Todo historiador o aficionado estará de acuerdo conmigo en que, de vez en cuando, se agradece poder acercarse a un relato histórico a través del cine para complementar aquel que aparece en los libros, aunque con matices.

Con esta película nos adentramos en la recta final de los años de inestabilidad en Noruega, derivada de los enfrentamientos civiles. El heredero al trono Håkon Håkonsson tiene sólo dos años y, como ocurre hasta en la mejores casas, alguien va a intentar arrebatárselo. Es por eso que necesita ser protegido por alguien, y aquí es donde comienza el relato de este filme.

Cinematográficamente no tiene nada destacable. Rescato las buenas actuaciones y, sobre todo, la gran ambientación lograda, pero la densidad de un relato totalmente lineal puede provocar que por momentos desconectes.
La crítica ha alabado en especial la fantástica fotografía en exteriores, siendo Noruega un país de una incomparable belleza natural, así como el trabajo en la escenas de persecución, ya fuera a caballo o sobre unos esquís rudimentarios. La película se aprovecha de la espectacularidad que el esquí ofrece al cine y es quizá eso lo que más haya gustado en su país de origen, pues aún hoy se conmemora estos acontecimientos con multitudinarias marchas populares sobre esquís.

Sin embargo, el filme no está exento de polémica. Si bien escapa de la conocida mitología nórdica, ya ha sido acusada de "exagerado nacionalismo" por intentar perpetuar los mitos fundacionales de la nación noruega de una forma idealizada pero, y esto es apreciación mía, los mitos y su tratamiento también son historia.

Sigo con spoilers.

Tras ver esta disfrutable "dramedia" sobre las complicaciones de la típica adolescente americana, uno se queda pensando sobre la madurez que alcanzamos como personas y en cómo cada uno de nosotros afronta este paso inevitable en la vida.
No hace falta ponerse filosófico para llegar a la conclusión de que ese momento en el que hacemos "click" y pasamos a ser adultos no nos llega a todos por igual. Hay quien piensa y actúa con sensatez desde los doce años, y hay treintañeros que apenas demuestran ser adultos y que todavía continuan improvisando (seguro que tú también conoces a alguien así).
Nadine (Hailee Steinfeld) no alcanza ese punto de inflexión hasta tocar fondo. Tocándolo de verdad. Los problemas que trae de serie, las desgracias familiares que perduran durante años y su exacerbada autocompasión han hecho mella en ella, y lo poco que tenía sentido en su mundo termina por derrumbarse.

Como digo, ya tocaba una cinta de Apatow que siguiera la estela de Funny people.

Apatow juega en esta película a hacer malabares entre drama, comedia e incluso acción, y no sale mal parado. Si bien tiene momentos que rozan lo absurdo, no nos toma por sorpresa dada la trayectoria de su cine.
Su sello más cómico queda patente en ese personaje perdedor (aficionado a la marihuana, cómo no) que encarna Davidson y que a duras penas logra adaptarse a las convenciones sociales más básicas y a su entorno más cercano.
En su pandilla no están Jason Segel ni Jonah Hill porque este grupo de colegas ha sido revestido de una pátina de desorden que poco tiene que ver con la comedia: bullying, trapicheo, delincuencia....

Y no es solo en este arco en el que luce la rama más dramática de la peli. Apatow ha buscado indagar en la dificultad de algunas relaciones familiares dejando a un lado la gracia fácil que tan bien se le da, y adentrándose en los traumas más profundamente anclados del protagonista. Yo diría que esto es lo más destacable de 'The King of Staten Island', una prueba más de la capacidad del bueno de Judd de incorporar las vivencias personales de sus actores a sus historias, y en este caso el giro que dio la vida de Davidson en 2001 es un filón que ha sabido aprovechar.

Lo peor: la duración. 2 horas y cuarto que, aunque no se hacen excesivamente pesadas, sí contribuyen a que desconectes con partes de la historia.

Tom Gormican debuta en la dirección con un filme de esos que tanto nos aterran a los aficionados a este tipo de comedia: las "pelis-tráiler". Y es que, una vez más, la factoría cinematográfica norteamericana lanza un producto de dos minutos de duración que te deja buen sabor de boca (el tráiler) pero que se han empeñado en corromper a base de añadir diálogos y personajes innecesarios hasta llegar a los 90 minutos (que me tragué yo el otro día).

La premisa es tan simple que, esto sí, es de agradecer. No esconde nada, ni busca nada. Tanto el guión como las actuaciones me parecieron excesivamente planos incluso para los cánones de la comedia romántica. Alguno de los actores protagonistas ha intentado desenvolverse con más o menos soltura en otros registros (como Michael B. Jordan, que salió indemne de Fruitvale Station), pero en esta película vuelven por sus fueros recuperando su sitio en el sinsentido de la comedia norteamericana estandarizada.

Como decía, el tráiler aglutina todo lo rescatable de esta película. Cada gag o quote ocurrente ha sido incluído allí con la esperanza de hacernos creer que eso era sólo el envoltorio. Sin embargo, los 90 minutos no se hacen del todo pesados, y el tono agradable puede llegar a "tocar" a algún espectador.

La película para mí sería de un 4 ó 5 como nota, pero la simpatía que tengo por Miles Teller y la carita bonita de Imogen Poots han conseguido que la suba un punto. Resultado: 6

Ya era hora de que la madurez de la televisión española sirviera para dar a luz a una serie documental de temática artística tan dinámica y refrescante como esta.
Me ha gustado porque ha sabido combinar el valor didáctico del arte con su divulgación casi a la perfección, apelando al espectador, buscando su interacción y descubriéndole cosas nuevas. Seas experto en arte o un profano en la materia como yo, This is Art tiene razones para llamar tu atención.
La puesta en escena, en aparente sencilla al centrar temáticamente cada capítulo en una emoción, se encuentra con la dificultad de desentrañar y presentar para todos los públicos los sentimientos que los artistas del pasado y el presente pusieron en sus obras. Y lo consigue.

Lo mejor: el entusiasmo que pone Ramón Gener, y el fino hilado que cada capítulo traza entre diferentes artistas y movimientos guiándose únicamente por un sentimiento o emoción.
Lo peor: algunos segmentos parecen improvisados o metidos con calzador para rellenar (¿grafiteros y peleas de gallos?)