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España España · Valencia
Críticas de Jon Alonso
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Críticas 27
Críticas ordenadas por utilidad
8
13 de enero de 2017
33 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dicen los británicos que Charles Dickens ha sido el mejor representante de los valores del perfecto inglés. Posiblemente, ningún escritor haya dejado una estantería literaria, de semejante calado, sobre la injusticia social. La misma a la que fueron sometidos, aquellos más pobres y débiles de nuestra sociedad. Miles de niños, discapacitados, prostitutas y ancianos fueron el gran botín de los más poderosos. Una interminable conjura de aristócratas y comerciantes que marcó el devenir de un imperio subyugado a las intrigas palaciegas del cuerpo regio victoriano. Dickens, describió todos los rincones del viejo Londres y dejó patente la insalubridad de una ciudad, dura, enferma y pestilente. Una villa donde esos desheredados del bienestar comían restos de animales muertos: perros o caballos, que se agolpaban en el cauce del Támesis. El alma de Taboo, es el detritus de la rabia y la impotencia, de un estómago vacío. Así se presenta esta nueva serie de la prodigiosa BBC. Una creación, del siempre prolífico, Steven Knight y Chips Hardy (padre del actor, protagonista del show). Y el inagotable Ridley Scott. Tom Hardy se podría decir que mantiene una relación profesional con Steven Knight muy cercana. Puro feeling. En 2013 rodaron la brillante Locke (2013) y ahora mismo, está trabajando, en otra de las series estrella de la BBC, Peaky Blinders junto al norirlandés Cillian Murphy, el jefe de la pandilla de gangsters de Birmingham. Steven Knight nos propone una ambiciosa, barroca, oscura y cruda ficción. Un hombre, James Keziah Delany, que se la había dado por muerto, tras un largo viaje a África donde ha pasado, una década, conviviendo con diferentes nativos y gentes, en los lugares más remotos y peligrosos de allende. La primera secuencia del episodio piloto es apoteósico. Un rápido travelling aéreo, nos hace divisar un bergantín, de donde se ve navegar a un hombre, dentro de un pequeño bote. Su figura parece la guadaña de las almas: la muerte. El agua está repleta de una densa niebla. Al fondo se descubre entre claroscuros y grises tonos; la ciudad de Londres. Nuestro protagonista está subido a un espléndido caballo. Se acerca hasta un roble y se baja del equino. Al lado del gran árbol cava en la tierra un agujero y guarda una bolsa de cuero con diamantes. En el puerto y la zona del embarcadero la actividad comercial es excitante: animales y pescados pululan junto al lumpen. La cámara se fija en una de las pasarelas/puente del río y aparece un sequito fúnebre, encabezado por una carroza —que porta un ataúd— tirado por cuatro corceles. Personajes de diversa índole lo integran. Desde un enano ataviado con ropas caras —de un luto riguroso— hasta la joven mujer que se yergue en una hermosa grisácea yegua.

Finalmente, Tom Hardy, llega a la sala de la morgue, donde un cadáver completamente desnudo (su padre), se deja acariciar por la luz —que entra— por las claraboyas de la cúpula. Dos monedas en sus ojos lo exhiben ante Hardy, empapado en lluvia, que le pide perdón a su oído, mientras recoge los metales de sus cuencas y guarda en su bolsillo. Entra la cortinilla de presentación con motivos caleidoscópicos, donde el agua del océano y la infografía juegan con la introducción de los créditos. La fotografía es de Mark Patten, un mago de la luz, que dio el salto de la mano de Mr. Scott con The Martian (2015), realmente exquisita. Los tonos de la pintura de Courbet y Fildes se palpan en cada plano. Al igual que la dirección del episodio, obra del danés, Kristoffer Nyholm. Un cineasta con buen tino, deja su buen oficio, en las interesantes Forbrydelsen (2007) y The Enfield Haunting (2015). Por momentos, Tom Hardy, parece ser el nuevo Edmond Dantès de A. Dumas. Y es que Mr. Knight ha vuelto, a sus texturas favoritas, como viene haciéndolo con su exitosa Peaky Blinders. En Taboo, muestra su devota pasión por el paroxismo teatral y la cruda exuberancia de la escenografía. Eso sí, cambiando el Punk/Gothic/Rock de N. Cave y los White Stripes, por los violines y la electrónica de Max Richter. Una notas musicales que contienen el aliento. Taboo es un gran drama, con elementos