Me ha costado al principio el llegar a comprender que tanto las interpretaciones, como la música y los decorados eran un todo armónico mediante el cual el maestro Coppola trataba de sumergirnos en esta pequeña gran historia de amor y desamor.
Al principio se hace un poco torpe la narración, pues da la impresión que el director, demasiado ocupado en la ambientación y los decorados, pasa por alto la dirección interpretativa, además que el montaje está supeditado a los cuadros que componen las imágenes, y no a la acción dramática. Es este un punto que destaca en los primeros 40 minutos de película, hasta que el espectador toma parte en el asunto y pone un poco de su parte (al principio simplemente el espectador se deja llevar, hasta que se da cuenta de que la película exige algo más. ¿Es esto un pequeño favor que le hacemos a Coppola?), entonces ahí llega la verdadera ampulosidad coherente, el tour de force lumínico y decorativo y musical con el que conseguimos vivir la paralela aventura extra-matrimonial de estos dos cándidos personajes.
Da gusto ver que el mismo director que supo adentrarnos poco a poco y sin compasión en el corazón de las tinieblas, también es capaz de recrear una historia de amor con la bella ingenuidad de un niño maravillado. He ahí la intensidad del sentimiento. He ahí la incomparable visión del más grande de los modernos.

Como si de un encandilante predestigitador ambulante se tratase, el señor Tarantino se distingue por el asombroso talento de realizar mil trucos y efectos con los que montar sus películas por medio de su varita y chistera cinematográficas. Engaño y arificio sin par el que nos ofrece en este film,con el cual ya no logra engañarme, ya que gracias a la consideración del impacto de su obra en mi persona a lo largo de todos estos años, he podido darme cuenta que nunca llegó este hombre Tarantino darme nada real para mi existencia, y sí mucha estupidez barata que sólo trae problemas. Y aunque esto no fuese así, y lo cierto sea que la tensión que genera su cine, de un manera u otra, desemboca en una catarsis de la que podemos beneficiarnos, digo yo que esto es parte del fraude Tarantino, pues ¿de qué me vale aliviar una tensión que él mismo me ha creado?, esto es como un nada del que solo él sale ganando, y además nosotros perdiendo, porque habiendo creído que hemos hallado algo grande para nuestra vida, lo que llevamos es un puñado de ganas de ejercitar el "innoble acto de la blasfemia". Por lo que a mi respecta: Bye, Mr. Quentin!

No somos nadie. En este mundo estamos de paso. Bresson parece decirnos en cada plano: ¡No seáis locos! ¡Jamás debéis involucraros con mis personajes! Fijaos como son: ¡van directos a la tumba!. La película es un continuo desfilar de hombres de hojalata entre rumores, traiciones y venganzas. También hay espacio para el amor. Amor traicionado, claro, pero también que llega a convertirse en el valor (efímero) más potente de una vida (efímera). Todos van a morir. Sin embargo, el héroe nos muestra, de pasada, una posibilidad de trascendencia: real (que lo es) o no, es la única que se nos ofrece: relacionarse con Dios. Bien a través de la plegaria, o de una promesa, o de un simple atravesar el anodino umbral de la muerte para llegar a un encuentro definitivo y liberador.

Ciertamente, a pesar de toda miseria, una fuerza nos gobierna.

Esta película nos muestra un western con todas las de la ley, pero si nos fijamos un poco más, veremos que lo que sobre todo resalta es la historia de la tozudez de un hombre, y no un héroe, de ideas fijas hacia la consecución de un fin aparentemente noble. Para él, la persona es lo de menos, y lo único importante es la justicia. Vamos, otro matón, pero con una conciencia muy despierta para reconocer cuando debe ser el primero, y cuando debe ser el último. Creo que Ford hace un retrato muy preciso de este pesonaje, y eso es lo que nos atrae de este film, el cual, a simple vista, puede peor de lo que es. La fuerza de este film está en su psicología.

Acabo de disfrutar como hace mucho tiempo al ver esta metáfora maravillosa del engangrenamiento de una ciudad imaginaria (léase Gotham por EEUU o cualquier imperio de la historia) a causa de la corrupción en las altas esferas del poder, y el perfecto plan, que nunca falla, de infundir miedo entre sus habitantes. Nunca falla hasta que aparece un Batman de la nada, que no es sino el justo equilibrio natural que restablece las cosas de nuevo.
Por encima de todo, destaco dos cosas:

1. El valor y la sutil picardía del tándem Charles S. Goyer y Chris Nolan.

2. La escena en la que Katie Holmes, con el veneno inoculado en su organismo y envuelta en una loca carrera de coches, en su delirio de terror ve por la ventanilla del coche una bendera de los EEUU que tan solo aparece unas décimas de segundo.

Lo dicho, unos valientes.