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España España · Barcelona
Críticas de Tithoes
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Críticas 180
Críticas ordenadas por utilidad
5
4 de octubre de 2018
16 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: el primer gran proyecto de Amazon studios en su particular transición de apertura de mercados (la compañía se dedicaba hasta ahora al comercio electrónico en la nube a nivel mundial) para expandir horizontes y convivir (sino competir) con otras empresas como HBO y Netflix (plataformas que proporcionan mediante tarifa plana mensual contenido multimedia bajo demanda por internet) no puede tildarse sino de atrevido en aras de adaptarse a las exigencias de los usuarios para proseguir cosechando éxitos ante la certeza de que el mundo del entretenimiento está en constante cambio, por lo que iniciar esta nueva andadura con tan singular e inclasificable obra resulta una decisión atrevida y plausible; la tensión generada a partir de la opresiva atmósfera provoca un delirio tan grande como el aludido en la interminable trama, desembocando el confuso e irritante devenir en un depravado e incisivo desenlace que hará las delicias del más sádico, sentencia tan contradictoria como las sensaciones que despierta la propuesta, siendo ésta un auténtico regalo para los sentidos del espectador que, atónito (por más que medite al respecto no encontrará el por qué), comprobará cómo durante ciento cincuenta minutos es incapaz de desviar la mirada la pantalla; el buen hacer de Dakota Johnson y Tilda Swinton (secundadas por una inmensa Mia Goth) como principales protagonistas femeninas (la primera con mayor química respecto a la segunda en comparación con la percibida junto a Jamie Dornan en la mediocre adaptación de la novela 50 sombras de Grey) facilita la digestión de la mayoría de secuencias (altamente impactantes e infinitamente sugerentes, redundancias a parte) que, a lo largo de seis actos y un epílogo, transforman oscuridad, lágrimas y suspiros en tres conceptos que dan mucho de sí individualmente pero más en comunión, trascendiendo mucho más allá de sus respectivos significados para cobrar fantásticas (en cuanto a género) proporciones.

Lo peor: la revisión (que no es tal) de Luca Guadagnino del clásico homónimo dirigido por Dario Argento allá por el mil novecientos setenta y siete, basándose en los personajes originales del propio autor y Daria Nicolodi, obedece a un guión (urdido por Dave Kajganich) excesivamente sustentado en el apartado audiovisual (con inadvertidas piezas musicales de Thom Yorke y exquisita fotografía de Sayombhu Mukdeeprom), respetando de aquella solo la época (como mero contexto sociocultural) y la especie de híbrido entre Carrie (poderes paranormales) y Cisne negro (talentos danzatorios) porque, amén de lo mencionado, ningún nexo en común se observa aunque sí muchos paralelismos para no rivalizar (hubiese sido una inmolación anunciada) sino complementar (con más intención que efectividad) a aquella; la expectación previa da paso al desconcierto posterior y a la indiferencia final, siendo una muestra fehaciente de ello la siempre espontánea reacción del público asistente al Sitges film festival (tal vez convenga aclarar que la película inauguró la edición número cincuenta y uno de tan prestigioso certamen) que, al término de la proyección, brindó discretos aplausos como reconocimiento de una experiencia única cuya desastrosa y pretenciosa narración dilapida cualquier atisbo de genialidad fílmica, excediéndose el responsable en un registro melodramático en el sentido empoderado del conflicto de telón de fondo en detrimento de una correcta confluencia de fe, política y brujería, los tres pilares básicos sobre los que pivota el metraje; la delgada línea que separa la osadía de la temeridad se cruza en demasiados compases para explorar los misterios del deseo femenino sin, a la postre, convicción suficiente, analizándose vagamente los vínculos entre técnica y perversión hasta que, por arte de magia (palabra traía a colación expresamente), toda lógica (ficticia) se desvanece al introducirse de un fatídico e inesperado giro argumental.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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5
21 de febrero de 2019
10 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: el acierto del responsable de olvidar el confuso e incierto sendero seguido en su último trabajo (la cuarta entrega de Insidious) retomando el del anterior (la curiosa e irregular The taking of Deborah Logan), más oscuro e inusual, mostrando convicción e ingenio (algunas pruebas son realmente memorables e imaginativas aunque, valga añadir, la primera es sumamente desagradable al evocar al fatídico incidente que se cobró la vida de cinco jóvenes polonesas mientras practicaban dicha actividad de ocio) en aras de (tratar de) reinventarse a sí mismo y ofrecer una oferta festiva a la par que, a la postre (el devenir de los minutos dicta sentencia en este sentido al desilusionar paulatinamente), errática; la dedicación que se observa detrás de las muertes (anunciar que se suceden no es ningún misterio), albergando la cinta algunas secuencias neurálgicas e impactantes que recuerdan a varios capítulos de la quintología Destino final (las aeronaves también cobran mucha relevancia aquí) y, ya en otro nivel, de la mítica saga Saw (no por su filosofía salvadora sino por su trasfondo justiciero), concibiéndose la ocasión como un intento parcialmente logrado de patentar una especie de elegante híbrido entre ambas con pinceladas del clásico de culto Cube (de forma mucho más sangrienta y menos estilizada conceptualmente, por supuesto); la diversión (apenas escapista al contrario que en la homónimas incursiones de Peter Dukes y Will Wernick, siendo un auténtico delito que una de las premisas básicas del entretenimiento que ocupa como es la cuenta regresiva del tiempo disponible para cumplir las misiones se obvie por completo) es notable (sobre todo en el acto inaugural), absorbiendo la atención del espectador con suspense e intensidad sin recurrir a excesivos tópicos.

