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Críticas de Argoderse
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Críticas 254
Críticas ordenadas por utilidad
9
4 de octubre de 2019
118 de 151 usuarios han encontrado esta crítica útil
Woody Allen y Nueva York son un dúo que funcionan como un reloj suizo. Su idilio es perfecto. Cada vez que el genio neoyorquino centra sus películas en La Gran Manzana, 'la cosa funciona'. Día de lluvia en Nueva York, su última película hasta la fecha, es otro ejemplo más de esa gran pareja que forman el director y la ciudad.

Una comedia romántica donde Allen sigue con su fina ironía. Su mordaz humor que destripa los problemas existenciales del primer mundo a través de dos magníficos Timothée Chalamet y Elle Fanning como una 'Poderosa Afrodita'. Una pareja de universitarios que, aprovechando la entrevista de ella a un director de cine de renombre (Liev Schreiber) en la ciudad, se van de fin de semana a Manhattan para vivir también su amor juvenil. Ese que siempre es tan intenso.

Sin embargo nada va a salir como estaba previsto. Woody Allen escribe y dirige la trama, así que el enredo está asegurado y eso lo van a "sufrir" en sus carnes nuestros dos protagonistas. Rodeados, por suerte, de un reparto coral brillante, que aporta frescura en las secuencias donde Chalamet y Fanning necesitan apoyo. Tanto Selena Gomez, como Jude Law y Diego Luna dan el do de pecho en personajes muy del estilo Allen.

Además, como en Melinda y Melinda, Annie Hall, Todo lo demás o Balas sobre Broadway (se puede enumerar casi toda su filmografía), el 'pequeño' genio vuelve a introducir en su historia esos elementos que siempre han caracterizado a su cine. Crisis existenciales, diálogos con chispa, religión y filosofía, evocación a otras épocas y artes, personajes que, pese a su estatus social, están tarados cuando no neuróticos. Y, cómo no, el sexo. El sexo está por todas partes. Hasta la economía es sexo y en la obra de Woody Allen es una constante deliciosamente tratada.

En fin, que Día de lluvia en Nueva York nos devuelve al Woody Allen de siempre. Le criticarán que no arriesgue, que se repita una historia como otras y tantas y tantas cosas que a mi, no me interesan. Soy fan de este hombre desde siempre. Me encanta su forma de escribir, dirigir y transmitir. Me interesa su arte y legado. No si arriesga o deja de arriesgar porque lo ha demostrado todo ya y no debe convencer a nadie. En esta película a mi me ha fascinado y ha logrado que desde los Cines Verdi en Madrid, la lluvia de Nueva York me cale hasta los huesos. Chapeau.

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8
31 de julio de 2014
106 de 128 usuarios han encontrado esta crítica útil
Renovarse o morir. Dos claras opciones cuando, sin comerlo ni beberlo, se sufre un revés sentimental. Por extraño que parezca, el tren de la vida ofrece segundas oportunidades que irremediablemente hay que aprovechar para que esto siga funcionando. Y si es con música de por medio y la ciudad de Nueva York como telón de fondo, es casi una cuestión obligatoria mirar hacia delante.

Esa postura es la que eligen sin género de dudas Keira Knightley (Piratas del Caribe, Orgullo y Prejuicio) y Mark Ruffalo (Zodiac, You can count on me) en Begin Again, el último trabajo hasta la fecha del director y guionista, John Carney. A lo largo de la cinta, la música se convierte en el fino hilo que hilvana las vidas de los personajes principales y una terna de sobresalientes secundarios. Esta poderosa fibra acaba tejiendo un filme con ritmo vivo, dulce sin ser empalagoso y que conmueve hasta dibujar una sonrisa al terminar su proyección.

En Begin Again, con solo unos pocos planos, salta a la vista que Ruffalo y Kinghtley están hechos el uno para el otro. No solo en la trama son un soporte vital entre ambos, sino que el trabajo del primero hace más excelente el del otro y viceversa, contagiando al resto del reparto que consuma esta satisfactoria cinta.

