“Vaya cliché”, dice en esta película el personaje de Steve Carrell en una triste escena bajo la lluvia. No es el único que encontramos en “Crazy stupid love”, que tiene al niño sabiondo o al joven ligón que se enamora, entre otros grandes éxitos de las comedias románticas. Sin embargo, la cinta es consciente de esos lugares comunes y los recorre con humor. Pero la parodia no es lo principal: en la cinta subyace una cierta melancolía, que unida al encanto y al poso de verdad que tienen los personajes hace que “Crazy Stupid Love” se aleje de su género y ofrezca algo más al espectador.

Es precisamente el atractivo de los personajes, todos enfrascados en la búsqueda del amor, es lo que convierte en buena medida a “Crazy, stupid Love” en un producto muy disfrutable y bastante inteligente, aunque esté lejos de ser una obra maestra. En el elenco, con Julianne Moore, Kevin Bacon o Marisa Tomei, destaca en especial Carrell, que sabe interpretar como nadie a ese hombre normal, ni guapo ni feo, y un poco perdedor, que todos llevamos dentro y sacamos de vez en cuando.

La primera Cazafantasmas era una comedia ligera, divertida y sin pretensiones en la que actores del Saturday Night Live atrapaban espectros en Nueva York. La Cazafantasmas de 2016 es una comedia ligera, divertida y sin pretensiones en la que actrices del Saturday Night Live atrapan espectros en Nueva York. Sin embargo, pocas películas han recibido tantas críticas y tan virulentas incluso antes de su estreno.

Uno de los principales argumentos que se ha esgrimido contra ella es la falta de originalidad. Sin embargo, Hollywood no destaca por ser una industria innovadora. Películas mudas basadas en obras de teatro o novelas. Películas sonoras que son remakes de cintas mudas, asiáticas o europeas. De series de televisión. Inspiradas en hechos reales, hechos históricos, historias cortas, cómics o videojuegos. Narrar algo original es casi imposible: el objetivo es hacerlo con gracia, algo que esta nueva película logra.

Feig y sus actrices mantienen la esencia y la iconografía de la original e incluyen varios guiños dirigidos a los fans. Es disfrutable también para los que no lo son, ya sea porque eran demasiado jóvenes o porque no habían nacido cuando se estrenó: es ágil y entretenida, con acción, chistes y efectos especiales más acordes con los tiempos que corren. Lo que es esencial es el gusto por el humor sin pretensiones: los espectadores que no encontraron graciosa la primera difícilmente se enamorarán del remake.

Tampoco se enamorarán del remake los que consideran un ataque a su infancia y/o a los hombres el hecho de que un grupo de mujeres protagonice la película. En los últimos años se han estrenado versiones, continuaciones o precuelas de sagas tan queridas como Jurassic Park, Indiana Jones, Alien o Star Wars. Algunas han sido más afortunadas que otras, pero a ninguna se la ha acusado de destruir infancias. Ninguna había apostado tampoco por un grupo de mujeres como protagonistas. Este hecho -no el tráiler, no supuesta baja calidad de la película- ha sido el principal problema para muchos de sus detractores. A éstos ninguna crítica positiva los va a convencer, por lo que tiene poco sentido seguir insistiendo. Los demás, id a verla, a ser posible con una buena ración de palomitas. La película lo merece.

Para denunciar mediante el cine ciertos temas –la deshumanización, o la precariedad- no sirve el cine social cordial de un Fernando León. Aunque algunos críticos no lo califiquen así, Import/Export es verdadero cine de denuncia, en el buen sentido. En vez de conducir amablemente a los espectadores por una trama de personajes simpáticos en situaciones difíciles, los zarandea entre las fronteras de la vieja y próspera –a ratos- Europa. Los arrastra entre Viena y Ucrania, entre la vida de un guardia jurado austriaco y chapucero; y la de una enfermera ucraniana que hace porno por Internet, dirigido a austriacos, para ganar algo de dinero.

