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España España · West Coast
Críticas de Dabi
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Críticas 113
Críticas ordenadas por utilidad
9
24 de agosto de 2019
567 de 624 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues mirad por dónde, así a lo tonto, despacito pero con buena letra, de forma constante pero sin hacer mucho ruido, Bong Joon-ho se está labrando una de las carreras cinematográficas más sólidas del siglo. Desde su debut en el año 2000 ha dirigido siete películas, todas interesantes y algunas realmente buenas. Parasite es su séptimo trabajo, y ha sido el que le ha hecho ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes, siendo el primer director coreano en conseguir dicho galardón.

Parasite, como la mayoría de trabajos de Joon-ho, es una obra en constante metamorfosis, una criatura híbrida de pulso impredecible que muta de forma hipnótica, que es una cosa en una escena y en la siguiente es otra. Es comedia negra, drama familiar, thriller psicológico y comentario social, pero en muy raras ocasiones es todo eso al mismo tiempo. La habilidad de Joon-ho reside en cómo transita los cambios tonales, en cómo enhebra los hilos con la precisión de un reloj suizo. Parasite, como Memories of murder y The host, es una película divertida hasta que deja de serlo, una que, en cuanto ve que te relajas en la comodidad que te proporcionan las convenciones de un género, te agarra con violencia y te lleva a otro, confundiéndote, sorprendiéndote y preguntándote en qué momento ha sucedido la transformación. Y de alguna forma, por una suerte de alquimia a la que solo este director parece tener acceso, la película nunca se tambalea.

Creo que lo mejor es verla sin saber absolutamente nada de ella, que es como la vi yo, así que voy a ser lo más vago posible a la hora de hablar de su historia. Solo diré que, como ya sucedía en Snowpiercer, la lucha de clases y la estratificación social conforman el núcleo temático de Parasite, pero este es, diría, un trabajo mucho más rabioso. El mundo de Parasite está enraizado en el ahora, en la pobreza, en la ambición, la desesperación y las deudas. Para el Sr. Park, hay una línea que no debe cruzarse, y esa línea (representada de forma tan reveladora a golpe de salto de eje) es la esencia de toda la película. El guion está lleno de pequeñas sutilezas que enriquecen a los personajes y los enfrentan constantemente. Joon-ho empatiza con la familia Kim, lamenta sus tribulaciones y celebra sus triunfos, los humaniza pero nunca los encumbra. ¿Cómo podría? Tampoco cae en el error de demonizar a la familia Park. Los Park son ingenuos y amables, pero también clasistas y egocéntricos. Ellos viven en su burbuja.

Song Kang-ho es el actor que más elogios se está llevando, y se entiende, es el actor más veterano y no es la primera gran actuación que nos regala en una película de Bong Joon-ho, pero la verdad es que todo el elenco está fantástico (pocos directores trabajan las dinámicas de grupo tan bien como él). Visualmente, la película también funciona. Destaco el inteligente diseño de la mansión, metálica y acristalada, fría, casi esquelética, y ese inspirado uso del 2.39:1 que le permite explotar con enorme habilidad la profundidad de campo para dar dinamismo a la escena y crear tensión, sobre todo en interiores.

Algo que merece la pena destacar por encima de todo es el uso simbólico de la verticalidad, una manera tremendamente inteligente de distanciar a ambas familias. El director sitúa a la familia Park arriba. Siempre arriba. De camino a la entrevista, vemos a Ki-Woo subir una cuesta de camino a la mansión. Luego, una escalera. Subir significa escalar la pirámide, codearse con la clase alta. Más adelante, el camino inverso. Bajar. Cuánto más bajas, más te acercas al pobre, al desamparado. La familia Kim vive por debajo del nivel del suelo, como bien nos enseña el primer* plano de la pelicula. No son nada. Y qué consecuencias tan diferentes trae la lluvia para unos y para otros.