Los dos personajes que interpretan cada uno son conscientes del mal momento que atraviesa sus vidas. Dan, separado de la estupenda y correcta Catherine Keener (El último concierto, Hacia rutas salvajes) y con una hija difícil, distanciada de su padre al que poco a poco irá apreciando como se merece. Por su parte Gretta, con un exnovio al que sorprendentemente no llegamos a odiar pese a que su papel y registro apuntan a ello. Buena incursión en el mundo de la interpretación del alma de la banda Maroon 5.

Y como impresionante colofón a tan redondo trabajo, la ciudad de Nueva York en todo su esplendor. Por medio de temas tan absorbentes como Tell Me If You Wanna Go Home o Lost Stars, interpretados con la dulzura de la inglesa, recorremos las calles de la ciudad más cinéfila de la historia. Los rascacielos, calles y ciudadanos de la gran manzana son testigos de la naturalidad con que se desarrolla la historia. Una brillante labor de fotografía y planos bien ejecutados que acrecientan el magnetismo de la película.

Un auténtico chute de energía positiva para seguir confiando en el tren de la vida, aun cuando siempre exista riesgo de descarrilamiento.

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7
19 de mayo de 2022
122 de 161 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más de treinta años después, el binomio Jerry Bruckheimer - Tom Cruise funciona a las mil maravillas. Corría el año 1986 y con Top Gun, Cruise entraba en el Olimpo del cine de acción con el papel de Pete 'Maverick' Mitchell. Esa sonrisa socarrona, gafas de sol y chupa de aviador tiraban abajo la puerta del Salón de la Fama de la chulería hollywoodiense. Y el tipo se mantiene, vaya que si se mantiene.

Ídolo entre ídolos, jamás entenderé la animadversión hacia Cruise, si de cine hablamos. Habla por sí sola la reputación de un actor que debutó con Franco Zeffirelli, en 'Amor sin fin', y a partir de ahí ha trabajado con: Francis Ford Coppola, Ridley Scott, Tony Scott, Sydney Pollack, Martin Scorsese, Oliver Stone, Robert Redford, Ron Howard, Sydney Pollack, Brian De Palma, Michael Mann, Paul Thomas Anderson, Stanley Kubrick, Steven Spielberg, John Woo, Christopher McQuarrie, Bryan Singer o Cameron Crowe.

En fin, normal que Cannes se haya puesto en pie para recibir la presentación de Top Gun: Maverick, una película que mejora a la original y que te deja sin aliento, o mejor dicho: Take my Breath Away.

Si algo notable tiene Top Gun: Maverick es que sabe armonizar bastante bien todos los palos que toca. Hay momentos para el romanticismo (Jennifer Connelly) y la comedia, incluso. Pero donde realmente despega y de una forma brutal es en la épica y la acción. Ya desde el principio, con 'Danger Zone' de fondo, te agarras a la butaca y toma chute de adrenalina. ¡Menudo arranque!

A partir de ahí, todo es un jolgorio para regocijo de los fans de Cruise, entre los que me incluyo. Está enorme, de verdad. Las escenas dentro de los cazas son reales, así como la fuerza G a la que se somete el reparto. Pero que es que el norteamericano ya nos tiene acostumbrados a esto, que es toda una delicia de realidad.

Eso entronca con el argumento, demencial como el original. Pero da igual, pues su ritmo frenético, esa banda sonora de Hans Zimmer (canción de Lady Gaga mediante) y las interpretaciones son tan notables, que pasas por alto cualquier fallo de guion. Todas las piruetas del mundo de los Top Gun, así como su chulería intrínseca y hormonada tapan cualquier agujero argumental.

Ni qué decir tiene que los terroristas son el convidado de piedra de esta fiesta llena de excesos, donde el entretenimiento reina de principio a fin. Qué más da, hemos venido a disfrutar -una vez más- de Tom Cruise y su equipo; de ese Jerry Bruckheimer que produjo la acción de mi infancia y un relevo generacional de gallitos, como Miles Teller y Glen Powell, para continuar el legado..

La guinda a la emoción la pone Val Kilmer, al que el cáncer de garganta dejó sin voz. Es el nexo de unión entre los vivos (Cruise) y la nostalgia de los que ya no están, pero siguen volando en el ambiente. De hecho, Kosinski recurre a imágenes de hace treinta años, bien montadas y que no rompen en ningún momento el ritmo de la cinta.

