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México México · Ciudad de México
Críticas de Iván Rincón Espríu
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Críticas 122
Críticas ordenadas por utilidad
3
21 de diciembre de 2015
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Brown Bunny: ya no es spoiler

Drama de hora y media; la primera hora es soporífera. Si no fuera porque uno sabe lo que sucederá en algún momento, dado el escándalo mojigato, difícilmente toleraría completa esa hora de aburrimiento, realizada en apariencia por un principiante, además ególatra, que abusa de los primeros planos con el objetivo fuera de cuadro unas veces y fuera de foco otras, quizá con la fallida intención de ser o parecer "experimental".

El guionista, productor, director y editor Vincent Gallo, es también el actor protagónico y, por si fuera poco, opera una de las cámaras (en las peores escenas, cabe suponer).

Esa primera hora narra la depresión de un motociclista que, luego de una carrera con la creatividad de diez vueltas a la noria, viaja en camioneta durante cinco días hasta Los Ángeles. En el camino intenta relacionarse con mujeres inexplicablemente fáciles, pero aun así no puede.

Las escenas son demasiado largas y lentas en su mayoría y algunas caen en el hiperrealismo de un sucio parabrisas como crisol de 'road movie' musical bajo la lluvia con canciones que aluden al estado de ánimo.

Al tedio de una hora sigue lo bueno: Chloë Sevigny hace un acto de aparición imaginaria y, luego de un tímido escarceo, la pareja tiene un encuentro erótico, "felación real" incluida. Además de real, esa felación es gráfica o explícita, cual película porno, con la única diferencia de que aquí no vemos la eyaculación, pues la escena sugiere que ocurre dentro de la garganta (como guiño y homenaje a Lovelace, podría decirse).

La pornografía en este caso no es más desagradable que escuchar los berridos agudos de Vincent Gallo en la secuencia inmediata y final, que narra una tragedia como exteriorización terapéutica del dolor interno, explicación de su causa. Aunque las escenas son neuróticas (con la cámara en constante movimiento, la imagen borrosa y la edición de tomas rápidas, casi fugaces) y los berridos pueden resultar insoportables, el final hace de la última media hora un momento de ambivalencia desconcertante y magistral, que despierta las neuronas dormidas, nos saca del letargo.

Por encima de las estupideces que se dicen acerca de esta película, es necesario reflexionar la validez o no del sexo explícito para efectos estéticos y narrativos (sobre todo ahora que Lars Von Trier ha vuelto a poner el tema sobre la mesa y el dedo en la llaga), así como la tendencia de Sevigny al cine maldito.

Roger Ebert calificó esta película en su momento (2003) como lo peor que se había presentado en la historia del festival de Cannes, y quizá tuvo razón, pero la gente repite lo que sirva como referencia de autoridad hasta convertirlo en neta indiscutible. Con enormes diferencias, el estilo de Vincent Gallo tiene mucho en común con el de Sofía Coppola y si algo le resta credibilidad a Cannes es el bodrio infame, pero elogiado hasta la náusea, 'Después de Lucía', que el entonces presidente del festival calificó de "poderosa obra maestra" (mediante pago corrupto de Televisa, cabe sospechar), un año antes de que Spielberg lo sucediera.

No hay críticas profesionales en internet, sólo referencias reduccionistas a la "felación real" y, en el colmo de la imbecilidad morbosa, una reproducción del momento polémico entre la pornografía que, a diferencia del arte y la calidad, prolifera en internet.
Iván Rincón Espríu
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2
23 de diciembre de 2015
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuatro piratas somalíes intentan secuestrar un barco de la marina mercante gringa en aguas internacionales y, al fracasar, toman como rehén al capitán durante unas horas en el bote salvavidas del mismo barco.

Para provocar la mayor tensión posible, una cámara al hombro está en constante movimiento y sus tomas son editadas con escenas muy rápidas. Además de la neurosis narrativa, los personajes están histéricos y algunos tienen caras y expresiones de retrasados mentales. En racial contraste con los corpulentos hombres blancos, los piratas son agresivos esqueletos negros y sus actitudes parecen las de unos cocainómanos de cuarto mundo. El capitán, en cambio, es tan ecuánime que atiende las heridas de sus secuestradores y, tras moralizante discusión, uno de ellos insinúa que en "América" no hay piratas porque tampoco hay necesidad, los pescadores se dedican a pescar y no al asalto de barcos buena onda que llevan comida gratuita a pueblos hambrientos.

Al final, llegan los Navy SEALs y ponen orden como siempre, con la precisión quirúrgica de un cirujano, sin daños colaterales (una escena muestra hombres musculosos que, en vez de actuar, posan con arrogancia nauseabunda).

