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España España · ALCALÁ DE HENARES
Críticas de Inaki Lancelot
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Críticas 156
Críticas ordenadas por utilidad
5
14 de diciembre de 2015
70 de 82 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tengo la impresión (que por supuesto puede ser errónea) de que la crítica ortodoxa no se permite considerar para bien a los actores televisivos y guapos oficiales, cuando hacen incursión en el cine. Digo actores, porque creo que no es así con las actrices.

Y creo que sin llegar a lo excepcional, Mario Casas ha hecho buenos papeles pero poco reconocidos en «Ismael» y en «Tres metros sobre el cielo». Y muy buen trabajo en «Mi gran noche».

Tampoco recuerdo haber sido consciente hasta ahora de lo magnífico actor que es Emilio Gutiérrez Caba. Aunque sí guardo en mi memoria sus actuaciones en «El cielo abierto» y en «La torre de Suso».

Saco la cuestión a colación porque en «Palmeras en la nieve» hay dos películas de distinto valor según si Emilio Gutiérrez Caba esté presente o no. Su personalidad llena de veracidad la trama y uno se deja llevar por sus palabras y sus gestos. Sin embargo, en su ausencia, se le ven las costuras al artilugio y la atención decae. No digo yo que sean un buen y un mal actor los protagonistas masculinos. Digo que, quizá, representan registros interpretativos opuestos que casan mal y lastran el resultado.

La historia, por otro lado, tiene gran atractivo. Una producción española que cuenta con buen número de actores y cierto despliegue de medios. Que retoma la época colonial en Guinea Ecuatorial y presenta un relato de más de una vida, afín a esta época de exitosas series televisivas sobre el pasado reciente.

Cuenta con Macarena García, que lo hace muy bien en su regreso tras su aclamado debut en «Blancanieves». Y con Adriana Ugarte, seguramente la actriz joven mejor valorada junto a Bárbara Lennie. Tiene elementos de superproducción y el aspecto técnico no desentona. Para disfrutarla, simplemente, no hemos de crear expectativas excesivas. No hay retrato profundo ni grandes dramas. Hay una historia que se sigue con facilidad y un entorno geográfico llamativo.

Me queda la duda de si un metraje más condensado hubiera impulsado un mayor suspense. Pero no quiero acabar así mi artículo. La llegada de esta producción es una gran noticia y le deseo un buen resultado en taquilla.
Inaki Lancelot
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7
20 de enero de 2015
62 de 67 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de varias series de televisión, el británico nacido en Paris Yann Demange debuta en el largometraje de ficción con «’71», donde presenta un Belfast nocturno y lluvioso de atmósfera irrespirable y clima bélico gobernado por auténticos señores de la guerra.

Sólo aparecen dos menciones para situar cronológicamente la trama. El propio título y uno de los primeros discos de David Bowie. Nos encontramos en 1971, año de gran violencia protagonizada por el IRA.

El argumento está desarrollado a partir del punto de vista de un joven británico recién alistado en el ejército que, para su sorpresa, es destinado no a una misión internacional sino dentro de su propio país, en Irlanda del Norte.

Allí, descubre el sufrimiento de una población sumamente hostil, la brutalidad desaforada y apenas contenida en cualquiera de las partes civiles enfrentadas y el papel que le toca desempeñar en tal situación, para cuya elección su opinión es intrascendente.

El mensaje de la película llega sin apenas ningún discurso. Sólo a través de una acción trepidante y acompañado de cierta confusión totalmente justificada. Pues no olvidemos que todo lo contemplamos desde el enfoque de un paracaidista dejado caer en el avispero que forma la línea del frente entre unionistas y católicos. Aunque inicialmente desorientado, va recomponiendo el puzzle (y con él el espectador) mientras lucha por su vida en una situación extrema.

Quizá el único discurso sirva para realizar una crítica desaforada al ejército como institución, definiéndolo como un ente en el que unos pijos ordenan a una serie de lerdos, cuyo valor de mercado es de mero trozo de carne, que maten a desafortunados inocentes. La cita es casi textual, sin opinión personal introducida por quien esto escribe.

La película es vibrante y muy emocionante. Está fantásticamente interpretada y cuenta con una ambientación de escenarios, luz y fotografía subyugante. Destaca entre sus escenas una persecución rodada con gran maestría, inserta en un conjunto muy dinámico y de gran poderío visual.

Fue rodada en la isla de Gran Bretaña. En las inglesas Liverpool, Sheffield y Blackburn que se hallan separadas de la capital norirlandesa sólo por el mar de Irlanda. Y en las que se ha enfatizado una distribución urbanística laberíntica sorprendentemente cercana a una kashbah.