históricos, que nos trasladan al Londres de 1815. De repente, nuestro fascinante protagonista, se exhibe en la ceremonia —del réquiem por su padre— como alma en vilo, envuelto en un halo de misterio. La mirada cansada y unas facciones que están marcadas por unas singulares cicatrices. Pasando por delante de los bancos —de la iglesia— donde están sentados su hermana Zilpha (Oona Chaplin) /Black Mirror, The Hour, Quantum of Solace/ y el codicioso esposo, de ésta, Thorne (Jefferson Hall)/Get on the bus, Emma y Powder/. Todo son miradas soslayadas y temerosas. Ellos saben que James Keziah va a reclamar su herencia. Después de la solemne ceremonia, comienza el ágape/pésame, donde el albacea de la familia Robert Thoyt (Nicholas Wooedeson) /Hannah Arendt, Skyfall, Rome/ le comunica, cuál y cómo, es la herencia de su querido padre: un pedazo de tierra envenenada y deseada por muchos miserables en la zona. James Keziah Delany comienza su periplo de visitas y ajustes de asuntos personales. Descubrimos a un gentleman con un abrigo de lo más cool, largo liso, y un sombrero de copa, que encarnan su parodia despectiva hacia la clase alta, dándose pompa y atrevimiento con una cicatriz que arrolla su ojo izquierdo, en forma de estilete.Andares sobrados y un pulido bastón que anhelan al pendenciero Dorian Grey de Penny Dreadful. Eso sí, en cuanto cambia el gesto produce en su contrincante; mucho miedo. No obstante, la venganza y la sangre parecen olerse en la pantalla. Uno de los affaires más importantes, es el asunto, de su testamento. Pero lo primero es volver a casa de su padre. Allí se encontrará con su fiel y viejo criado, de toda la vida, Brace (David Hayman) /Sid&Nancy, My name is Joe, Macbeth/. Un hombre de su padre, uno de los suyos.
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Jon Alonso
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9
9 de octubre de 2016
20 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
El canal pequeño o el hermano menor del cable de la todopoderosa HBO: es Cinemax. Algunos puristas lo consideran el canal satélite y uno de los más atrevidos de la competencia de las empresas de entretenimiento tecnológico. No es la primera ocasión que este canal vuelve a las andadas con sus devaneos de atípicos antihéroes solitarios y adictivos diseñados —ex profeso— para una fidelizada platea. Su última ficción; Quarry se deja querer por los conflictos externos e internos del mundo más Pulp. Tal como ocurría en The Knick con el Dr. John Thackeray o en la divertida, y, taquicárdica Banshee con el atribulado sheriff/ladrón, Lucas Hood. Apenas hace unos meses volvió su nueva apuesta por el terror Outcast —del rey de los zombis R. Kirkman— y de nuevo, con un protagonista angustiado y obcecado; Kyle Barnes. Todos ellos pulidos por el mismo perfil: preparados para realizar grandes hazañas por su propia fuerza y orgullo. Eso sí, pagando un alto precio por el ejercicio de esas acciones. Quarry se basa en la serie de novelas criminales —con el mejor sazonado— de la esencia pulp: violencia, sexo y acción de una gran obra, del siempre prolífico, Max Allan Collins. MAC es uno de los mejores escritores de novela negra del mundo (ha publicado más de un centenar de textos, muchos de ellos bestsellers) les sonará a todos aquellos, que vieron Camino a la perdición —obra de culto— llevada a la gran pantalla por Sam Mendes. Quarry ha sido reescrita por los guionistas Michael D. Fuller y Graham Gordy (forjados en la fragua de la trascendental Rectify) junto con el propio, Max Allan Collins en la producción ejecutiva. Quarry se presenta en su primera temporada con ocho episodios rodados, íntegramente, en New Orleans y Tennessee, que de algún modo, se han convertido en platós de rodaje que simulan de la ciudad de Memphis. La historia nos traslada a la década de los 70, concretamente, al año 1972.A partir de ese instante, observamos en pantalla a su protagonista; Mac Conway interpretado por el actor (Logan Marshall-Green Prometeus) un excepcional intérprete de reparto con unos rasgos similares a los del británico Tom Hardy. MC acaba de llegar de su segundo reenganche, en la guerra de Vietnam, junto a su compañero Arthur (Jamie Hector) el inconfundible: Marlo de The Wire. Implicados, aunque fuera accidentalmente o hipotéticamente, en la matanza de My Lai. Su recepción en el aeropuerto es digna de la puerta de Ferraz 70. No les