Nominada, entre muchos otros premios, al Óscar en siete categorías, incluida la de mejor película, Capitán Phillips tiene cosas en común con Argo y las dos cintas más recientes de Kathryn Bigelow: aunque muy inferior, este relato deshonesto de un episodio intrascendente habla de Estados Unidos como la policía del mundo que dirime los conflictos violentos con un solo disparo y si acaso hay detenidos los trata con caballerosidad. Como Argo (que reduce la crisis de los rehenes en Irán al mínimo posible), se trata de un rescate exitoso… Tanto Argo y Capitán Phillips como las dos películas recientes de Bigelow (mucho más ambiciosas) son ejemplos de un cine con fines políticos y propagandísticos, pues los gringos son buenos muchachos que hacen justicia y ayudan al necesitado. La intrascendencia en este caso no obsta para tal propósito, y la epidemia mundial de imbecilidad inducida por Joligud hace el resto del trabajo.

Por estar basada en hechos reales, Rotten Tomatoes y Wikipedia la consideran una "película biográfica", tan biográfica que narra nada más unas horas en la vida del protagonista.
Iván Rincón Espríu
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6
21 de diciembre de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Amigas desde la infancia, dos mujeres cuarentonas inician sendo romance, una con el hijo veinteañero de la otra y viceversa. La relación alcanza una dimensión amorosa desde el principio y ambas asumen complicidad en su doble aventura.

Con gran carisma y calidad interpretativa, Naomi Watts y Robin Wright forman un fascinante par femenino en este drama romántico-erótico-amistoso ambientado en la playa bajo la dirección de Anne Fontaine.

La secuencia inicial de los créditos acierta en la elección de unas niñas muy parecidas a las protagonistas, que aparecen en seguida con unos niños a su vez parecidos a los hijos adultos. Abundan sutilezas por el estilo en el resto de la película, con encuadres de los mejores ángulos a luz y sombra de las actrices en sus momentos de melancolía, de modo que fotografía y actuación se hacen una misma cosa disfrutable y memorable.

Naomi vuelve a sus orígenes australianos como actriz y, por primera vez en su carrera, encarna un papel de mujer madura, madre de un adulto y, más adelante, abuela de una niña pequeña. Aunque menos conocida, Robin está plenamente a la altura de la estrella, superándola en perfección corporal.

Los hijos y un marido son el punto débil de la historia, pues carecen del encanto que rebozan las mujeres… hasta que sus vástagos tienen novias.
Iván Rincón Espríu
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8
3 de julio de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Stoker (Estados Unidos, Reino Unido, 2013), de Chan-Wook Park, el día que India cumple 18 años, su padre aparece muerto; hasta entonces ni ella ni su madre tenían noticias del tío Charlie, quien llega para quedarse y completar el nuevo escenario familiar. Otras dos mujeres, en cambio, tienen en común conocer el pasado y la procedencia del recién llegado, y desaparecer durante su estancia… Más sensitiva de lo normal, India no tolera que la toque nadie y así ha llegado a la mayoría de edad, intacta y virgen, ahora tentada por el misterio y la seducción a romper su impenetrable círculo de soledad con el arribo de un hombre que la repele y atrae, por quien experimenta deseo, pero también desconfianza. Menos inteligente y contradictoria, más vulnerable y simple, la madre no duda en dejarse atrapar por el encanto masculino y la carga de amoral cinismo que, ante la mirada atónita de India, exhibe su dominio de la situación para inquietarla, perturbarla y despertar a la mujer salvaje, pero reprimida, más que dormida, lo cual consigue hasta el punto de la complicidad…

La actriz australiana de ascendencia polaca Mia Wasikowska encarna brillantemente la oscura patología de India Stoker, su compleja, interesante y atrayente personalidad, mientras el británico Matthew Goode interpreta el papel del siniestro tío, y la australiana de origen hawaiano Nicole Kidman el de la madre, en ese orden de méritos. Aunque Wasikowska tenía 22 años al rodar la película y su personaje tiene 18, diferencia que no pasa desapercibida, su actuación es cautivante; la de Goode es convincente, y la de Kidman, pasable. Embellecida con pupilentes que agrandan sus ojos notablemente, quizás una discreta cirugía y cabello castaño oscuro, largo y lacio, Mia desempeña por tercera vez el papel protagónico en un largometraje, después de ‘Alicia en el país de las maravillas’ (Estados Unidos, 2010), de Tim Burton, y Jane Eyre (Reino Unido, Estados Unidos, 2011), de Cary Fukunaga. Su habitual proyección de una muchacha dulce y angelical solía ser agradable, y ahora en plan sombrío resulta fascinante. Hay que estar atentos a lo que haga, pues se perfila como una de las mejores actrices del mundo actual.

Kidman, en cambio, siempre ha sido físicamente insípida y el abuso de las cirugías "estéticas" limita cada vez más su expresividad, a lo que se agrega una forma de afectación que no es fácil tolerar, pero se agradece que no haya dado al traste con algo tan prometedor que parecía demasiado grande para ella. Goode actúa con desenfado y naturalidad, aunque habría sido mejor alguien menos delgado y más atractivo quizá.