Import/Export tiene un realismo descarnado, a veces desagradable, con algunas escenas especialmente difíciles y largas. No hay cosas bonitas, diálogos graciosos, escenas suaves. Urich Seidl no tiene ninguna compasión con el espectador, lo coge por la solapa y le da una bofetada con sus imágenes. Import/Export no es una película con la que el espectador vaya a sentirse mejor consigo mismo, por preocuparse por aspectos sociales hasta el punto de emplear su tiempo libre en ver películas “comprometidas”. Import/Export hace algo mucho mejor y más sano, hace que sientas asco y vergüenza por Europa. Por un Occidente que se aprovecha de los más débiles y precarios, les da los trabajos que no quieren los europeos respetables, y los usa como mercancía.

La vida de Robert Evans tiene todos los ingredientes para convertirse en una película que él mismo podría haber producido: una historia de un ascenso desde la nada y de una caída vertiginosa, de éxitos y escándalos; aderezada con amor, infidelidad, y desamor, y con dinero, dificultades, drogas y una redención de por medio. La biografía de este productor bien hubiera servido como materia prima para un film, pero constituye también un excelente material para un documental muy bien hecho.

"El chico que conquistó Hollywood" está basado en la autobiografía del propio Evans, y narrado con una voz en off crítica, irónica y en primera persona que hace la historia muy cercana al espectador. Usa algunas grabaciones de la época en las que aparece el protagonista, así como secuencias de las películas que produjo, pero es sobretodo abundante el uso de fotografías. Recursos como animaciones sencillas y movimientos de cámara hacen que las imágenes estáticas no lo sean tanto, y ayudan a que la película sea dinámica, con situaciones e incluso diálogos muy bien recreados.

Aparte de una biografía, el documental es una reivindicación de la importancia de la figura del productor ejecutivo, en un mundo en el que el director y los actores son los más visibles. Polanski y Coppola son muy alabados por "La semilla del diablo" y "El Padrino" respectivamente, películas que no serían lo que son, o simplemente no serían, sin la intervención de Evans. El chico que conquistó Hollywood es también un acercamiento a cómo funciona el mundo del cine por dentro, con su brillo y sus miserias. No es algo nuevo, como no lo son las técnicas que usa este documental, pero los recursos están muy bien usados, y la historia es muy atractiva y está bien contada. El resultado final es un producto que no es innovador, pero es efectivo, entretenido y muy interesante.

El comienzo de "Tinta roja" no es muy esperanzador, ya que aparece plagado de tópicos: el aprendiz ambicioso, idealista, tímido y un poco pardillo; el ambiente viciado de la redacción del periódico... y sobretodo el jefe, ese periodista escéptico, brutal, machista, mujeriego y fumador, que sabemos desde el principio que le va a hacer la vida imposible al protagonista. Aunque pierde un poco de fuelle al final, y tiene alguna situación no del todo verosímil, es una película rica, trágica pero con toques de humor, y bien realizada, quizá no original en su planteamiento pero sí en su enfoque y desarrollo.

Según transcurre la película, los tópicos se difuminan y dejan lugar a personajes interesantes, bien construidos, muy humanos, y bien interpretados, que son su punto fuerte. Las relaciones entre ellos y su evolución están bien contadas, especialmente el paso a la madurez de Alfonso, el joven ilusionado que entra en la sección de sucesos por casualidad y sin interés, como un paso previo de su aprendizaje para ser escritor, y obtiene un aprendizaje que termina siendo diferente y mucho más profundo de lo que él esperaba.

La cámara sale a la calle a seguir el trabajo de los redactores, y las imágenes tienen a veces un tono de reportaje periodístico que le sienta muy estupendamente a una película en la que el periodismo es el eje fundamental, algo que resulta atractivo ver en una coproducción hispano-peruana, rodada en español, ambientada en Perú y con referentes culturales –la música que suena, las referencias a el Chavo del Ocho y a Vargas Llosa- y un contexto muy diferentes al que nos tienen acostumbrados las cintas americanas sobre la prensa. Pero "Tinta roja" no habla solamente del periodismo, a veces éste es sólo el detonante para hablar de muchas otras cosas, como la ilusión, la madurez y el desengaño, o de la relación de las personas con el dolor propio y con el dolor ajeno, consumido masivamente a través de algunos productos periodísticos.