Para mí, si algo aleja a la película de la categoría de ser una obra maestra incontestable son los últimos diez minutos. En ellos, Joon-ho corre, acelera el desarrollo, recurre a una voz en off innecesaria y, por primera vez en toda la película, peca de impaciente y nos cuenta el desenlace un poco a trompicones. Pero vamos, que estos diez minutos me parecen imperfectos solo en comparación con el resto de la película y ni por asomo echan por tierra todo lo logrado, que es mucho, muchísimo. Parasite está destinada a convertirse en una de las películas del año. Aún no sé si me parece lo mejor que ha hecho Bong Joon-ho (Memories of murder juega en la misma liga), pero es desde luego un trabajo brillante, complejo, lleno de lecturas, sorpresas y giros que funcionan, con interpretaciones notables y mucha calidad visual. De obligado visionado.

Calificación: Imprescindible/Obra maestra
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Dabi
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9
5 de septiembre de 2020
411 de 447 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estoy pensando en dejarlo es la nueva película del prestigioso guionista y director estadounidense Charlie Kaufman. Kaufman me parece un cineasta fascinante, y una de las mentes más creativas que ha dado el Hollywood moderno. Sus historias suelen tomar formas de lo más variopintas para exponer conflictos profundamente humanos, y suelen ser trabajos de indudable riqueza temática. Cuento varias de sus películas entre mis favoritas, por lo que cualquier proyecto que saque tiene mi interés automáticamente. A estas alturas, considero que se ha ganado mi confianza. Y Estoy pensando en dejarlo es, probablemente, el más hermético y desafiante de todos los que ha sacado hasta ahora.

Estoy pensando en dejarlo está destinada a convertirse en la nueva integrante del grupo “no tiene sentido, es una mierda”, y ojo, también del “no te gusta porque no la has entendido”. Muchas veces me pregunto qué entendemos por “entender” una película. ¿Es entender cada punto del argumento? ¿Entender la idea principal? ¿Entender la intencionalidad del autor? Y más importante: ¿Es necesario entender una obra narrativa en su totalidad para disfrutarla? Y si no es así, ¿cuánto hay que entender? Si no la entiendes y luego alguien te da una explicación convincente, ¿te empieza a gustar? ¿O solo es disfrutable una película si la entiendes sin ayuda externa? Al menos en mi caso, y sin intención de sentar cátedra en absoluto, porque la experiencia artística es personal e intransferible, diré que hay películas que he entendido a la perfección y no me han gustado, y otras que me han fascinado aun dejándome con dudas. Hay películas tan obtusas que me resultan indescifrables, y eso me suele alejar de ellas. Otras que se hacen las complicadas para luego darte todas las respuestas con diálogos explicativos (sabemos todos de quién estoy hablando), lo cual aniquila cualquier posibilidad de reflexión. Y luego están aquellas que te resuelven algunas incógnitas y dejan el resto a la interpretación y especulación del espectador. Sitúo en este grupo a Hereditary, a Mulholland Drive, y, hasta cierto punto, también a la película que nos ocupa.

Y es que no lo neguemos, Estoy pensando en dejarlo es una paranoia de las buenas, un trabajo considerablemente difícil de digerir. Posee evidentes rasgos de narrativa modernista y juguetea con el surrealismo en varias ocasiones. Algunos episodios tienen leves retazos de pesadilla lynchiana. Es una completa locura. Precisamente por eso, estoy convencido de que va a generar reacciones extremadamente fuertes y a ser considerada una tomadura de pelo por muchos y una obra maestra por otros tantos. Yo, habiéndola visto ayer, aún la estoy tratando de decodificar. porque está claro que Kaufman, siempre más literato que cineasta, se empeña en no ponernos las cosas nada fáciles.

