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España España · Madrid
Críticas de Hernando
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Críticas 31
Críticas ordenadas por utilidad
6
18 de diciembre de 2013
119 de 149 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se nota que ya se acercan los Oscars y comienzan a estrenarse las películas manufacturadas para la gala. “12 años de esclavitud” es una de ellas. La era Obama, el 150 aniversario de la Proclamación de Emancipación, el 50 aniversario de la Marcha sobre Washington, y el recordatorio de que las heridas de la segregación racial siguen abiertas como en el caso Trayvon Martin, están suponiendo en Hollywood una oleada de trabajos sobre el racismo en Estados Unidos. La esclavitud y la lucha por los derechos civiles son los temas predilectos -Criadas y señoras (2011); Lincoln (2012); Django desencadenado (2012); El mayordomo (2013); 42 (2013); Red tails (2013); Fruitvale station (2013), etc.- sin contar con la nueva oleada que vendrá tras la muerte de Nelson Mandela-. La mayoría de estas películas tienen algo en común: lo convencional y casi idéntico de su discurso. Pero sobre todas estas películas aparece “12 años de esclavitud”, decidida a convertirse en LA película sobre la esclavitud.

Puede hacerse irritante comprobar en cada plano la voluntad de McQueen de partir de una intrahistoria personal y subjetiva para hacer el Gran Relato sobre la esclavitud, pero al menos no lo oculta y reivindica su voluntad de basarse en hechos reales, de asemejarse a “La lista de Schindler” y de que su historia se convierta en el “Diario de Ana Frank” del racismo (también afirma, como otros, que nunca antes se había tratado el tema con realismo, pero dudo que Richard Fleischer (Mandigo, 1975) estuviera de acuerdo). Y lo ha conseguido, ha hecho La Película sobre la esclavitud en los EEUU (y la voluntad de ser libre), un Gran Relato correctísimo y equilibrado que cristaliza el discurso oficial. A cambio solo ha tenido que evitar arriesgarse en nada o profundizar en algún aspecto, huir de las ambigüedades y problemáticas para plasmar a la perfección la idea implícita que casi todos compartimos y que lleva tiempo circulando por casi todas partes; y, en resumen, hacer una película comercial lo más “vendible” posible a un amplio público.

La estructura no podía estar mejor escogida para ello. Un negro de Nueva York, culto y caballeroso es engañado, secuestrado y convertido en esclavo. Así todos podemos identificarnos con el protagonista dando el cariz emotivo que un Gran Relato épico requiere, la cámara puede convertirnos a través del personaje en testigos oculares y McQueen puede librarse de tener que plasmar hombres mucho más complejos y difíciles como los niggas de nacimiento, sumisos y acostumbrados a su situación, el racismo entre ellos (como el personaje de Samuel L. Jackson en Django) o los intentos de huida o rebelión (a menudo plagados de crueldad y violencia). Además, le permite ensamblar el alegato contra la esclavitud con la voluntad de un hombre por sobrevivir a la adversidad movida por la esperanza y el amor por la familia. Todo muy Steven Spielberg, muy púrpura. De este modo el director depura la atmosfera enrarecida y molesta a que podría dar lugar el tema principal y la filtra a través de una mirada emotiva y esperanzadora de sentimientos épicos de superación mucho más suave y afín con las lágrimas y el amplio público.
Mención aparte requiere la vertebración como film basado en Hechos Reales -casi un género en sí mismo- para insistir en el discutible realismo de lo contado. La película se adapta perfectamente a las reglas de este tipo de películas. Introducción de los personajes y la situación, presunción de realismo, conclusión, epílogo de texto para contar qué fue de los personajes, etc.

Que nadie espere de la película algún aspecto problemático, alguna ambigüedad en sus temas o algo más allá de lo que la imaginación más convencional pudiera decir al respecto. En la película no hay sorpresas. Los aspectos mostrados de la esclavitud, más allá del secuestro, son los esperados: crueldades, abusos de las esclavas por sus “propietarios”, condescendencia, explotación, y ningún reparo por la dignidad y humanidad del otro por solo su color de piel. Sorprende, eso sí, el énfasis dado al papel de la religión como manifestación de la hipocresía del hombre blanco, instrumento de sumisión hacia el negro y consuelo pasivo del esclavo. Otro acierto, que no debería sorprender en una película tan correcta como esta, es la recreación de los paisajes, modas y, sobre todo, algún momento, no excesivamente desarrollado pero que debía hacer acto de presencia, en que se muestra la cultura de la comunidad de esclavos reducida al blues.

