidad la dificultad que supone estructurar el guión mediante segmentos biográficos urdidos unidireccionalmente. Los distintos personajes secundarios aparecen y desaparecen según el periplo vital al que debe someterse Mason. No lo es, pero el film parece estar contado por una voz rememorativa en primera persona, pues narrativamente, sin tentaciones melodramáticas estilizadas, se atiene a contar las pinceladas vitales más importantes de su vida.

De ese estallido tenue de imprevisiones, obtenemos un film sensible, tierno, fácil y honesto, que evita siempre el riesgo de la carga teóricamente telefílmica de su propuesta, por el que se cuela una pequeña extrañeza observativa. Resulta muy interesante asisitir a cómo el propio aprendizaje realizador de Linklater se hace patente, haciendo que el paso del metraje nos descubra su propia madurez artística: el empleo de planos largos de acompañamiento, por ejemplo, es muy superior en la segunda parte del film que en la primera. De BOYHOOD cabe decir que le cuadra a la perfección el calificativo de deliciosa.
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Musiczine
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7
11 de febrero de 2014
31 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace tres años, el noruego Hans Petter Moland propuso, dentro de la competición oficial de aquel año, una suculenta comedia negra titulada A SOMEWHAT GENTLE MAN. IN ORDER OF DISAPPEARANCE vuelve a acreditar la capacidad del realizador noruego para abordar esta especialidad tan del gusto del espectador contemporáneo. La mezcla de géneros, además de uno de los rasgos inexcusables de la modernidad, se está convirtiendo en peaje artístico de imposición casi obligatoria. Corren muy malos tiempos para la pureza, así que debemos de conformarnos con lo que nos ofrece el cada vez más numeroso plantel de fusionadores cinematográficos: Petter Moland se halla entre los mejores.

Su nueva película nos propone una suerte de thriller gansteril, acometido desde una óptica irónica que permite que el enredo argumental no cese, salvo en el arranque, de pringarse puntualmente de ácida comicidad. El film arranca presentándonos a su personaje principal, un veterano conductor de quitanieves. Nos hallamos en Noruega. Pleno invierno. Un pequeño pueblo situado en los alrededores de Oslo. Nils acaba de ser declarado Ciudadano del Año por la efectividad y la disposición con la que ejerce su trabajo en las carreteras de la población. Sin embargo, la placidez que parece rodearle se quiebra de súbito al tener noticia de la muerte de su único hijo. La policía dictamina que ha sido por una sobredosis de droga. Él se niega a aceptar ese dictamen: el espectador ya sabe que se halla en lo cierto. El joven ha sido asesinado por un par de esbirros de un importante narcotraficante. Nils no tardará en investigar y tomar drásticas decisiones por su cuenta.

IN ORDEN OF DISAPPEARANCE resulta un notable ejercicio cinematográfico por la desinhibida tonalidad que Petter Moland impone al fluir del relato. El noruego sabe controlar en todo momento los riesgos que supone autoimponerse la incursión en este tipo de cine negro que dinamita los presupuestos genéricos dirimiendo una mirada cáustica, violenta y paródica a los hechos contemplados. La película está acribillada de una hilarante acumulación de sarcasmos, reflexiones y escenificaciones afiladamente cómicas que no impiden el devenir frontal, bien dominado, de unos acontecimientos en los que la sed de venganza de unos y otros irá deparando una sanguinolenta espiral de violencia escenificada siempre con sequedad y dureza.

El aprovechamiento del espacio helado, desierto, blanquísimo e intransitable en el que se desarrollan la mayoría de los hechos, la acertada dirección de actores, la mediación de unos diálogos atinados y mordaces, la vindicación bien fundamentada de un, podríamos decir, “scandinavian western” (la soledad del héroe, sus paseos por el entorno, la situación aislada del hogar, el rifle, los rasgos del protagonista, etc.), el aplomo con el que se inscribe lo excéntrico (el capo mafioso, la relación con su exmujer, el carácter idiotesco con el que se perfilan muchos de los secundarios) y el acierto de un recurso como la enumeración necrológica de quienes van siendo abatidos se convierten, todos ellos, en causas por las que no dudamos en recomendar el visionado de esta ágil, divertida y desprejuiciada nueva obra de un realizador a tener muy en cuenta.
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Musiczine
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2
6 de febrero de 2015
27 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Abonado desde hace ya varios años a la liturgia del género documental, que, merecidísimamente, le ha valido un amplio reconocimiento crítico mediante obras del calado de GRIZZLY MAN, ENCUENTROS EN EL FIN DEL MUNDO o LA CUEVA DE LOS SUEÑOS OLVIDADOS, una vez vista la presente QUEEN OF THE DESERT, cabe decir que a Werner Herzog no le ha ido nada bien con su vuelta al género de la ficción. Con mucha diferencia, nos hallamos frente a una de las obras menos estimulantes del autor de FITZCARRALDO. La escasa entidad de este mortecino, prescindible biopic parece impropia de un autor de su importancia.

QUEEN OF THE DESERT pretende trazar una semblanza cinematográfica sobre la figura de Gertrude Bell, la historiadora, novelista y exploradora británica que ha pasado a la historia como la “Lawrence de Arabia femenina”. En un principio, habiendo destacado –baste visionar los tres títulos antes citados- como un documentalista especializado en involucrar a su cámara en aventuras geográficamente bastante singulares, la personalidad de esta mujer empeñada durante los años 20 del pasado siglo en viajar por un territorio (el casi extinto Imperio Otomano de aquella época) tan poco grato para una mujer no perteneciente a ese confín podría configurarse como un territorio narrativo bastante apetecible y propio de un cineasta de sus particulares características.

