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España España · Barcelona
Críticas de Quim Casals
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Críticas 164
Críticas ordenadas por utilidad
9
4 de noviembre de 2012
162 de 197 usuarios han encontrado esta crítica útil
Conviene hacer esta distinción. El hombre de la cámara de oro, Sam Mendes, solo para nuestros ojos nos regala un sinfín de imágenes para la eternidad que convierten "Skyfall", en tanto que artilugio fílmico, muy probablemente en la mejor película de la saga. Prolijo sería ponderar las virtudes de su muy precisa puesta en escena y su fascinante sentido visual y rítmico. En fin, sin prisa pero sin pausa, entretenimiento en toda regla y de primer orden.

Como se ha repetido, tenemos aquí personajes más oscuros, ambiguos y complejos que de costumbre, no solo en lo que concierne a Bond, sino también en el tratamiento de M —en el fondo, la gran protagonista de la entrega— y del malo de turno, Silva, un espejo deformado del propio agente (y justo es alabar en este punto las interpretaciones del trío actoral).

Pero si bien los personajes reciben dicho tratamiento "serio", tanto los recovecos de la intriga (el mismo plan criminal de Silva, por ejemplo) como la mayoría de las escenas de acción pertenecen por derecho propio al ámbito de lo "peliculero", con todas las exageraciones e inverosimilitudes que ello conlleva. Uno puede considerar improcedente el contraste, pero particularmente esta colisión tonal me parece uno de los aspectos más estimulantes del film, en tanto que demuestra en la práctica que en la creación una vez más no hay más límites que la voluntad del artista —que después podemos aceptar o no.

Y llegamos al otro aspecto de la distinción inicial: independientemente de su valía individual, ¿es esta la mejor "película de Bond"? Aquí nos adentramos en un terreno más resbaladizo y seguramente insondable, porqué cada cual tendrá su propia y legítima "imagen mental" de Bond, que incluso puede beber de fuentes muy distintas (el Bond de los libros, el primigenio encarnado por Connery, etc.). Y, más allá del ideal de Bond como prototipo (los detractores de Daniel Craig ni siquiera le perdonan su aspecto físico), existe a su vez un "universo Bond" (M, Q y sus gadgets, los constantes flirteos del héroe con las Chicas Bond, los viajes exóticos, los ambientes de lujo, los casinos…), cuya presencia, ausencia y modo de presentación (en "Skyfall" muchos no aparecen y otros lo hacen de manera heterodoxa) para muchos son la prueba de confirmación de si nos hallamos ante una auténtica y/o buena "película de Bond".

Yo debo decir que me gusta especialmente este Bond contemporáneo de Daniel Craig (aquí y en "Casino Royale", con todos sus problemas existenciales), pero también pienso que hay un Bond para cada momento, o cada momento tiene su Bond (así, puedo gozar igualmente con el espectro "sixties" del Bond más antiguo —sobre todo las tres primeras de Connery y la de Lazenby, a reivindicar— o con las tonterías paródicas del último Roger Moore, ideales para la tarde boba de un domingo), y no me quita para nada el sueño discernir si uno es más "genuino" que otro, o tan siquiera si es posible hacerlo.

