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España España · Córdoba
Críticas de Eduardo
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Críticas ordenadas por utilidad
6
29 de mayo de 2021
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Primer largometraje del realizador cordobés Chico Sánchez, estrenado tras varios años de un complicadísimo (y seguramente extenuante) proceso de posproducción. Se trata un producto en que se aúnan una casi absoluta falta de medios y un lenguaje narrativo bastante poco comercial. Se antoja necesario, por ello, loar el esfuerzo y la valentía del cineasta a la hora de lanzarse a llevar a cabo un proyecto que se sabía destinado a encontrarse con grandes dificultades, tanto de producción como de distribución.

Dejando de lado estas circunstancias anexas al rodaje, y entrando ya en materia, cabe destacar de primeras la inteligencia del director y guionista a la hora de elegir el formato de su película: el falso documental (en su vertiente de "found footage") casa perfectamente con los limitados medios con que se cuenta, hasta el punto de conseguir hacer de este defecto, virtud. La integración de los elementos de rodaje en la trama funciona de forma bastante efectiva y da pie a algunas secuencias realmente sugerentes.

Por lo que respecta al argumento, también aprovecha al máximo las posibilidades que le ofrece la localización: una casa de campo en medio del Valle de los Pedroches (Córdoba). Este caserón y sus alrededores serán el único escenario durante todo el metraje. Por él deambulan sus personajes, un grupo de actores y actrices que, por alguna razón, tiene que montar y representar una obra de teatro del absurdo llamada “El grito” (escrita por el propio Sánchez). Les acompañan en esta aventura un veterano director de teatro, un cámara y un sonidista, estos dos últimos con el cometido de filmar todo el proceso de montaje.

Una interesante amalgama de homenajes y referencias tanto teatrales como cinematográficos, que van desde la icónica “Esperando a Godot”, del mítico dramaturgo Samuel Beckett, a “El proyecto de la Bruja de Blair” (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999) o “Vania en la Calle 42” (Louis Malle, 1994). Pero Sánchez, como suele decirse, sale airoso de estas comparaciones al entregar algo que, sin ser especialmente novedoso, sí que es auténtico y muy personal.

Entre los logros más destacables de la película deben mencionarse su pericia narrativa, ya que, si bien la trama no se desarrolla a un ritmo trepidante (ni el autor lo pretende en ningún momento) sí que se sigue con interés durante sus nada desdeñables 105 minutos de duración. También la cuidada dirección actoral merece ser alabada, especialmente compleja si se tiene en cuenta que cada intérprete se desempeña en dos tonos: el naturalista y el teatral. Da la impresión de que el director ha trabajado minuciosamente este aspecto, sacando el máximo partido de las particularidades de cada uno de los miembros de su elenco. Cada actriz y cada actor resuelve con solvencia su papel, pero sería injusto no destacar la labor del jienense Raúl Muñoz, especialmente inspirado y quizás un escalón por encima del resto de sus compañeros y compañeras.

Y respecto a estas últimas debe ponerse al acento a la hora de hablar de las debilidades de “Godot”: los personajes femeninos están claramente desdibujados. No tienen la misma fuerza ni los mismos matices que los masculinos. Se puede llegar, incluso, a confundirlos entre sí en ciertos pasajes. Otro aspecto a mejorar sería el hecho de que incluso los personajes masculinos, aun estando bien interpretados y construidos, nunca llegan a ser realmente tan interesantes como para que la audiencia empatice con ellos. Siendo así, el conflicto, que en sí mismo no tiene una gran potencia, va diluyéndose ligeramente con el paso de los minutos que, si bien no llegan a pesar en exceso, sí que avanzan con menos interés y tensión de lo que sería deseable en un thriller de estas características. Relacionado con esto, viene el último punto flaco del filme. Al igual que antes se ha mencionado, al hablar de los escasos medios de producción, que el autor había conseguido potenciar esa debilidad hasta convertirla en arma, se da la paradoja de que el mayor aliciente de la película se convierte también en su mayor losa: “El grito”, la obra de teatro que se va montando a lo largo de la película, es sumamente interesante, tan magnética que llega a tragarse (en varios momentos) a la trama principal.

Cine difícil, pero estimulante; con defectos, pero virtuoso; precario, pero honesto. Con sumo respeto a la inteligencia y a la sensibilidad de las/os espectadoras/as. Cine hecho por amor al cine. Y al teatro.
Eduardo
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