James Cameron lo ha vuelto a hacer. Es un grande. Estamos ante un alquimista que hace 15 años dio con la fórmula del eterno taquillazo, que ahora repite:

- Escribir cualquier cosa en una servilleta.
- Convertirla en un panfleto tramposo y maniqueo.
- Añadir un buen chorro de millones de dólares.
- Condimentar con un poco de publicidad y otro poco de generación de expectación.
- Servir en caliente a los pobres tontos que lo van (vamos) a comprar.

Ni la historia pseudo-ecologista, pseudo-antimilitar, pseudo-anticolonialista e incluso pseudo-historia; ni el mundo que se nos ofrece (cualquiera que haya jugado a videojuegos sabe que James no inventa nada); ni por supuesto la actuación merecen que este engendro sea llamado una buena película.
Ni siquiera el tan cacareado 3D ofrece una verdadera experiencia satisfactoria.

Por último, cuando vayas a verla, que irás, piensa en James Cameron en submarino en cualquier parte del mundo. Riéndose. De ti.

Como su mismo protagonista, ésta es una película mentirosa: crees estar viendo una cosa sólo para una hora después de salir de la sala, cuando ya es demasiado tarde, darte cuenta de que era algo totalmente distinto.

Mientras estás sentado piensas: qué peliculón, qué trama, los nórdicos éstos además de ser altos, guapos, ricos y tener Estado del Bienestar hacen pelis buenísimas... Incluso le darías el Óscar a ese pequeño Christopher Walken.
Pero tras toda borrachera llega la resaca. En este caso en forma de análisis pausado de camino a casa con tu pareja, justo antes de dormir o desayunando al día siguiente. Y la trama que antes era genial ahora está cogida con alfileres, situaciones antes creíbles ahora son inverosímiles...
Pero da igual, porque ya has perdido la cartera (el cuadro sería más apropiado ene ste caso), y no hay comisaría donde denunciar.

Pese a todo, vas a disfrutar viéndola, y la plausible decepción va a llegar después del chute de adrenalina que te va a proporcionar. Sin ser la obra de arte que durante unas horas creerás que es, no podemos hablar de una mala película.

Para empezar, la historia es una tontería. Los guionistas lo saben y nosotros lo sabemos. Parece que decir esto es sólo remarcar lo obvio, pero gracias a esta simple premisa logra salir a flote una cinta cuya materia prima da para lo que da.

Así, a través de la autoconsciencia nos hacemos cómplices. Ya no nos encontramos con una bobada solemne y seria, sino con una bobada que sabe lo que es y con ello hace lo que puede.
Se acabaron los dos enamorados lechosos y tristes compitiendo por ver quién es más cargante. Ahora hay un tono desenfadado, en el que las bromas abundan, más dirigido a entretenernos que a contarnos una historia que realmente nunca debió ser escrita, ni leída. De hecho, en cierto modo, es una comedia épica.
Es como si se nos mandara el siguiente mensaje: “Con estos mimbres sólo se podía hacer esta silla, espero que nos entendáis, disfrutéis la peli y os echéis unas risas”.

Yo al menos los entendí, y me eché unas risas.

Todos damos por hecho que una película, en el sentido de que intenta que sigamos una idea, llevarnos por un determinado camino, siempre es un ejercicio de manipulación. Lo damos por hecho y lo aceptamos de buen grado, siempre que se haga bien.

El problema surge cuando no hay sutileza, cuando el objetivo de la cinta es tan evidente que logra precisamente su contrario.
Es el caso de “Lo Imposible”. Cada diálogo de cada secuencia, cada nota musical de la banda sonora, están concebidos con el único propósito de estremecernos, de hacernos entregar al llanto. Sin rubor.
Y hay quien lo nota y hay quien no. A los primeros puede distinguírseles por su media sonrisa; a los segundos por su rostro constreñido y sus más que probables sollozos.

Pero pese a todo, la volvería a ver. Porque las escenas del tsunami son sencillamente espectaculares. Porque Naomi Watts es grande y porque quién no quiere a Ewan McGregor. Porque está cuidado hasta el más mínimo detalle de producción.
Y porque aunque no me emocionó, sí me impresionó.

En “Buscando a Nemo” vemos todos los valores que toda película infantil debería tener: amistad, empatía, compañerismo, superación, tolerancia, valor... Y puede que hasta me quede corto.
Algunos dirás que esto es precisamente lo que hace a la película ñoña. Pero, para los que agradecemos las películas infantiles que no hacen de los niños cínicos prematuros, es una bendición.

Además, es una cinta bella como pocas, extraordinaria en lo visual incluso para el estándar de Pixar.

En definitiva, la película que quieres que tus hijos vean, y ver tú con ellos.