Lo peor: la construcción argumental peca de entusiasmo (el momento psicodélico es digno de debatirse seriamente en una mesa redonda estando los participantes ebrios) y, en lugar de trascender, lo que consigue es provocar rechazo al darse giros de guión poco asombrosos y menos justificados (el poder del dinero no lo explica todo como se hace creer, pues en el plano opuesto al beneficiario multitud de incógnitas como la casual aparición de una máscara de oxígeno en pleno declive existencial o la mayoría de averiguaciones sin datos indicadores restan sin resolver), aunque poco más se puede exigir atendiendo a las limitaciones de la premisa; la dimensión de la que se dota a los personajes es directamente proporcional a la de sus encantos (cada uno brilla por sí mismo por sus peculiaridades conductuales hasta que se incide en su pasado para exponer el nexo común por el que han sido seleccionados para conseguir diez mil dólares de completar la retahíla de desafíos en los márgenes permitidos), es decir, burocrática e inocua, no haciendo al público partícipe de una trama sino requiriendo solo una presencia pasiva de la prometedora cautividad que implica acudir a una sala de cine para visionar el metraje; el desenlace, después de una serie de acertijos numéricos y de otra índole mucho más exigente físicamente (de hecho la agilidad mental es relativamente importante para sobrevivir al juego propuesto atentado así contra la esencia del esparcimiento), es demasiado formal (confundir inteligencia con perspicacia es un graso error del que muchos directores pecan y ésta, por desgracia, no es una excepción), siendo tan prominente como el humor, eficaz e involuntario.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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5
9 de octubre de 2018
10 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la recuperación, sin fisuras visuales (sí argumentales como bien se detallará más adelante), de la atmósfera propia del cine de los ochenta (aquella gloriosa época en la que prácticamente toda pieza que vio la luz es digna de mención), un nostálgico viaje al séptimo arte como tal que encandila sin remedio por una sólida puesta en escena similar a la Crush de Paul Haggis (varias personas sin relación alguna entre sí confluyen no casualmente sino causalmente por un determinado designio del destino) en un plano más metafísico y tenebroso; la clásica atracción del pasaje del terror (en vísperas de que se abran las puertas de los esperados parques temáticos Horrorland en Cercs y Scream nights park en Cambrils es un excelente ejercicio de preparación) se convierte aquí en película de la mano de un director que, en este su cuarto largometraje, con convicción y obstinación, firma un producto atrevido, divertido, emocionante, espeluznante e inquietante como pocos, ofreciendo un buen número de imágenes que restarán grabadas en el subconsciente durante mucho tiempo en una coexistencia de realidades paralelas identificadas con la luz y la oscuridad; la sensación de que ningún espacio es seguro (ni exterior ni interior, pues baños, cocinas, comedores y habitaciones infunden consternación pero también calles y jardines), un logro sin duda plausible que comienza con sonidos que se filtran y concluye con investigaciones que se descontrolan aprovechando todo objeto imaginable, desde camas hasta fregaderos pasando por un sinfín más.

Lo peor: la nitidez sonora brilla por su ausencia (en especial cuando se combinan voces y efectos) y, pese a ser una producción de presupuesto muy ajustado, dicho apartado debería haberse cuidado más con el objetivo de garantizar un visionado con una mínima calidad, cosa que se atiende tan poco (en multitud de ocasiones uno debe adivinar lo que los personajes pronuncian) como el devenir de la trama, paulatinamente decreciente en originalidad e interés (empieza triunfal y termina nefastamente, dejando más helado que los cuerpos misteriosamente retornados del más allá); la escasez de rigor en el guión (la absoluta falta de resolución de las historias es inentendible e inexcusable, por no mencionar que la introducción de cierta eminencia en fenómenos paranormales hace que la cinta derive en una peyorativa imitación de Insidious) invita a pensar que una aproximación tan descarada al género (con mayúsculas) como la que se propone debe seguir unas pautas menos extravagantes y precisas, pues la teoría de los planos dimensionales exige ser demasiado contemplativo e irracional, sobrevalorándose todo ello en territorio argentino con abundantes e inmoderadas campañas; el personaje de procedencia inglesa (extender lo siguiente al reparto en general se antoja ilícito al no observarse actuaciones ni mucho menos pésimas) provoca tanta urticaria como las molestias vecinales a las cinco de la madrugada que se relatan (propios y extraños las equipararán a su experiencia habitual) y los sobresaltos, la mayoría forzados sin ninguna coartada.