«’71», es cine británico de primer nivel, con orientación social y ritmo propio del género de acción. Su torbellino arrastra y conmueve.
Inaki Lancelot
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9
16 de marzo de 2015
46 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lawrence, Massachussets, marzo de 1908. Manifestación de quince mil obreras del textil con la inscripción “Queremos pan, y también queremos rosas”. El nacimiento de un movimiento sindical genuinamente femenino, recogido prodigiosamente por James Oppenheim, en su poema “Pan y rosas”, publicado primero en prensa, en The American Magazine en 1911 y posteriormente, en el libro recopilación de 1915 “Un grito por la justicia, antología literaria del movimiento social”, de Upton Sinnclair.

Nueva York, 28 de junio de 1970. Celebración de la primera marcha del orgullo gay, también celebrada el mismo día en Los Angeles y Chicago. Comienzo de un evento de periodicidad anual, que reivindica la equiparación de derechos entre homo y heterosexuales.

Reino Unido, noviembre de 1984, mediada la segunda legislatura de Margaret Thatcher a quien aún le quedaría una más para completar su obra. Ante el anuncio del cierre de minas, se inicia una huelga de larga duración en la industria del carbón, con especial seguimiento en los condados de Kent y Yorkshire y en el sur de Gales.

Londres, 1984. Amainada la intensidad de la explosión del punk ya casi diez años antes, la ciudad vive inmersa en una efervescencia musical arrolladora. Surgen diariamente oleadas de bandas y movimientos musicales de vida efímera que atraen seguidores en toda Europa. Londres se convierte en el centro de la creatividad juvenil, el lugar donde se cuece lo importante. Entre los grupos triunfadores aparece la inquietud política, encauzada a través del movimiento Red wedge, capitaneado por Billy Bragg, Communards (aquel su segundo LP llamado Red, cuya portada era totalmente roja) y Paul Weller, unidos con la firme intención de acabar con el gobierno del Partido Conservador. Infructuosamente.

De los cuatro mimbres anteriores se vale el británico Matthew Warchus para armar esta fantástica película a la que dota de un magnífico acompañamiento musical gracias a su experiencia como director de musicales en el West End londinense y en Broadway. El segundo film, dieciséis años después del primero, de este muy reputado director teatral.

Según se relata, el afán de la dama de hierro por ahogar la huelga de los mineros trajo como consecuencia no deseada por la mentora el hermanamiento (no es el sindicato, es The union) entre colectivos inicialmente dispares. Entre ellos destacó el apoyo económico, con recogida de suculentas colectas, por parte de los activistas homosexuales a favor de los mineros en huelga.

«Pride» comienza y termina con dos canciones emblemáticas del movimiento obrero anglosajón. “Solidarity for ever” (Ralph Chaplin, 1915) interpretada por Pete Seeger y “There is power in a union” (Joe Hill, 1913), por Billy Bragg. En el centro de la trama, en el momento culminante de emotividad desbordante, un coro abrasa los sentidos con su interpretación del “Pan y rosas”. Lleva la voz principal una jovencísima Bronwen Lewis, oriunda de Onllwyn, el poblado minero en Gales donde se sitúa esta historia.

En esta escena, la cámara circula por los rostros de su reparto coral, mientras el espectador comprende a cada uno de ellos y se contagia de su emoción. Alcanzar semejante meta no está al alcance sino de un gran director que ha creado personajes sólidos y perdurables y de un grupo de intérpretes espléndidos.

Un director que capta y refleja la energía del momento: las ganas de vivir, de disfrutar y rebelarse de una juventud urbana, la londinense, que descubre sus lazos con el Gales rural. Como también la perplejidad y el horror ante la llegada de una enfermedad terriblemente depredadora como el sida.

Que en la faceta más social ensalza los valores de quien toma el papel de líder, recuerda la división familiar causada en la época por la asunción de la homosexualidad por un hijo. Y, finalmente, a modo de homenaje presenta a un personaje con la línea “My name’s Joe”, título exacto del precursor Ken Loach.

Y que evoca el centro neurálgico de todo aquel movimiento musical en el barrio de Camden. La emblemática sala Electric Ballroom donde actuaron Bronski Beat, Communards, Frankie goes to Hollywood, Pet shop boys, Style council,… Quienes conforman una banda sonora espectacular.

Una gran película. Que emociona y moviliza. El buen cine vive. Victory to the good filmakers.
Inaki Lancelot
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8
26 de septiembre de 2013
52 de 71 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Vivir es fácil con los ojos cerrados” rezuma lirismo en su viaje a una España felizmente pasada.

Relajadamente, transmite la agradable melancolía con la que se recuerdan las buenas personas, la perplejidad adolescente, la comida compartida, una melodía y el impulso rebelde por crecer libremente.