Sin embargo, contra todo pronóstico, la película es un inusitado catálogo de lugares comunes, de sometimientos indelicados al canon establecido y, sobre todo, un auténtico fiasco para quien esperara un desmarque aguerrido, fiero, desestabilizador por parte del creador de AGUIRRE O LA CÓLERA DE DIOS. Autor también del decepcionante material escrito desde el que parte esta roma operación rememorativa, el germano se limita a situar a su interesantísima protagonista dentro de una acartonado periplo afectivo-aventurero absolutamente caduco, consabido y contraproducente con la figura central analizada.

Herzog se encarga de limar cualquier aspereza investigativa al privilegiar los modos y maneras más anquilosados del melodrama amoroso exótico, logrando que el acercamiento a la figura histórica sea insincero y lastimosamente codificado. No hay más que hacer mención de la vergonzosa puesta en escena de la historia de amor entre Gertrude Bell y el diplomático Henry Cadogan, o los sucesivos encuentros en el desierto con los líderes de los pueblos en litigio para hacerse una idea de la pobreza y el desahogo referencial con el que está despachada la narración de los hechos históricos reales. El paisaje dentro del cual estos se hallan encuadrados emerge como mero adorno turístico y no como elemento definitorio del carácter y los posicionamientos de la protagonista, a la que, digámoslo de paso, los esfuerzos de una poco adecuada Nicole Kidman nada pueden hacer por sacarla de la claudicción con la que ha sido escrita. La película es, a la figura femenina rescatada, lo que la cirugía es a su expresión: puro estiramiento neutralizador. A Herzog se la ido la mano con el bótox.
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Musiczine
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8
24 de noviembre de 2014
24 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Arriesgadísima apuesta para este otoño 2014 de la HBO, estamos seguros que OLIVE KITTERIDGE le va a reportar a esa impagable mina de mazazos televisivos no pocas gratificaciones: el mimo, la precisión, la densidad y el acorralamiento dramáticos con el que está pergeñada merecen la máxima de las atenciones por parte del público, de los medios especializados y de los eventos encargados de imponer laureles.

Basada en la novela homónima ganadora del premio Pulitzer 2009, escrita por Elizabeth Strout, el proyecto tiene un auténtica “alma mater” de incuestionable categoría. Nada más y nada menos que la voluntad de la gran Frances McDormand ha sido el auténtico motor de confección de esta miniserie. Fue ella la que nada más leer el texto original se dirigió personalmente a la autora para solicitarle los derechos, la que tras lograrlos se impuso convencer a los responsables de contenidos de la HBO y quien se ha encargado de la elección de la guionista (Jane Anderson), la directora (Lisa Cholodenko, directora de films como HIGH ART o LOS CHICOS ESTÁN BIEN) y del resto del reparto (Richard Jenkins, principalmente, y en papeles más secundarios Bill Murray, Peter Mulan, Rosemarie DeWitt y la cantante Martha Wainwright) toda vez que, obviamente, se reservara para sí misma el rol protagonista.

La serie arranca con una escena de fuerte calado dramático, puesto que visualizamos los pasos cansados, abatidos de una mujer canosa, aún no anciana, que camina por un bosque, que se detiene en un determinado momento, se arrodilla en tierra, y mira a su alrededor mientras va desenvolviendo un trapo dentro del que descubrimos un revolver. Justo en el momento en el que se asegura que dentro de él hay una bala, el hilo narrativo da un brusco salto hacia atrás para trasladar la acción del film muchos años antes. OLIVE KITERIDGE narra la existencia de esa mujer, sus años de matrimonio junto a un marido completamente entregado a ella, pero que no la hará nunca completamente feliz, los problemas con su único hijo, sus modos como profesora de instituto, su relación con los vecinos del pequeño pueblo costero de Nueva Inglaterra en el que viven y otros pequeños flecos narrativos, que, siempre exquisitamente imbricados, irán desvelando el verdadero objetivo de la historia: trazar el retrato severo, incondicional, inmisericorde y adustamente humano de Olive, esa mujer con revolver desde la que se emplazan la mayoría de los acontecimientos expuestos.

La radiografía emprendida por la guionista brindando un perfil frágilmente devastador y hurgativamente minucioso sobre ella, por la directora definiendo una eficaz puesta en escena encargada de no cargar en exceso el contundente bagaje dramático sobre el que bascula tanto la relación de los personajes principales con la protagonista como la inflexible mirada con la que ésta los observa y atiende, y, fundamentalmente, por el inconmensurable trabajo interpretativo de Frances Mcdormand (dejémoslo ya claro, va a arrasar en todas las recogidas interpretativas a la labor de actriz televisiva principal) es ácidamente compleja.

La protagonista de FARGO, sin inmutarse, amarrando con sorna, paciencia, altivez y desprecio la complejísima personalidad de esta arpía brillante, inmisericorde, reprimida, trabajadora, perspicaz, siempre consciente de su envenenada insatisfacción, logra, sin duda, una de las cumbres de su impecable trayectoria interpretativa. Imponiendo siempre una concisa economía de registros, la actriz sabe estar a la altura de desábrida amargura que escupe a cada momento esta inolvidable dura sañuda. Su duelo con el gran Richard Jenkins (perfecto en la incorporación del ser pusilánime, cortés, cobarde y amador, que es Henry Kitteridge, el paciente esposo farmacéutico de Olive) es simplemente antológico. Juntos componen una sigilosa historia de dos personajes condenados a soportar sus respectivas conductas, sus aplazadas intentonas por fugarse del otro, las mansedumbres obligadas por la grisura existencial compartida, en definitiva, la condena de saberse juntos sin posibilidad de trastocar la ley de la rutina reiterada hasta en las ilusiones del alma. Una pequeña gran serie, solucionada con humor, ternura, crueldad, acidez y desolación a procelosas partes iguales.
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Musiczine
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