(sigue en spoiler pero sin spoiler)
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Hernando
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7
11 de septiembre de 2013
55 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al comienzo de “La Mejor Oferta”, Virgil Oldman (Goeffrey Rush haciendo uno de los mejores papeles de su carrera), un rico marchante de arte salido como de otra época, un hombre solitario aislado del mundo más allá de toda idílica mediación artística, le dice a su único “amigo”, Billy (un correcto Donald Sutherland interpretando a un artista frustrado por su especialista amigo): "El amor por el arte y saber sujetar un pincel no te convierten en artista. Necesitas un misterio interior y eso, mi querido Billy, tú no lo has poseído nunca."
Durante la primera mitad del filme, Tornatore demuestra ser plenamente consciente de ello. Después de “Cinema Paradiso” (Tornatore, 1988) no creo que nadie dude que el director italiano ama el cine y sabe sostener la cámara. Y tras la indiferencia con que sus películas posteriores fueron acogidas, tampoco creo que el director de Baarìa no se haya planteado si acaso le falta algo. Tal vez un misterio interior.

Este misterio interior es una mujer que insiste en vernos, en hablar con nosotros, pero a la que no podemos ver. Para un hombre como nuestro protagonista, capaz de vivir en una mansión que homenajea, como el propio director, los gustos más clásicos; con una colección de guantes -que le libran de contactar directamente con el mundo exterior- tras la que se esconde su mundo real: una colección secreta de retratos femeninos, todos ellos con un misterio, a los que es capaz de amar desde la idealización, únicas criaturas a las que toca con sus manos; para un hombre así, la atención de esta mujer misteriosa, que vive encerrada en una mansión repleta de arte -incluidas las extrañas piezas de un enigmático mecanismo- es un misterio capaz, primero, de llamar su atención, fascinarle después y, finalmente, enamorarle.
Lo mismo le ocurre al espectador. El director de Cinema Paradiso ha logrado lo que se proponía: una gran historia de amor y un fascinante thriller que no es un thriller, pues no hay muertes, ni asesinatos, ni investigación. Tornatore maneja la cámara y la narración con un clasicismo hipnótico, capaz de contagiar con ayuda de Morricone el misterio y la fascinación a que se entrega el personaje. Creo que todos nos sentimos atraídos por esa voz que surge de una pared pintada a modo de trampantojo, como un falso vergel de cartón piedra (como resulta todo al final de la película, una vez finaliza el baila de máscaras). Disfrutamos siendo cómplices y testigos de cómo esa mujer misteriosa se introduce en los pensamientos del protagonista y en los nuestros; comprendemos a un Geoffrey Rush en estado de gracia en esa búsqueda desesperada por hallar un rostro para la voz que suena por teléfono en una de las mejores escenas del film; y gracias a la dirección también participamos gustosos a ese cortejo en que Virgil Oldman busca el origen de la enigmática voz y, después, el modo de encontrarse con su ojo a través de la ranura por la que es observado.

Pero, a mitad de la película, el rostro nos es revelado y con él desaparece el misterio. El deseo de ver a la mujer agorafóbica que no se deja ver se desvanece y la película que podría haber sido una digna heredera de Vértigo (Hitchcock, 1958) pierde el encanto. Ahora el espectador no sabe a qué atenerse y el relato ha perdido su fuerza.
El director de “Pura Formalidad” ha querido cambiar el registro de su thriller en un desafortunado giro a mitad de la película. Ahora hemos visto el rostro de la mujer, sabemos a qué corresponden las piezas que el protagonista ha ido encontrando y lo único que tenemos son indicios, soltados sin gracia e ignorados por el protagonista, que nos hacen sospechar de que algo anda mal: una llamada por teléfono con un tal “director” que siente celos, una advertencia de la novia de su amigo y la charla soltada por Sutherland a su amigo especialista en falsificaciones de arte sobre cómo las emociones también se pueden falsificar. A Tornatore ya no le importa lo más mínimo que toda obra de arte, en especial un retrato, deba tener un misterio interior. Lo ha olvidado por completo para centrarse en otro aspecto del arte, las falsificaciones, a partir de otra de las citas de su protagonista: “siempre hay algo auténtico oculto en toda falsificación".
La película se ha encauzado en un registro convencional. Perdido el misterio, la mujer protagonista ha perdido casi todo su interés, igual que la trama de las piezas, y solo queda un metraje innecesario (sobre todo lo relacionado con las dichosas piezas o la figura cansina e innecesaria de la enana), y esperar que suceda lo que la mayoría de los espectadores habrán visto venir por adelantado. Hasta la dirección de Tornatore y la música de Morricone parecen haber perdido parte de su encanto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Hernando
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4
10 de marzo de 2013
56 de 79 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Black Mirror: El Himno Nacional” (pretenciosa desde el título) es un alegato manipulador contra las redes sociales y nuestro tiempo -siglo XXI, era twitter, posmodernidad, actualidad, o como queráis llamarlo.