‘Lazos perversos’, como fue titulada en español, es el debut en Hollywood y lengua inglesa para el director coreano de la exitosa «trilogía de la venganza», quien dirige también por primera vez con un guión que no es suyo. El actor británico Wentworth Miller escribió el guión en este caso y el de una "precuela" o anterior historia narrada después con el título de Tío Charlie.

En la concepción de Stoker destaca una influencia primigenia: ‘La sombra de una duda’ (Estados Unidos, 1943), de Alfred Hitchcock, sirvió como punto de partida argumental: en aquella cinta, una muchacha sospecha que su tío, de visita en casa, es un asesino serial de viudas. Además, Stoker significa fogonero, "alguien que aviva el fuego", como el tío Charlie, que más bien remueve las cenizas del pasado y enciende nuevas llamas, en términos metafóricos. La palabra es también el apellido de Bram Stoker, otra influencia confesada por Miller, aunque aquí el horror no es sobrenatural, como el de los vampiros, sino sicológico, pletórico de símbolos en un drama doméstico, y más que horror es suspenso.

La encuesta anual realizada por The Black List ubicó la obra de Miller (firmada con el seudónimo Ted Foulke, nombre de su perro) en el quinto lugar de los mejores guiones que todavía no llegaban a la pantalla grande, pero eran leídos y mencionados por productores y ejecutivos de Hollywood; de los 290 encuestados en 2010, 39 lo mencionaron.

La película —que no es para el gran público, sino una gran película para mi gusto— fue producida por la compañía de Ridley y Tony Scott, aunque este último falleció antes de comenzar el rodaje, que duró cuarenta días.

El diseño de arte y producción en general se hace uno con la dirección de cámaras y es minucioso y creativo desde los créditos iniciales hasta los finales, como el sonido y la transición entre algunas escenas, a veces con montajes a manera de collage y otras veces con efectos especiales (la secuencia del peinado, por ejemplo), en donde vuelve a ser protagónico el sonido.

Para la composición de la banda sonora fue contratado Philip Glass, pero lo reemplazó Clint Mansell (‘Réquiem por un sueño’), dato de interés para quien haya visto ‘La ventana secreta’ (Estados Unidos, 2004), escrita y dirigida por David Koepp, pues si bien es inferior tiene mucho en común con la cinta que nos ocupa. La música en ese caso fue compuesta por Philip Glass y Geoff Zanelli.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Iván Rincón Espríu
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4
11 de abril de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los críticos más informados tienen como referencia la novela del sueco Stieg Larsson, Los hombres que no amaban a las mujeres, primera de una trilogía policíaca titulada Millennium, y dos cintas basadas en dicho libro. Mis referencias previas a La chica con el tatuaje del dragón (EUA, 2011), de David Fincher, en cambio, son las películas del mismo director: Se7en (1995), El club de la pelea (1999) y Zodiaco (2007), entre otras. Es imposible —al menos para mí— ver la nueva cinta sin pensar también en el síndrome de Ciudad Juárez, por tratarse de un femicidio múltiple y sistemático, así como en el James Bond más viejo, chaparro y feo: Daniel Craig en el papel principal, que no es el de una “chica” tatuada, sino el de un periodista en aprietos legales. El título en este caso es el primer error de la cinta, pues efectivamente una “chica” protagonizada por Rooney Mara tiene un dragón tatuado en la espalda, pero eso no significa nada. La intencionalidad es evasiva, pues la versión sueca de la novela se llama Los hombres que odiaban a las mujeres, nombre que mejora el original en la medida que se apega más al trasfondo: una misoginia extrema. En español, el título es involuntaria y levemente misógino, inconsciente y sutilmente contradictorio, además de cacofónico.

Por lo demás, la truculencia de la trama le vino bien a Fincher, que parece tratar de especializarse en casos mórbidos y sórdidos, como The Silence of the Lambs (1991), de Jonathan Demme, cuyo éxito intentaría repetir Se7en con el mismo estilo, recargándolo de un morbo nauseabundo, pero sin pasar de la mediocridad. Basada en hechos reales, Zodiaco haría lo mismo doce años después. Con una duración en aumento, The Girl with the Dragon Tattoo (el título en inglés no es cacofónico ni misógino, pero los "traductores" suelen ser tan chapuceros como los exhibidores) intensifica la complejidad hasta el punto en que uno entiende que se trata de que entienda un carajo. Los subtítulos distraen la vista de imágenes repulsivas en fotografías decoloradas, mientras la música de Trent Reznor y Atticus Ross se propone ser pertubadora y lo consigue, fundiéndose con sobresaltos en el sonido.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Iván Rincón Espríu
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