queda más remedio que cambiarse la ropa militar por otra de civiles y salir destrangis por una puerta colateral, La vida en Memphis es muy diferente, desde la última vez que estuvieron con sus familias. Ahora se sienten solos y desprotegidos por el sistema. Además, el maldito estrés postraumático hace mella. El tío Sam se esfuma y deja a toda una generación de valerosos infantes de marina con la mácula de asesinos de bebés. Iniciar su vida como un ciudadano normal y corriente va a ser muy complicado, pues, el ámbito laboral esgrime un contexto —de crisis cercana al fiasco— debido a la escasez de petróleo en 1973. Pero si tienes contactos; es fácil trabajar. Claro que quienes tienen que intermediar por ti: no saben, no quieren y no contestan. Es muy duro de llevar. Mac está inquieto y sus pensamientos son remordimientos con constantes flashbacks a la jungla vietnamita. Su convivencia con su esposa Joni (Jodi Balfour Bom Girls) se va complicando, a medida, que los días van pasando. Ella mantiene una muy buena amistad con Ruth, la esposa de Arthur, (Nikki Amuka-Bird Luther).Un día Mac se da cuenta que alguien le está observando y tras una conversación con Arthur; le dice a Mac que un tipo obscuro y bizarro; the broker (Peter Mullan Trainspotting Top Lake y Olive Kitterige), el cual, le ha ofrecido un trabajo de sicario para él. Mac no está por la labor y, sólo ayudaría como buen amigo que lo es. Arthur parece asentir y estar convencido que este primer trabajo puede ser el principio de algo bueno. Desgraciadamente, el affaire, es un desastre. Arthur muere en el enfrentamiento, a tiro limpio, con los señalados y Mac tiene que afrontar la deuda del trabajo; 30.000 dólares. Ahí nace Quarry, el asesino a sueldo —esclavizado— del personaje The Broker. Mac se siente alicaído, nervioso y ausente. Sólo sabe que se va a convertir en máquina de matar, beber y fumar. Quarry tiene mucho de Mad Men, cuando vemos al protagonista hacer largos sin parar en la piscina de su casa. La comunión con la plástica del crol y la música de fondo; aflora las raíces de Memphis, Soul y Blues, música que se teje a lo largo, de la aguja del tocadiscos. Y es que Quarry tiene una gran cantidad de escenas de grupos en directo. Garitos de la peor calaña. Desde afthers grasientos a puticlubs de strippers. La BSO de la serie es un flujo constante de carácter diegético; que hace de cada episodio sentirte cómplice con algunos momentos del gozo de su protagonista.
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Jon Alonso
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9
15 de julio de 2016
17 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos cosas son —más que ciertas y hermosas— en esta vida; un amanecer en otoño y una puesta de sol veraniega. Luego, estaría la TV, a pesar de los pesares, la aseveración es categórica: ya que el medio en sí, sigue siendo un gran entrenamiento. Hoy la ficción televisiva goza de un más que reconocido prestigio —lo hemos dicho en otras ocasiones— donde muchos teóricos del séptimo arte, día a día, ven en este entorno una amalgama de posibilidades infinitas. Empero, no corramos y observemos las realidades más inmediatas que están condicionando el mundo televisivo en el siglo XXI. La primera es que la familia sea del tipo que sea, sigue siendo el alma mater de todo guionista—el cual—, se precie a realizar un producto de gran calibre. La segunda que el canal, en comprimido, Netflix está cambiando los hábitos de ver la TV como hasta ahora la habíamos concebido. Buena muestra de ello es la magnífica tercera entrega de House of Cards (vista por este amanuense que les habla, no hace mucho). El dueto Reed Hastings&Marc Randolph —hombres forjados en el negocio del videoclub— saben cómo fidelizar a la parroquia sedienta de entretenimiento. Bajo unas premisas, esencialmente, universales: productos de exquisita factura. Una grandísima promoción. Y por último, una clientela bien fidelizada, que está a punto de superar los 50 millones de consumidores. Eso es Netflix, Sres. Guste o no guste al más pintado, y, futuro ya es presente para la nueva ficción. Recalcado lo dicho. El canal en streaming —nuevamente— ha rebuscado en su chistera mágica y nos han traído una de sus últimas producciones: Bloodline (2015). Luego, ¿qué mejor manera de mantener vigilante a su voraz grey, capaz de fagocitar 13 capítulos de golpe? Sencillo, contar una