Parte de la idea de la “Primera Obra Maestra del Arte del Siglo XXI”: un hombre coacciona al primer ministro a follarse a una cerda -literalmente- para demostrar la degeneración de la sociedad, la volubilidad de las masas, los peligros de las Nuevas Tecnologías de la Información y el morbo que impera en toda comunicación de masas. Para ello secuestra a la princesa -el cómo no importa- y la suelta antes de que el primer ministro cumpla sus exigencias, todo esto, por supuesto, tras haberse arrancado un dedo y hacerlo pasar por el de ella sin que nadie se dé cuenta.

Le pese a quien le pese, no tendría problemas en afirmar que ese hombre de ficción es un artista y su obra digna de reconocimiento, pero tengo más dudas respecto al capítulo. En su pretenciosidad pretende hacer pasar este capítulo basado en premisas ridículas y con un desarrollo que sigue la misma línea por la obra de arte de la que trata la ficción. Un: “os la habéis tragado entero”, “queríais ver la escena del cerdo”, “sois unos morbosos”, “la sociedad está corrupta, ¿veis?”, “las redes sociales una enfermedad”, “los medios unos traficantes de pornografía morbosa”, “¿os preguntabais se seríamos capaces de mostrar la escena sobre la que gira toda la película?”. Por supuesto, no son capaces de hacerlo, ni si quiera de forma elegante e indirecta, mediante un fuera de campo visual (que no sonoro), como si harían artistas de verdad comprometidos con la sociedad y el consumo de violencia (véase Haneke), nada que ver con este gamberrete con cierta gracia. De ser así las cosas serían muy, muy distintas, pero requiere de huevos y talento y no tantas ganas de una rápida fama.

Pero el bueno de Charlie no se da cuenta de que para que todo su alegato satírico contra la sociedad actual, las redes sociales, la posmodernidad, y todo lo que pretende criticar, tenga un mínimo de sentido y no sea simplemente un cúmulo de absurdos -con ritmo, eso sí- manipuladores y con un significado falso: un mito sin pies ni cabeza que los consumidores se creeran, su obra debería ser -o fingir- la realidad, como la de su loco antagonista. Esas escenas de Londres vacío, y de presión hacia el presidente para que sacrifique su dignidad por la supervivencia -mucho más importante que la humanidad- de la princesa, y el morbo de los espectadores, que a algunos les resultaran alucinantes, no son más que un manifiesto demasiado superficial, estereotipado, simplista y manipulador de la sociedad actual. Y no seré yo quien la niegue sus defectos, que son infinitos, o su falta de ciudadanía, que es total, pero no alabaré un abordaje tan burdo.

Todo esto, sin entrar en la dimensión cinematográfica, donde la habilidad con el lenguaje fílmico no sale del telefilm y el ritmo se sostiene decente pero con un gran apoyo en el morbo. Al final el creador de esta “brillante” serie digna de telecinco, peca absolutamente de aquello que quiere criticar, de los peores vicios de la posmodernidad que estereotipa, de la era twitter.

Sí, como thriller político sobre premisas negrísimas funciona y merecería dos puntos más. Probablemente la culpa sea mía por tomarme este chiste demasiado en serio, pero es que se vende como tal, y todas las críticas que he leído y la ponen por las nubes así lo hacen. ¿”Fiel reflejo de la realidad”? Señores, la realidad es mucho más cerda, y no tan simple, no vivimos en un estereotipo.
Hernando
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4
11 de enero de 2013
51 de 72 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé en qué momento el “cine independiente americano” se convirtió en “cine indie”, ni cuándo pasó de ser cine de autor a constituir un género, pero es un hecho, y David O. Russell viene a redemostrárnoslo con esta convencional y amena candidata al Oscar.

Como buena película “indie” “El Lado Bueno de las Cosas” (Silver Linings Playboy) consta de una banda sonora de calificativo homónimo y de superficiales referencias literarias; se encasilla en el drama-comedia romántica -ligera pero no vulgar-, en un fondo de relaciones disfuncionales de la sociedad americana y en una psicología post-moderna repugnante. Para ello centra sus esfuerzos en los personajes, empleando actores principales conocidos, pero no demasiado (sino sería mera comedia comercial y eso no puede permitirse), y algún secundario que congracie a los espectadores e incentive a llenar la sala -para el caso un agradable Robert de Niro haciendo de Padre de Él. Para poner la guinda al pastel, una cámara inquieta que no cesa de girar alrededor de su protagonista (Bradley Cooper). Y no nos olvidemos las varias referencias a la cultura Apple.
El resultado es un producto ligero, agradable y ameno listo para ser vendido en masa a consumistas “alternativos”.