Situada en los campos de Níjar a los que cantó Juan Goytisolo, la acción fluye ligera alrededor de la figura de un hombre tan generoso como feúcho, tan anodino como saleroso, tan acomodado como capaz de discernir la injusticia. Machadiano y amante de la lectura de Antonio Machado. Un maestro desparejado que refleja en sí mismo una era henchida de bonhomía. Al tiempo que conformista, cándida y temerosa.

David Trueba dirige esta su sexta película, recuperando su primoroso interés por la edad del porvenir. Aquella que mostró en su ópera prima «La buena vida», su mejor cine hasta la fecha, y a la que por fin supera.

Junto al personaje central, dos niños que dejan de serlo. Encorsetados entre normas sociales, numerosos hermanos y progenitores de guía violenta. Y cuyo despertar anuncia el de toda una sociedad.

Como protagonista, la elección sabia de Javier Cámara, tan capaz de encarnar ingenio y placidez sumisa, penas y alegrías, en un solo personaje repleto de matices. Que representa la salvación a través de la cultura y el aprendizaje. Que existía otro mundo posible. Y que llegó.

Entre los secundarios, Ramón Fontseré recrea una suerte de marinero anclado en tierra. Un entrañable progenitor, vitalista y abnegado, capaz de la mayor entrega.

De fondo, la belleza del mar de Almería. Y sobresaliendo, una fantástica banda sonora interpretada por Pat Metheny. De la que brota un himno surgido de la nostalgia de ser un niño que sintió John Lennon en plena crisis preludio de su gran paso adelante. Tras el cual vendrían, otro tipo de armonías, letras más personales y surrealistas: «Strawberry fields forever». Unos Beatles admirados como símbolo del progreso que superaba la moral anterior.

David Trueba ha incluido vivencias experimentadas en carne propia u hechos observados muy de cerca. Sólo así puede lograrse tal cariño por los personajes, tal fidelidad a una realidad nunca maniquea.

A través del elogio de lo inútil, de aquello que no es práctico, de la afición exenta de pretensiones, ha construido un cuadro tierno y agridulce. Una obra que, en su sencillez, es absolutamente conmovedora.
Inaki Lancelot
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7
26 de enero de 2015
38 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con frecuencia, se anuncia en la síntesis de presentación de un film que presenciaremos una serie de hechos trascendentes, tras los cuales la vida de los personajes ya no será la misma. Son las películas de transformación.

Sin embargo, puede suceder que uno no capte tal grandeza a lo largo del metraje porque no es sencillo plasmar una metamorfosis de forma creíble.

En «Alma salvaje», octava película del canadiense Jean-Marc Vallée se siente lo que la protagonista. No solo se la acompaña en su camino de introspección sino que se realizan los descubrimientos de quién fue o qué provocó su conducta, al mismo tiempo que ella misma. Produciéndose una identificación entre espectador y personaje muy atractiva.

Cheryl, persona real que escribió un libro con su experiencia en el cual se basa el guión, siente en un momento que ha tocado fondo y decide embarcarse en soledad en el Pacific Crest Trail, una ruta senderista que recorre EEUU en paralelo al Pacífico, desde la frontera con México hasta Canadá, donde llegará mucho tiempo después, con algún dolor nuevo y alguna herida cauterizada.

Para la credibilidad de la historia, ha sido muy importante la elección de una actriz que no es una atleta. Y así experimentar en su debilidad las dificultades iniciales de la marcha. O la superación paulatina del dolor y el cansancio a medida que va cogiendo la forma. Cuando va fortaleciéndose tanto física como anímicamente. Lo cual le permite afrontar el trazado más difícil y, más importante. Una vez despojada de tanto de lo que es posible prescindir y acompañada ya solo por su diario y volúmenes de diferentes literatos estadounidenses, llega el momento de recordar, de escucharse en el silencio absoluto del desierto en el que se ha aventurado. De enfrentarse al fin a sí misma.

Sorprende entonces gratamente el elogio a la indulgencia para con uno mismo. Que dicha conclusión aparezca en la corriente profunda de una obra procedente de la siempre tan autoexigente y competitiva sociedad estadounidense.

En la corriente más superficial, «Wild» trata de la superación del luto, de la impronta maternal y, finalmente, de la aceptación de uno mismo y su propio pasado. Y llama muchísimo la atención que la sensación de mayor peligro en todo el recorrido no venga de la escasez de alimento, del cansancio o de las alimañas salvajes, sino de la presencia de algún otro hombre.

El magnífico guión corre a cargo del reputado literato británico Nick Hornby y el fondo musical recorre clásicos estadounidenses entre los que sobresale, mientras divisamos el interminable sendero pendiente por recorrer, «The sounds of silence», de Simon and Garfunkel.
Inaki Lancelot
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