Un médico con un oscuro pasado, un buscavidas, un agitador, un imberbe... Y, por supuesto, una chica. Notable western bien dirigido y extraordinariamente interpretado.

Todo el reparto, del primer e indiscutible protagonista al último secundario pinta un buen retrato de lo que debió ser la fiebre del oro: ambición, avaricia, doblez pero también bondad, ternura y honradez.

Un Gary Cooper en plena madurez crea un personaje atormentado y honrado pero tremendamente creíble; Karl Malden está sobresaliente como ese buscador de oro que sólo le preocupa, al menos en apariencia, ese metal: George C. Scott, en un papel secundario, pero fundamental recrea a la perfección a esos "predicadores" que recorrían el oeste. María Schell probablemente tenga una de sus mejores interpretaciones americanas.

Y un tema musical que ya está en todas las antologías de música de cine.

Una historia absurda en un entorno inesperado. Al margen de ser, tal vez, un poco larga se deja ver y es entretenida. Tiene escenas memorables y Burt Lancaster encaja a la perfección es este papel; recupera así, en parte, los que le dieron fama del caradura conquistador. Lee Remick, sin estar brillante, hace un buen papel. Personalmente para pasar un buen rato la recomiendo antes que muchas estupideces que se hacen hoy y se "visten" de grandes obras.

Indudablemente lo mejor de la película son sus dos protagonistas (Burt Lancaster, Lee Remick); Pamela Tiffin tiene mejores películas («Un, dos, tres» de Billy Wilder); Martin Landau es un indio poco creíble y Donald Pleasence es, con mucho, el mejor de los secundarios. Impecable la banda sonora de un mito de Hollywood: Elmer Bernstein.

No todo van a ser desgracias en los submarinos (Das boote, U-576, Duelo en el Atlántico...) También se pueden dar situaciones cómicas. Y si quien tiene que resolverlas es Tony Curtis, ¡éxito asegurado!

Sin desmerecer para nada al resto del reparto, es él quien lleva el peso íntegro de la película. Una vez más demuestra este actor su capacidad para la comedia... pero siempre que no sea muy profunda. En las comedias ligeras es donde mejor se desenvuelve, como esta o Vacaciones sin novia.

Una buena película que merece la pena ser grabada. Muchos actores actuales, que se llaman cómicos, deberían ver estas cintas de los años 50-60; no sé: Jim Carrey, Harold Ramis... Llenar salas no significa hacer buen cine.

No es una película bélica, no es una película romática; es, simplemente, una gran historia bien contada: Memorable el tándem Burt Lacaster - Deborah Kerr; impecable Montgomery Clift; un duro muy creíble de Ernst Borgnine; Donna Reed es la novia que todos hubiéramos querido tener... ¡Hasta Frank Sinatra está brillante! Merecido Óscar a este cantante en su, para mi, mejor interpretación cinematográfica porque por una vez no hace de Frank Sinatra lo que le da mayor credibilidad a su personaje.

La historia del soldado que vuelve a sus antiguos cuarteles en Hawaii y se niega contra viento y marea a participar en combates de boxeo a pesar de las presiones que se le hacen desde todos lados, del capitán al último de los sargentos; la pasión, más que romance, entre la mujer del capitán (que no se entera de la misa la media) y el sargento que estalla en la más famosa escena de la película cuando las olas baten sobre ambos, en lo que fue el cartel de la película. Y como final el ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 y la marcha de la isla de Oahu de la enamorada Dona Reed y de la entristecida Deborah Kerr.

Una muy lograda historia del siempre fiable Fred Zinneman con una más que brillante Audrey Hepburn que todavía no ha llegado a su madurez artística y que sin embrago es un papel más que creíble.

La historia de la lucha interior entre los deseos de servir a Dios y la comprensión que su capacidad está siendo desaprovechada, según su punto de vista. En esta historia se deja entrever lo difícil que es conciliar el compromiso religioso con el deseo de ser útil a los demás. Una interpretación la de Hepburn que deja ver toda la lucha interior que sufre el personaje: Sus ganas de servir a los demás, la decepción por no lograr aquello para lo que cree estar preparada, la rebeldía por sentirse minusvalorada...

Digno de mencionar el papel de Peter Finch como el ateo, o eso dice él, Dr. Fortunati que siembra la semilla de la duda en la monja. Brillante Edith Evans como la madre Emmanuel, tratando de doblegar con el razonamiento las terribles dudas de la hermana. Imprescindibles los secundarios de las secuencias africanas.

Una excelente ambientación tanto en la luz y el color de la colonia belga del Congo como en los tonos grises y oscuros de la Bélgica ocupada por los alemanes en 1940.