Si yo fuera un productor y me traen una historia de un policía justiciero y un alcalde corrupto me parecería, en principio, interesante y estaría dispuesto a financiar un buen casting. Pero si me dicen que va a ser el alcalde de Nueva York, ya me lo pensaría un poco más y, seguramente me echaría para atrás. Demasiada reality para un buen thriller y demasiada ficción para un film de crítica política.

No hay duda que Estados Unidos en un país curioso: una película puede tachar al alcalde de Nueva York corrupto y asesino pero no se podría atrever a hacer lo mismo con, un suponer, el presidente de Goldman Sachs.

El guión de esta película es un verdadero pastiche que maneja, en algunos momentos, las convenciones del cine negro, pero sin maestría. Las motivaciones de los personajes son elementales y el buen cuadro de actores naufraga sin remedio entre whisky y whisky. La realización es correcta.

El material daría quizás para una buena novela pero, tal como se ha llevado a la pantalla, resulta más bien decepcionante.

El manido argumento de la evasión de dos presos se puede declinar en distintos géneros, el épico, el dramático, el thriller e incluso el más difícil de todos, el de comedia, como hace esta película, sin perjuicio de un creíble realismo y algunos toques dramáticos.

Lo hace con un guión inteligente, una producción cuidada y una dirección de actores en su punto justo. No es una película más sobre la triste postguerra civil y la dictadura sin que, por ello, renuncie un ápice a la crítica de aquella sociedad. Pero, como en el Quijote, es una crítica que viene envuelta en episodios que arrancan, casi con seguridad, la risa o la sonrisa de los espectadores.

Otra gran virtud que tiene es la ausencia de pretensiones literarias y grandielocuentes en los diálogos. Los personajes cobran vida propia con toda naturalidad y enganchan en una historia contada con desenvoltura en secuencia de "road movie". Los buenos no son héroes y los malos no son demonios sino más bien brutos.¡Que alivio salir de las convenciones en este aspecto!

Jamás había oído hablar de esta película hasta que la programó la TV a altas horas de la madrugada. No lamenté quedarme despierto y, además, es que ésta es de las que no te deja irte hasta el final.

La supuesta "gracia" de este corto es movilizar los logos corporativos en una acción en clave de los cartoons más rancios. Los guionistas se miran el ombligo creyéndose muy ingeniosos, pero consiguen poco más que una mareante pasarela publicitaria. No obstante, la animación de los logotipos de marca es, técnicamente, un buen trabajo.

Un melodrama un tanto artificioso, sobre todo para la mentalidad occidental, se pone al servicio de una crítica desesperanzada y derrotista de la China contemporánea, que es claramente el principal objetivo del autor. La película podría ser moralista y aleccionadora pero afortunadamente no llega a serlo y ese es quizás su principal mérito. Ninguno de los personajes es un héroe que muestre 'el camino recto'.

Como en las buenas tragedias, los personajes son víctimas de personas malvadas ni tampoco de un "sistema"; lo son de un destino inexorable, ya sea en la desolada ciudad de Fenyang, en la provincia más pobre de China, en la próspera Shanghai, donde "enriquecerse es glorioso" o en Australia, el paraíso soñado por los chinos. No sirven ni los valores tradicionales que, de alguna forma, subsisten en Fenyang, ni el culto a la riqueza de la nueva China en Shanghai, ni las libertades de la cultura occidental en Australia, donde Zang puede comprar pistolas, como era su afición, pero no las puede disparar. En la memoria china subsiste la idea de la familia feliz en la que conviven abuelos, hijos y nietos pero, en el siglo XXI, ya no hay retorno a ese modelo. Lo menos malo puede ser vivir solo, comprarse un perro y hacer empanadillas: resignarse, como decía mi abuela.

Con todos estos ingredientes, que Jian Zhangke nos presenta a ritmo de adagio durante más de dos horas, una buena producción, excelente fotografía y un reparto que representa eficazmente los papeles asignados, la empanada adquiere proporciones y calidad respetables. Para muchos resultará algo indigesta pero algunos la disfrutarán plenamente.

He visto pocas películas históricas con una puesta en escena comparable a ésta. Para que el espectador pueda sentirse dentro de la Casa Blanca, del Congreso de los Estados Unidos, o pasar por campos de batalla reales, sembrados de cadáveres, se requiere un trabajo previo muy serio y un talento formidable. Steven Spielberg muestra su rigor en la producción y su talento en la dirección.

Igualmente acierta la película en todo su reparto y caracterización. Con estos tres triunfos, la magia del cine funciona al 100% y augura ya que esta obra permanecerá como un clásico.

El argumento es una auténtica epopeya, más auténtica que las que se basan en la acción y en las convenciones de buenos y malos. Para conseguir la abolición de la esclavitud, el héroe no libra batallas ni utiliza la arenga sino que recurre a los medios prosaicos y constitucionales a su alcance; y, además, debe hacerlo frente a gran parte de la sociedad, que se siente perjudicada o piensa que todavía no ha llegado el momenteo de dicha reforma.

Este dilema entre lo correcto y lo políticamente conveniente se traslada con eficacia al espectador y, a mi modo de ver, da un valor de universalidad a la película. Al igual que la abolición de la esclavitud, las grandes propuestas de progreso siempre se han enfrentado a dos fuerzas, perfectamente retratadas en este film: la de los grupos de intereses que se ven perjudicados y la de los que dicen estar de acuerdo con el cambio pero creen que es prematuro.

Es evidente que tal planteamiento de película no permite un retrato humano más contrastado de su protagonista. Lincoln es tratado en modo hagiográfico, una forma que irrita a muchos buenos aficionados al cine. No obstante, la magnífica interpretación de Daniel Day-Lewis, carente de todo histrionismo, contrarresta este peligro.