historia muy lenta, que a modo, de sinfonía decimonónica va, in crescendo, hasta llegar al último capítulo con un final demoledor. Bloodline se apunta a esa táctica, que ya lleva muchos años en los manuales de guion y siempre ha dado tan buenos resultados. De momento, las expectativas creadas, en torno a este thriller melodramático son altas, ya que los telespectadores del canal quieren más. Pero eso, será el año que viene. Una vez vista la primera entrega, crítica y público han aplaudido la nueva serie. Claro, que la pregunta del millón sería; ¿De qué va Bloodline? Fácil, para los más castizos el termino anglosajón podría traducirse por el vocablo “linaje”. Y puede que haya mucho de linaje Shakesperiano y redenciones, a propósito de la parábola del hijo pródigo. Porque Bloodline es en toda regla, un drama familiar disfuncional, relajado, convencional y atípico que se desarrolla por los Cayos de la hermosa Florida. Una serie escrita por los creadores de la inquietante y ambiciosa Damages (2007), Todd Kessler, Daniel Zelman y Glenn Kessler forman un trio muy bien avenido —los cuales—, además de tener buena pluma, suelen dirigir y aquí no han perdido la ocasión, en alguno de los capítulos de esta primera entrega. Vuelven a la carga con una trama más Neonoir, la cual, no por ello deja de tener una miga adictivamente sustanciosa. Si Damages se movía por los vericuetos de la tramoya judicial, con abogados corruptos, peces gordos de corporaciones fantasma e ingenuas trepas a aspirantes a gran toga, donde Gleen Close era la omnipotens domina de la pantalla, en aquel cuerpo a cuerpo, con una jovial Rose Byrne. Aquí, el equipo de guionistas mantienen los ecos repetitivos —concentrados— en una mater familias de la talla de Sally Rayburn (Sissy Spacek) y un marido Robert Rayburn (Sam Shepard); auténticos reyes del clan Rayburn.
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Jon Alonso
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9
19 de enero de 2011
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante un producto extraordinario, una de las grandes series de la historia de la televisión. No me pregunten el porqué ni el dónde ni cuándo podrán ver esta joya. El canal Showtime (Weeds, The Tudors, Dexter, etc) no ha estrenado en España esta producción pero lo más triste es que tampoco está editada en formato DVD&Bluray... Nada, sólo tenemos el paño caliente de internet... Haganme caso ¿creían qué no se podían juntar a los Soprano con la tropa de The Wire?, falso. Se hizo en 2006 y muy bien; dirección impecable, fotografía de lujo, vestuario, edición como un reloj suizo...Sólo hay 3 temporadas, a la vaca la exprimieron y razones de lo de siempre hicieron que acabara en el capítulo 8 de su tercera entrega.Guión había para más. Dos luceros que relucen como un bombilla en la feria de abril; Fionnula Flanagan y la bestia de Jason Issacs: actorazos Made in UK. Intenten verla y por cierto no todo en Nueva Inglaterra son veleros, calles limpias y millonarios. La hermosura puede ser perturbadora...
Jon Alonso
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8
8 de noviembre de 2016
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si les soy sincero, me gusta mucho, por no decir muchísimo la ficción de antaño tanto o casi más, que la actual. Y una de mis razones, esenciales, es descubrir que ahora—muchas de aquellas series y miniseries—el paso del tiempo les ha dado el grado óptimo de un buen vino. A día de hoy se pueden encontrar un buen puñado de ellas que siguen siendo fantásticas. Además, unas cuantas ya han sido comentadas por estos lares. ¿Qué es lo que nos lleva a apostillar esta aseveración? Su gran factura en todos los apartados y evidentemente, esa vis creativa cuasi visionaria en algunas propuestas. Es el caso de la miniserie que vamos a analizar hoy. Hubo un tiempo, donde la otrora TVE (única e impoluta, apenas tenía competencia y era su segundo canal) se implicó en una propuesta nocturna—alter prime time ochentero— donde se dejaron ver miniseries y series con un denominador común: la madurez. Cuando aludo a la madurez, lo digo en todos los sentidos. Pues, las temáticas que abarcaban es lo que la vida nos deparará más tarde o más temprano: familia, trabajo enfrentamientos, matrimonios, divorcios, celos, riqueza, pobreza, traición o lealtad. La vida y la muerte. El éxito y el fracaso, tan sólo unas décimas