O. Russell, quien ya demostró su buen hacer con la alabada “The Fighter” es consciente de las normas del género en que se mete y del producto que tiene entre sus manos. Eso salva la película. Todo este juego de relaciones y terapia no podría sostenerse sin una lograda química entre los dos protagonistas. Algo que funciona –no es la primera vez que el director muestra su sabia dirección de actores- pero no es para tanto alboroto.

La idea del filme es bastante sencilla: el mundo está loco, dentro y fuera de las instituciones, la diferencia es tener o no suerte, y canalizar la locura en algo más aceptado, véase soportar una mujer insufrible o la locura por el futbol, el footing, o los tentempiés. Sí, sí… todo muy original. Y por supuesto, saber ver “el lado bueno de las cosas”. No importa que estemos en crisis, el matrimonio sea un infierno, o todo una locura, un sinsentido; las mentiras y la ilusión hacen girar el mundo. Ve a cine del centro comercial más cercano y engáñate con esta película, al fin y al cabo hay que ver ser positivo, es lo que se lleva. Por supuesto, también puedes ser fiel al espíritu “alternativo” y consumirla en versión original.

(sigue en spoiler sin spoiler)
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Hernando
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6
21 de noviembre de 2013
40 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
En contra de lo que a primera vista se pueda pensar, “De tal padre, tal hijo” no trata (solo) sobre el intercambio de dos niños al nacer; en lugar de ello es una película que ansía reflexionar sobre la paternidad. ¿Qué significar ser padre? ¿Sustentar a la familia y garantizar el éxito del hijo o darle un hogar cálido lleno de amor y aceptación? ¿Cuándo se comienza a ser padre? ¿Nada más ver al hijo, cuando uno se reconoce física o psicológicamente en él, tras habituarse al cambio radical que ha tomado tu vida, o tras haber pasado horas con el niño? ¿Es igual esta situación para el padre que para la madre, quien lleva al niño en su vientre nueve meses antes de encontrárselo de frente? Sin duda la noción de ‘paternidad’ cambia con el tiempo, radicalmente cuando se tiene un hijo, y sin duda es distinta en cada familia y en cada progenitor. El tema del cambio de recién nacidos es la excusa que permite lanzar estas reflexiones y captar la atención del público. Además permite explorar otra de las cuestiones fundamentales del film: el significado de los lazos de sangre. El intercambio de recién nacidos es en Japón, como en España los robos, un tema de gran vigencia; y el significado de los lazos de sangre fundamental en la cultura japonesa.

La principal misión en un drama como este es la credibilidad del relato. Que las preguntas y las respuestas surjan solas, sin ser forzadas, haciendo de los personajes algo más que signos en el discurso: personas reales que sufren, aman y viven. La equilibrada sencillez de Koreeda y su particular sensibilidad parecían adecuadas para el desafío.

Así es durante los dos primeros tercios del filme en los que se presenta a los protagonistas, se plantea el dilema de si cambiar o no a los niños como sugiere el hospital y ambas familias comienzan a conocerse. Durante más de una hora surgen todas las preguntas por sí mismas, de forma natural y emotiva. Todo está medido y calculado por la dirección y el guión de Koreeda: el protagonismo absoluto de Masaharu Fukuyama, personaje que se planteara todas las preguntas del filme y padre volcado en el trabajo, sin apenas tiempo que pasar con su hijo pero absolutamente implicado en su formación y tan ansioso de ser amado por su hijo como de verse reflejado en él; la dirección minimalista y las actuaciones que buscan transmitir la sensación de naturalidad; la emotividad de la película con la música de Beethoven para marcar el tono emocional en los momentos oportunos sin resultar excesivamente ñoña y molesta; el contraste sociocultural y educativo entre las dos familias; las diferencias entre las madres y los padres y sus relaciones entre sí, etc. Todo está escrupulosamente controlado, y sin embargo, Koreeda logra matizar los contrastes y escapar de un film de héroes y villanos para que el relato parezca natural, desaparezca la cámara, y nos dejemos llevar por un relato con vida propia.

Pero, una vez tomada la decisión de los padres llega el último tercio y la hora de ofrecer respuestas. Entonces todo se vuelve forzado, el discurso devora al relato, los minutos pasan despacio y, aunque hay momentos emotivos de gran intensidad, notamos cierto sentimentalismo forzado en busca de nuestras lágrimas.

A base de emotividad, redención y respuestas se alcanza un bonito e intenso final. El espectador sale contento de la sala, se recrea unos instantes en lo que ha visto y sin dificultad le da carpetazo. Spielberg llora y compra los derechos para un remake.
Hernando
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