La premisa de la película es sencilla, o al menos esa es la primera impresión que da. Estoy pensando en dejarlo empieza con los pensamientos de una mujer que está a punto de embarcarse en un viaje de carretera para conocer a los padres de su novio Jake, con el que lleva tan solo unas cuantas semanas y al que ya está pensando en dejar. Durante la primera media hora, todo es bastante convencional, y no es hasta llegar a la granja de los padres de Jake cuando la historia empieza a plegarse sobre sí misma y a desorientar al espectador. En todo el metraje abundan los diálogos filosóficos y las referencias intertextuales. Se cita a William Foster Wallace, se menciona a John Cassavetes y su película Una mujer bajo la influencia, se insertan líneas de diálogo de Una mente maravillosa… La lista es extensa. Muchos de estos diálogos me interesan, sobre todo en retrospectiva y viendo hacia donde se dirige la historia, pero es cierto que varias líneas me resultan ligeramente superfluas y masturbatorias, lo cual tampoco es que sea nuevo en el cine de Kaufman. En El ladrón de orquídeas, por poner un ejemplo, tengo ocasionalmente la misma sensación.

A nivel visual, Estoy pensando en dejarlo demuestra lo mucho que ha mejorado Kaufman como director. Con su claustrofóbico aspect ratio de 1.33:1 y el apagado uso de los colores, Kaufman nos pinta un mundo glacial, de escaso sentimentalismo y excesiva intelectualidad. Todo ayuda a crear una atmósfera amargamente nihilista y pesimista, lo cual engancha perfectamente con los temas filosóficos que se exploran en la película: el estatismo de la sociedad, las oportunidades perdidas, las relaciones entre padres e hijos, el paso del tiempo como una bola de demolición que todo lo destruye, la falibilidad de la memoria, el refugio de la imaginación… La lista es extensa. Las interpretaciones del dúo protagonista, formado por Jessie Buckley y Jesse Plemons, me parecen espléndidas, y las intervenciones de Toni Collette y David Thewlis son brillantes, súper memorables.

En definitiva, diré que sí, a mí Estoy pensando en dejarlo me ha gustado. Me ha gustado muchísimo, de hecho. Cuanto más la pienso, más fascinante me parece. Eso sí, soy consciente de que mucha gente la va a odiar, pero el “no te gusta porque no la has entendido” me parece pedante y tremendamente reduccionista. Mucha gente la entenderá y le seguirá pareciendo un coñazo, simplemente porque las elecciones narrativas y las sensibilidades artísticas de Kaufman son muy particulares, algo que nunca ha sido tan evidente como en este trabajo. Y oye, no pasa nada. No a todos nos puede gustar lo mismo.

Calificación (tras verla por segunda vez): Imprescindible/Obra maestra

Y ahora, vamos con la tan ansiada "EXPLICACIÓN". Lo pongo entre comillas porque yo no he hablado con Kaufman, pero siguiendo a Barthes, a Foucault y a otros tantos filólogos que defienden que la obra no pertenece al autor, sino al lector, pues voy a dar yo mi interpretación, que es mía y solo mía, y que con suerte coincidirá o ayudará a otros espectadores a los que se les haya atragantado un poco la película pero aun así hayan podido disfrutarla.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Dabi
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7
18 de diciembre de 2015
367 de 394 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Room" es una sorpresa, en el mejor de los sentidos. Yo soy de los que suelen quedarse frío ante esas películas que la mayoría de la gente considera "emotivas". Es algo que ni me enorgullece ni me avergüenza, simplemente es así. Soy bastante difícil de emocionar, y casi todas las películas que suelen ir de ese palo me parecen sensibleras, ñoñas o manipuladoras. Rara vez me encuentro con una excepción, y aún más raro es que me golpee con tanta contundencia y con tanta aparente facilidad desde el minuto uno. "Room" lo ha hecho, y de qué manera, y llevo todo el día preguntándome por qué. ¿Por qué ha conseguido lo que otras tantas han intentado hacer sin éxito? Y hablo por mí, claro está. Muchos tal vez la vean y piensen lo que yo suelo pensar: sensiblera, ñoña, manipuladora. Pero en este caso yo no soy uno de ellos.