Daniel Espinosa
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6
6 de abril de 2018
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: el clima, que cambia a su antojo de un instante a otro como lo hacen los sentimientos de las personas, lo cual no parece ser una coincidencia sino todo lo contrario, algo muy intencionado y es que, atendiendo a que seis actores (cuatro de ellos secundarios, amén del monstruo y el lobo, cuyos rostros no se muestran) y dos decorados (una casa con sus respectivas estancias y una carretera adjunta a un frondoso bosque) le bastan a Bryan Bertino para convertir el terror primario en catártico e impresionar de nuevo al respetable como ya lo hiciera con la comercial Los extraños y la independiente Mockingbird (la que ocupa estaría a medio camino presupuestario e intencional entre ambas), sería lo más lógico; el licántropo, un ser poderoso donde los haya, como elemento terrorífico e incontrolable (en sentido figurado y corpóreo), está muy logrado y permiten al espectador entender la rima infantil del mil novecientos tres que se lee al inicio de la película (“están escondidos y observando, sólo espera y verás..., ¡ay!, hay monstruos para ti para mí”); la inversión de roles entre una madre y su hija, siendo la responsable la pequeña y no la adulta, es tan crítica como interesante desde el punto de vista generacional y educacional.

Lo peor: el conflicto paterno-filial que se narra, enfermizo hasta llegar a plantearse una división definitiva entre las dos integrantes implicadas, no se plasma con la mejor de las fluideces, habiendo facilitado el cometido la introducción de alguna escena más explicitica y aclaratoria aunque se sobreentienda sin mucho esfuerzo, entre tanto misterio sin resolver, el mensaje del realizador y guionista (a modo de sutil clave para aquellos menos dados a deducciones fílmicas vale citar la magnífica Alta tensión como referencia, pues la metodología es similar en una y otra y en ella sí se manifiesta patentemente ese amor-odio basado en la dependencia); el trascendental incidente que, fundamentado en aquel que refrán que versa “después de la tempestad llega la calma” (textual visualmente y simbólico argumentalmente), detona la historia, predecible en demasía; el drama de los malos hábitos, plasmado a través de una serie de recuerdos, resulta efectivo pero pícaro para que pasado y presente converjan y se interrelacionen.

Daniel Espinosa
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9
2 de abril de 2018
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la portentosa combinación de efectos pseudodigitales (como en la inquietante escena de la fotografía en movimiento) y artesanales (como en la potente secuencia de las duchas), inéditas para la época e incongruentes con la actual (por desgracia, la magia de entonces, con el gigantesco, horripilante y en cierto modo mediocre monstruo de turno incluído, no volverá a repetirse...); la metafórica y metamórfica figura corpórea representativa de los respectivos temores albergados por parte de los protagonistas, del filme, un grupo de amigos (con mayúsculas) unido por necesidades individuales de sus miembros y promovido por el amor conjunto, luchando sin sucumbir ante sus miedos para no acabar flotando, como la tétrica voz les amenaza, “ahí abajo”; la inmaculada labor actoral del reparto (tanto el joven como el de tres teóricas décadas después), en especial la del británico Tim Curry ejerciendo de física pesadilla residente en las profundidades del alcantarillado de la ficticia ciudad de Derry (Maine) de unos jóvenes que, con el paso de los años y al igual que les habrá sucedido a la inmensa mayoría de los afortunados asistentes a las salas de cine cuando se estrenó la película, no logran olvidarse de su mortífera luz.

Lo peor: la imposibilidad de señalar aspectos negativos que no estén directamente atribuidos a otros positivos, como sucederá con los dos siguientes y otros tantos que pudieran citarse, amén del constante ir y venir del pasado al presente de forma tan consistente como reiterativa; la cantidad de traumas que la obra ha generado a nivel mundial en relación a los clásicamente inofensivos payasos, suscitando una insalvable animadversión hacia los mismos a través de una trama que, posiblemente, se alargue demasiado en aras de respetar al máximo la novela de Stephen King en la que escrupulosamente se basa; la sensación, una vez se suceden los créditos finales por la pantalla, de haber permanecido delante de ella apenas unos pocos segundos cuando en realidad han transcurrido (muy) poco menos de tres horas, por lo que podría afirmarse sin riesgo alguno a equivocarse que, a pesar de su extensión, el largometraje se percibe cual escueto corto.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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