Mi postura en este aspecto, pues, es de de total relativización. Pero de hecho esta es una reflexión que trasciende la mirada hacia la saga Bond y se puede aplicar al cine en general. Como espectador, muchísimo más gratificante que valorar las películas según su adecuación a unos esquemas mentales preestablecidos, me resulta dejarme sorprender cuando sus propuestas desbordan dichos esquemas. O, dicho de otro modo, focalizar el juicio crítico acerca de las películas según lo que les falta o les sobra para quedar completamente a "nuestro gusto", además de acomodaticio, conduce sistemática y fatalmente a la decepción; en cambio, al descubrir con asombro en ellas esa imagen, esa idea, ese suspiro que jamás se nos habría ocurrido a nosotros, es cuando vivimos el instante verdaderamente iluminador del cine, y del arte.
Quim Casals
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10
19 de febrero de 2006
133 de 143 usuarios han encontrado esta crítica útil
Poco divulgada y frecuentemente infravalorada por considerarla un proyecto inconcluso, Una partida de campo es, para mí, una de las mejores, si no la mejor, obra de su autor y una de las más hermosas y tristemente poéticas de la historia.
Tal vez se trata de la película impresionista por antonomasia, no tanto por las localizaciones y encuadres, que remiten de manera muy directa a los cuadros de Renoir padre, como por conseguir atrapar el gran sueño de los impresionistas: la captación de la fugacidad del tiempo, o de la vida.
Al verla nos instalamos en un idílico presente, cargado de latente sensualidad, que cristaliza en un pasaje sublime de pasión arrebatadora; pero si Kubrick con un hueso trazó la elipsis más larga del cine, Renoir con la lluvia nos trae la más desoladora, y de pronto comprendemos que todo queda, irrecuperablemente, atrás. Pero con Una partida de campo se nos ha dado la gracia de contemplar, de vivir el instante y, como en Dublineses, como en Los puentes de Madison, sentimos que un instante puede valer por toda una vida.
Quim Casals
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8
11 de marzo de 2010
176 de 240 usuarios han encontrado esta crítica útil
J.C. era un usuario de FilmAffinity en crisis. No sabía sobre qué película escribir ni cómo. Así que se encerró en un balneario de almas en busca de inspiración. Bloqueado, buscó recursos nuevos. Siempre dejaba el título de la crítica para el final, así que decidió empezar por el final y buscó un título. Como no encontró ninguno se lo robó a Q, aprovechando el momento que el camarero servía la penúltima ronda de cervezas.

Teniendo el título de la crítica, faltaba elegir el del film, para lo que contaba con la ayuda de sus amigos. "La hija de Ryan" es un peliculón, sentenció X. Sí, pero no estaría de más que también fuese una película, respondió G. El usuario prefería "Breve encuentro", pero concluyó que escribir sobre ella no sería tan fascinante como protagonizar un remake con R. Finalmente, J.C. logró dar con un par de ideas, pero con los nervios se le cayeron al suelo; no tuvo tiempo de agacharse que, raudo, H las recogió y las guardó en una libretita. Es que las ideas escasean, arguyó H, a modo de disculpa.

—Perdone, ¿pero se puede saber que está haciendo, J.C.?

—Estoy intentando escribir una crítica para FilmAffinity. ¿Y usted porqué me interrumpe?

—¿Crítica?, ¿pero qué clase de crítica es ésta? No hace más que hablar de sí mismo.

—Bueno, Fellini también lo hacía… ¡Ah! Qué rapto de inspiración. No sabe usted la idea que me acaba de dar; escribiré sobre "Ocho y medio". Lo que no sé por dónde empezar.

—Pues debería saberlo. Ya ha gastado 1404 caracteres. Oiga, yo le conozco, usted lleva 50 películas reseñadas en esta página…

—49 y medio, si consideramos "Una partida de campo" como un mediometraje. Otro punto a favor para escribir sobre "Ocho y medio". Espere, que me animo. Además, será una crítica en blanco y negro. Y en cinemascope…

—Pare el carro y no desvaríe más. Como le iba diciendo, usted se ha labrado una reputación. Sus críticas son serias, le gusta desmenuzar el lenguaje cinematográfico de las obras tratadas. Tiene incluso un pequeño pero fiel grupo de lectores. ¿Por qué echar a perder cinco años de trabajo y bien ganado respeto con una crítica egocéntrica e insustancial que no habla para nada de la película?

—¿Cómo que no habla de la película? A ver, ¿de qué trata "Ocho y medio"?

—"Ocho y medio" trata de "Ocho y medio".

—Ergo mi crítica de "Ocho y medio" trata de mi crítica de "Ocho y medio". Coherente, ¿no?

—Se me ocurren otros adjetivos. Pero, ¿de veras piensa que alguien podrá encontrar que esto que llama usted "crítica" puede resultar útil y/o interesante?

—Bueno, nunca se sabe. Hay que arriesgarse, que decía Pascal. Déjeme pensar que sí. Soñar es gratis.

—Y morir también.



(Dedicada a Lupo)
Quim Casals
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8
9 de enero de 2012
134 de 156 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca me han gustado, por su reduccionismo egocéntrico y porqué el arte, afortunadamente, admite infinitas posibilidades, las sentencias del tipo "si te gusta el cine, te tiene que gustar X película". Pero sí me atrevo a invertir el orden de los factores y sugerir, tímidamente, que los amantes más fervorosos de "Drive" es muy, pero que muy probable, que sean a su vez apasionados amantes del cine (enunciado que no excluye, según las reglas más elementales de la lógica, que sus detractores también puedan serlo, evidentemente).