de diferencia. Es la época de unos seriales muy bien hechos, caso de Raíces, Eduardo y la Señora Simpson, Capitanes y Reyes, Vientos de Guerra, Shogun y otras muchas más que intentaremos traer a esta sección de la TV Vintage. En este sentido nos adentramos en una producción que tuvo una audiencia tremenda y generó una gran tómbola mediática —entre los corrillos de los mercados— así como en los almuerzos de trabajo de aquella divertida e ingenua época de la transición Made in Spain. Hombre rico, hombre pobre (1976) es la adaptación de novela del prestigioso escritor, Irvin Shaw de origen judío-ruso (autor del libro el baile de los malditos y víctima del Macartismo) que mantuvo un espaciado exilio en Europa. Periodo en donde su abundancia de títulos fue prolija. La novela tuvo un itinerario curioso, pues una buena parte de ella se publicó, a modo de pequeñas entregas, en la revista Playboy y terminó convertido en un gran best-seller, allá por 1969. Hasta que la cadena ABC— heredera del espíritu innovador— del gran E. Noble compró los derechos, y, en febrero de 1976 puso a trabajar al prestigioso guionista Dean Riesner (Dirty Harry/1971) y tres directores de un gran prestigio televisivo: David Greene, Bill Bixby y Boris Sagal La novela comprende un período de tiempo entre 1945 a 1965 y gira, en torno a dos hermanos de una familia inmigrante: los Jordache. La adaptación sigue los pasos de los vástagos de la familia Jordache — Rudy el apuesto ganador (Peter Strauss) y el perdedor Tom (Nick Nolte) —hasta mediados de los años 60. La ausencia en la miniserie del personaje de la hermana Gretchen Jordache— nunca sabremos muy bien porque se eliminó, pero Riesner era mucho Riesner y lo sustituyó por Julie Prescott (Susan Blakely), novia del instituto de Rudy. Hombre rico, hombre pobre pivotaba en un eje central: la disputa entre los hermanos Jordache. Ejecutando el vetusto, aunque no menos efectivo recurso del paralelismo bíblico; la historia de la historias por excelencia, el conflicto entre Caín y Abel. Hijos de un inmigrante alemán rudo y feroz, Axel Jordache (Edward Asner) y su esposa Mary (Dorothy McGuire), quienes dirigen una panadería en estado de Nueva York. Rudy y Tom inicialmente parecen bien avenidos en los primeros días del fin de la IIGM, pero poco a poco, irán tomando nuevos y distantes itinerarios. Rudy va al colegio y se hace notar, y muy pronto comienza a trabajar para el magnate de los grandes almacenes Duncan Calderwood (Ray Milland). Tom comienza una relación con un ama de casa irlandesa, Clothilde (Fionnula Flanagan), que nos recuerda un poco a ese personaje de la novela de James M. Cain—muy de refilón—pues, el jovenzuelo Tom se enamora de una forma más inocente. Clothilde es la esposa del dueño del taller donde Tom comienza a trabajar como mecánico aprendiz. El esposo se huele el percal y en menos de lo que dura un telediario, Tom se queda sin la compañía de Clothilde.En este tramo de la serie se observarán algunas secuencias memoriales, en un tono erótico, de alto voltaje para una audiencia más acostumbrada a un material mucho más políticamente correcto del dial; La mujer biónica, Los Walton o el hombre de seis millones de dólares y etc. Tom termina conociendo a Teresa Santoro (Talia Shire, que estaba muy cerca de convertirse en la Sra. Balboa) y decide marcharse a California para hacerse boxeador. Curiosa pareja, Shire ya era una de las grandes tras pasar por “El padrino” de Coppola y Nolte estaba a punto de dar el gran salto a Hollywood. El azar le llevará por un viaje, directo a las aguas más profundas del mundo del boxeo. Las cosas se complican por enésima vez y finalmente sale por piernas, enrolándose en un barco mercante. La aureola de Loser la deja caer con gran mimo el guionista Reisner. Paralelamente, vemos el ascenso Rudy dentro de ese hermoso envoltorio del americano protoKennedyano. Su rostro es la expresión de la decencia del trabajo y el éxito el secreto de la supuesta honorabilidad que huele a Washington. No menos interesante es el viraje de Julie; la novia de toda la vida de Rudy. De su trabajo como voluntaria ayudante de enfermería, en el hospital de veteranos y sus coqueteos con un soldado de color, hasta ese viaje —iniciático y rebelde— a un mundo desconocido y excitante: NY.
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Jon Alonso
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