"Volver a los 17 es como descifrar signos", decía Violeta Parra. La y griega del cruce de caminos: último año del colegio, despedida de los amigos de la adolescencia, elección de un rumbo propio, azar del enamoramiento y el sexo, y sobre todo, entorno familiar que para bien o para mal acompaña. Como escenario de la historia la ciudad donde se ha nacido y que ahora se quiere dejar atrás, sin saber (todavía) que siempre se la llevará en el corazón. Retrato entrañable de una familia californiana pleno de humanidad, emoción y humor (por momentos a carcajadas).

"El que espera desespera,
dice la voz popular.
¡Qué verdad tan verdadera!"

Versos de Antonio Machado que parecen haber sido escritos para describir la historia del ex corregidor Diego de Zama, héroe de esta película, pero también para algunos espectadores, entre los que me incluyo, desesperados ante la lentitud del desarrollo de la trama, al punto de dudar entre salir de la sala (como hicieron algunos) o quedarse a la espera de algún rayo intempestivo que interrumpiera la morosidad de ritmo (nobleza obliga, al final de la película también alguien aplaudió). Claro, las actuaciones casi teatrales y una copia donde la fotografía en su primera parte (salvo unas pocas escenas) lució oscura tampoco ayudaron. El aburrimiento se apoderó de mi y fue tal la perplejidad que por momentos dudé sobre mi propio criterio para evaluar una película. ¿Estoy ante un ejercicio contracorriente, una obra maestra con todas las letras como me habían anticipado algunos amigos, o es una película estándar con algunos hallazgos como voces fuera de cuadro pero que en general no es ninguna maravilla técnica y además no logra conmoverme en lo más mínimo? ¿Puedo considerar como una gran película aquella que no me provocaba ni una pizca de emoción? Por suerte, en la parte final la cinta recupera algo de ritmo (buena fotografía y montaje en las escenas grabadas en los esteros correntinos), pero salvo esos minutos finales me resultó una película tediosa, con más pretensiones que logros y, tomando en cuenta mis expectativas antes de verla, decepcionante.

El fantasma de Paul Auster y "El país de las últimas cosas" sobrevuela el guión de esta película bien filmada y mejor actuada de producción británica y estadounidense que en algunos momentos parece transitar el sendero dramático y en otros el de comedia negra. El espectador memorioso podrá evocar algunos puntos de contacto con otras cintas donde los protagonistas sobreviven (a duras penas) en mundos que no son como los imaginaban: "Perdidos en la noche" o, más acá, "Relatos salvajes". Y es que aquí también la trama entrega, desde los sótanos de una sociedad, un retrato (psicosocial) seco, directo y realista de "gente decente que sólo ha tenido una racha de mala suerte". Imperdible.

Dicen que nunca es tarde si la dicha es buena, y aunque el cine se tardó demasiado en hacer una película significativa sobre la vida de Karl Marx y Friedrich Engels, por suerte la espera valió la pena. Fueron productores franceses, alemanes y belgas quienes rompieron el fuego con una obra muy exacta en los detalles históricos y teóricos, buenas actuaciones, y que desde las primeras escenas deja en claro que el espectador se encontrará ante una cinta espléndidamente filmada. La película tiene además plusvalía para los conocedores de la vida y obra de estos gigantes del pensamiento social, quienes no podrán evitar conmoverse con la recreación de Marx luchando con agujas contra el estado prusiano que persigue a los campesinos acusados del robo de leña, encontrarse en la pantalla con las figuras de Ruge, Proudhon y Bakunin, menciones en algunos casos sutiles y deliciosas a Stirner, Bauer o Feuerbach y hasta con el fantasma del (para siempre odiado) Sr. Guizot. Pero Marx y Engels no estaban solos y además de entregarnos detalles sobre sus vidas familiares la película teje muy bien en segundo plano la amistad entre Jenny von Westphalen y Mary Burns. Jenny, escritora y militante, fue esposa y referente intelectual y político muy importante para el joven Karl y gracias a la historia de amor con Mary fue que Friedrich se internó en las afueras de Manchester como primer paso para escribir, con 25 años, su magnífico libro La situación de la clase obrera en Inglaterra. En síntesis, una gran película que invita a disfrutar de dos horas de una clase de historia, o mejor aun, de sociología política audiovisual.

"La forma del agua" podría llamarse también "la forma del amor", y evoca la sentencia de Calderón de la Barca "que cuando el amor no es locura, no es amor". Es cierto: la película tiene un eje argumental poco original, y aunque resulta entretenida por momentos se hace previsible, abusa de los clichés y hasta le cuesta emocionar (¿qué es el cine que no emociona?). No obstante, sin ser una obra maestra la película es buena porque en una época dominada por la estilización de la violencia, explotación excesiva de los recursos digitales y sobrevaloración de la búsqueda individual de felicidad, estamos ante una pieza romántica, de hechura artesanal y donde la acción colectiva de los olvidados de siempre aparece como clave para enfrentar el poder establecido. En fin, no es poco.