“Room” podría analizarse desde un enfoque técnico y formal y probablemente saldría más perjudicada, pero creo que eso sería un error. Cinematográficamente hablando, no hay grandes travellings, innovadores movimientos de cámara o ambiciosos planos secuencia. Sí que hay un montaje tenso y vibrante (especialmente en la primera mitad) y un gran diseño de la habitación, que se convierte en un microcosmos elaborado al detalle, con un aire viciado y sofocante y un austero uso de la iluminación. Los diálogos no son intelectuales, existenciales o particularmente ingeniosos, pero los monólogos interiores de Jack desprenden ingenuidad y una entrañable y trágica inocencia. No hay ampulosidad ni melodrama, y si los hay, yo no me doy cuenta. La banda sonora es sencilla, pero está empleada con gusto y no es excesivamente machacona. La construcción de personajes no es pintoresca ni rompedora, pero sí es profunda. Joy no es una madre perfecta. Ella también se estresa, se enfada, grita y se desquicia, pero quiere y protege a su hijo por encima de todo, como cualquier madre. Y Jack no es un querubín adorable salido de Disney Channel. Él se asusta, es irracional, pilla berrinches y se plantea cuestiones cuando algo se sale de lo que él entiende como normal. Es feliz en la habitación, porque no conoce otra cosa. La dinámica que se genera entre ellos vertebra toda la película desde el principio hasta el final. Es genuina, pura, cálida, sutil y alejada de aspavientos y está llena de matices y veracidad, una tridimensionalidad que se multiplica gracias al superlativo trabajo de los dos actores protagonistas, que se dejan la piel en sus papeles y consiguen que me implique de lleno en un guion inteligente y que en su mayor parte huye con bastante dignidad de efectismos, cosa que es bastante loable dado el carácter de la historia.
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Dabi
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5
22 de enero de 2023
414 de 530 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hace un año me hubieran preguntado cuál era la película que más esperaba de 2022 o qué trabajo pensaba que iba a arrasar en los Oscars de este año, es muy probable que mi respuesta en ambos casos hubiera sido Babylon. Y a ver, nadie puede culparme. Babylon llegaba con un pedigrí prácticamente intachable. Con ese director, con ese elenco y con ese argumento, las expectativas eran enormes. Y por fin, llega el estreno y me planto en el cine. Solo doce personas en la sala, aunque no me sorprende, ya que la película ha sido un fracaso absoluto en la taquilla americana. Lo que no me esperaba era que, al acabar la proyección, solo quedáramos tres. El resto de espectadores, a lo largo del metraje, van abandonando la sala, algunos de ellos gritando improperios a la pantalla. Lo entiendo. Porque sí, Babylon, por mucho que me joda decirlo, es un desastre. Un desastre con méritos evidentes y varios momentos brillantes, pero un desastre al fin y al cabo.

Babylon es un delirio absoluto, el sueño febril de un adicto al crack que piensa, en su desvarío, que está creando la película definitiva sobre el Hollywood clásico pero cuyas pretensiones acaban colapsando de manera inevitable. Y es que la película corre el riesgo de descarrilarse desde la primera escena, desde que las imágenes sugieren la visión de un cineasta con aspiraciones elevadas pero el humor del guion parece salido de Dos tontos muy tontos. Babylon es nitroglicerina, y tal vez un gran realizador fuera capaz de mantener las riendas de una fórmula tan inestable durante, qué sé yo, una hora y media. El problema es que ni Chazelle va tan sobrado como cree ni Babylon dura una hora y media. Las películas deben ser tan largas como lo necesiten, y esta, lo siento mucho, no necesita extenderse durante tres horas, especialmente cuando tienes escenas tan reiterativas y que aportan tan poco y subtramas tan superfluas y que se comen tantos minutos de metraje.