A menudo he llegado a estupendas novelas gracias al visionado previo de también estupendos films que las adaptaban (vg. "Las vírgenes suicidas"); pero, en esta ocasión —aún a costa de cometer una posible injusticia— no me apetece leer la novela de Sallis, por la misma razón por la que nunca he leído "Psicosis" o tampoco me atraería un hipotético libro surgido de "El acorazado Potemkin": lo que me ha hipnotizado de ella es la óptima, y cada vez más rara de encontrar, estilización visual a partir de recursos específicamente cinematográficos.

Desde un prólogo netamente hitchcockiano (tanto por el manejo del suspense como por conseguir hábilmente la identificación del espectador con quién se supone no debería) hasta un epílogo digno de las epifanías rossellinianas, asistimos, como me escribió textualmente un amigo, a un "ejercicio total de cine: nada, absolutamente ningún plano, es gratuito". Ryan Gosling y Carey Mulligan se me antojan insustituibles en sus roles, en una historia donde la tormenta y la calma —casi siempre tensa— aparecen dosificadas en su justa medida (la violencia aquí es como un primer plano en cualquier obra de Mizoguchi. De ahí su impacto). Sin olvidar la entrañable aparición de Russ Tamblyn.

También a mí, como compruebo ha pasado con la mayoría de usuarios, me han venido a la cabeza diferentes referencias; en mi caso he pensado en Melville, Schrader, Scorsese, Tarantino... Pero lo más importante, creo, es que no estamos ante ningún pastiche o un film que deba su esencia al homenaje, sino que todo ello se transmuta en una voz personal y genuina. En otras palabras, no me extrañaría que dentro de unos años, de alguna que otra película se afirme que "bebe de Winding Refn".

Por otra parte, no comparto el veredicto de vacuidad temática tras la brillante fachada formal. Al menos en mi experiencia, durante el visionado sí predominó la fascinación estética. Sin embargo, con el paso de los días, lo que acude repetidamente a mi mente no son únicamente imágenes, sino el poso más profundo y sosegado de su reflexión existencial sobre la soledad, el peso del pasado, las debilidades humanas, la violencia, el destino, la redención…

Y, por encima de todo —y seguramente de ahí mi adhesión incondicional—, siento que lo que "Drive" me ha ofrecido (recalco el "me", se trata de mi propia recepción y sensibilidad) es una de las más bellas historias de amor que he visto en una pantalla en muchísimo tiempo.
Quim Casals
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10
13 de octubre de 2005
123 de 135 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos de los grandes ejes temáticos de la filmografía de Bergman, la duda metafísica (El séptimo sello, Como en un espejo...) y el análisis introspectivo de las relaciones íntimas (Secretos de un matrimonio, Un verano con Mónica...) se funden magistralmente en esta película, formando una unidad indisociable donde ningún motivo se supedita al otro.
Si en Fanny y Alexander está “todo Bergman” por expansión de personajes y situaciones, aquí lo está por reducción a sus rasgos esenciales. De esta manera, la puesta en escena deviene una de las más concisas, depuradas y austeras de su autor.
La desnudez formal se traduce en un rigor compositivo donde los primeros planos alcanzan un significado de tal magnitud que se convierten en dignos herederos de los de La pasión de Juana de Arco. La analogía con Dreyer nos podría llevar también a Gertrud, en cuanto al meditado uso de los fondos en conexión con las emociones de los personajes.
A mi juicio, Gunnar Björnstrand realiza el mejor trabajo de su carrera e Ingrid Thulin está, como siempre, inconmensurable. La implacable fotografía en blanco y negro de Sven Nykvist probablemente sólo tiene parangón con la de Persona, otra de las obras capitales del dúo creador.
En fin, aunque algunos todavía consideren Los comulgantes esclava de su época y, por tanto, caduca o pasada de moda, para mí siendo una obra de arte absolutamente intemporal, cumbre de Ingmar Bergman y un hito que demuestra, una vez más, que la auténtica complejidad se alcanza a través de la más absoluta sencillez.
Quim Casals
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