¿Hay secuencias bien escritas? Claro que las hay, pero no son suficientes para compensar los excesos narrativos y la abultadísima duración. Chazelle, además, es incapaz de unir las piezas temáticas de la historia para crear una tesis consistente. Intenta ser al mismo tiempo una sátira sobre la industria, un viaje dionisíaco de sexo, drogas, baile y decibelios que a veces me recuerda a la Clímax de Gaspar Noé y, por si fuera poco, una carta de amor al cine (o de odio, a veces parece no tenerlo claro) y una reflexión sobre el poder perpetuador del celuloide, y eso, lo siento mucho, es pedirle demasiado a una sola película y tener una confianza excesiva en tus posibilidades como narrador. Al desarrollo de los personajes le falta fluidez, y muchos de ellos van entrando y saliendo de la historia de manera brusca y descuidada. El chocante contraste en tempo y tono entre una secuencia y la siguiente recuerda al motor de un coche en constante peligro de gripar. Cuando, en una decisión incomprensible, Chazelle da otro volantazo y entra Tobey Maguire en escena con un personaje tan pasado de rosca que parece un cruce entre el Joker y el muñeco Slappy, la cosa ya no da más de sí y la cinta se va a tomar por culo, esta vez de manera irreparable. Finalmente, el pretendidamente emotivo desenlace (donde Chazelle, de manera desconcertante y después de tres horas de enajenación, vuelve a cambiar de marcha) llega tan tarde y se ve venir tanto desde la mitad de la película que, cuando trata de aterrizar, ha perdido todo su impacto.

Y me diréis: "Pero vamos a ver, Dabi, si tan desastrosa te parece, ¿por qué coño le das el aprobado?". Pues bueno, porque aunque el guion sea un caos de tres pares de cojones, todo lo demás (que en un producto audiovisual hay que tener muy en cuenta) es de primerísima división, desde la suntuosa y explosiva banda sonora de Justin Hurwitz (colaborador habitual de Chazelle) hasta, como era de esperar, la exuberante fotografía (los travellings laterales, los impecables planos secuencia, el vigor en el movimiento de la cámara) y la cuidadísima puesta en escena. El montaje, detallista y de incandescente expresividad, es marca de la casa y remite a Whiplash en múltiples ocasiones. Y los tres actores principales (Margot Robbie, Brad Pitt y Diego Calva) están estupendos en sus respectivos roles. Eso sí, hay que hacer el esfuerzo de valorarlos por separado, porque cada uno va a su bola y parece estar en una película distinta, pero eso es no es culpa de ellos. De los tres, sobresale la intrépida labor de Robbie, que lo da absolutamente todo, saltando sin red desde el minuto uno e inundando la pantalla de pasión y energía cada vez que aparece en escena. En una película mejor, su interpretación podría haber sido icónica, pero por desgracia la confianza que deposita en el proyecto no se ve correspondida.

En resumen: a Damien Chazelle se le ha ido la olla. Le respeto mucho y creo que ha demostrado a lo largo de su filmografía que tiene un talentazo que flipas, pero aquí se le ha ido la puta cabeza. Ha apuntado demasiado alto y no ha salido bien parado. Le han salvado las virguerías que es capaz de hacer con la cámara, lo tremendamente bien que suena la música y la notable labor del reparto (mérito exclusivo de ellos, porque él ha sido incapaz de darles indicaciones apropiadas y de mantenerlos a todos remando en la misma dirección). Aun así, yo no me arrepiento de haber visto Babylon porque a pesar de sus defectos, es cine atrevido y la visión genuina de un autor ambicioso, y por muy imperfecta que sea, siempre me interesa más encontrarme algo así que sentarme dos horas delante de un producto prefabricado, inocuo y mediocremente regular. Pero no me parece un éxito. Igual si durara 40 minutos menos sería más indulgente y podría valorar más sus méritos, que los tiene, pero esas innecesarias tres horas se hacen difíciles de defender. Aprecio el intento, pero si lo que Chazelle pretendía era hacer la nueva Boogie nights, se ha quedado, en mi opinión, muy, pero que muy lejos.

Calificación: Pasable
Dabi
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7
26 de agosto de 2023
300 de 319 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Who do you think they are to each other?"

Es la pregunta que una voz en off femenina nos hace en la imagen inicial de la película, un plano conjunto de tres personas (una mujer en el centro, escoltada por dos hombres) charlando en la barra de un bar. Varias voces en off conjeturan mientras la cámara comienza a hacer un sosegado zoom con el que, poco a poco, cada gesto, cada caída de ojos y cada ceño fruncido empiezan a parecer un mundo. La cámara va expulsando a los hombres de la imagen y, sin darnos cuenta, nos hemos deslizado hasta aterrizar en un primer plano de la mujer. Y aquí, en la primera escena, está la clave. Porque Vidas pasadas puede utilizar un triángulo amoroso como base argumental, pero no "va" de un triángulo amoroso. Es algo más complicado. Esta es, por encima de todo, la historia de Nora.

El debut de la surcoreana Celine Song nos cuenta la relación entre Nora y Hae Sung, dos amigos de la infancia que pierden el contacto cuando Nora se muda a Canadá con su familia y que, ya de adultos, retomarán el contacto casi por casualidad. A través de veinticuatro años, Song enfrenta a su protagonista, y por extensión, al espectador, a una pregunta dolorosa pero inevitable: ¿y si las cosas hubieran sido diferentes? ¿Y si hubiera estudiado en otra ciudad? ¿Y si me hubiera atrevido a aceptar aquel trabajo? ¿Sería más feliz que ahora? Los círculos concéntricos de una vibración en el agua, cada vez más grandes (imagen que, de hecho, se emplea en la película). El viaje de Nora desde el principio, desde que elige deshacerse de su nombre coreano, es con ella y para ella. Es el cúmulo de decisiones que toma, que la esculpen y la convierten en la persona que es hoy. Y por cada decisión que toma, una posible vida muere.

El viaje de Nora (estupendamente interpretada por Greta Lee) se centra en aprender que para ser la persona que se es se tiene que renunciar a la que se podría haber sido. Nora no puede tenerlo todo. Ninguno de nosotros puede. La tesis de Vidas pasadas resuena de forma tan lacerante y tan real porque no está ligada a la especificidad de un triángulo amoroso. Tampoco es una experiencia exclusiva del que vive en un país extranjero. Vidas pasadas no es Minari. Evidentemente, de la historia de Vidas pasadas se desprenden más temas (la soledad del emigrante, el anhelo, la necesidad de conectar) que particularizan y enriquecen el relato, pero su idea principal, la que lo mantiene todo unido, es universal.

Celine Song demuestra en Vidas pasadas ser más guionista que directora. Su lenguaje literario parece, de entrada, más dramatúrgico que cinematográfico. De todos modos, eso no significa que Vidas pasadas sea visualmente inerte. Song utiliza el paneo como motivo principal, dejándonos flotar por los escenarios con una sensación de melancólica ingravidez. Algún tilteo ocasional, pero la narración se resuelve, en su mayor parte, de manera horizontal. Los planos rutinarios del primer acto dan lugar, conforme avanza la trama, a algunas estampas bellísimas y de palpable carga semántica. La imagen recurrente de Hae Sung enterrado bajo el reflejo de la ciudad, primero en Seúl y luego en Nueva York. Las siluetas de Nora y Arthur, recortadas contra el atardecer, versus la silueta de Hae Sung enfrentándose por primera vez a la noche norteramericana. Las imponentes y mastodónticas figuras de los rascacielos neoyorquinos en segundo plano durante la travesía de Nora y Hae Sung. Esa incómoda conversación entre Nora y Arthur tras su paseo con Hae Sung, donde las líneas horizontales les mantienen alejados el uno del otro. Al final, por muy bueno que sea un guion (y el de Vidas pasadas lo es), no estamos leyendo una novela. Estamos hablando de cine, y en el cine es imprescindible cuidar la presentación visual, y aunque Song tal vez no tenga demasiadas herramientas (al fin y al cabo es una debutante), al menos emplea con inteligencia los recursos de los que dispone.

En resumen, Vidas pasadas es una película sencilla en su propuesta formal, estéticamente discreta pero atractiva y con tres interpretaciones muy sólidas, pero lo que la hará conectar con la audiencia es su limpidez narrativa, su inteligentísima caracterización y la honestidad y complejidad con la que desarrolla su tesis temática. Personajes tridimensionales, cuestiones universales. Una combinación que, bien ejecutada, siempre es un triunfo. Como debut, Vidas pasadas augura una carrera muy prometedora para Celine Song.

Calificación: Notable
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Dabi
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