Obviamente Top Gun: Maverick no será la mejor película de la historia, pero sí por la que bien vale pagar una entrada de cine. Una oda al espectáculo, al entretenimiento y a un actor, Tom Cruise, siempre a sus pies.

ARGODERSE
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8
24 de julio de 2019
174 de 269 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es noticia que Quentin Tarantino tiene intención de abandonar el cine una vez que haya rodado su décima película. Así lo ha manifestado públicamente y es de sobra conocido por sus fans y detractores. Tal vez por ello, porque el fin de una forma diferente de hacer cine se acerca, cada estreno o proyecto que gira en torno al director de Pulp Fiction se convierte en un evento mundial de proporciones colosales.

Porque una cosa es innegable, Quentin Tarantino es al cine lo que Caravaggio a la pintura. Un exponente, un icono, una revolución dentro del séptimo arte. Es innegable que su irrupción en la industria marcó un antes y un después. Son pocos los capaces de crear un universo aparte dentro de un todo. Algo independiente. Algo 'tarantiniano'. Una subcultura que ha marcado a los espectadores y nuevos creadores. Es decir, un referente.

Y en eso se ha convertido gracias al cine. Siempre lo ha confesado. Desde sus primeros pasos en el videoclub a la multitud de alusiones cinematográficas que aparecen en todas sus películas. Continuamente y a la más mínima aparecen guiños a obras maestras del séptimo arte o de serie B. Incuestionable la influencia del spaghetti western y el neo-noir en todos y cada uno de sus trabajos. Así como una violencia que roza lo extremo o diálogos punzantes, ingeniosos y que memorizas de un plumazo.

Pero quizá faltaba algo en ellos. Algo más personal. Más humano. Y eso que los grandes personajes de la filmografía de Tarantino están dotados de alma -escoged el que queráis-. Faltaba, digo, Érase una vez en... Hollywood, su novena película y última hasta la fecha. El filme, para mí, más personal del director nacido en Knoxville, Tennessee, el 27 de marzo de 1963. Faltaba porque, en líneas generales, se trata de una película que desarrolla más la vertiente humana de los protagonistas por encima de la acción intrínseca a todas las historias de Tarantino. La hay, sí, pero muy por debajo a lo que nos tiene acostumbrados.

Un Macguffin a lo bestia

En Érase una vez en... Hollywood, Quentin Tarantino utiliza la excusa del brutal asesinato de la actriz y modelo Sharon Tate a mano de la 'Familia Manson' para hacer una declaración de amor pública al cine y a una época que, tal vez, terminó aquel agosto de 1969. De hecho todas las promos, sí al menos la mayoría, lanzan el gancho de este cruento crimen para atraer a las masas hacia la taquilla del cine. Y solo Tarantino es capaz de utilizar algo tan macabro para convertirlo en amor al arte. Lo consigue, por cierto.

Porque en ese homenaje a una era de Hollywood, Quentin retrata a Margot Robbie como una especie de icono que representa a todo un elenco de estrellas míticas del celuloide como Bruce Lee (Mike Moh está sublime), su propio marido Roman Polanski, o el siempre eterno Steve McQueen, al que da vida Damian Lewis (Hermanos de Sangre).

Son prácticamente divinidades que discurren sus días entre rodajes, mansiones de lujo, sensualidad, fiestas interminables... En definitiva, la vida perfecta en la meca del cine. Es algo así como el Olimpo en la Tierra. Deidades que de cuando en cuando se mezclan con los mortales, que para su desgracia les van a mostrar el significado de la palabra. Sobre todo esos "putos hippies" con la 'Familia' Manson como principal baluarte del mal. Porque ya se sabe que en el Paraíso...También hay serpientes como Charles Manson dispuestas a morder.

A pesar de eso, lo realmente importante, una vez brindado el tributo, es la historia de Dalton y Booth: Leonardo DiCaprio y Brad Pitt, respectivamente. Descomunales los dos. Ambos brindan interpretaciones colosales delante de la cámara de Tarantino. A través de ellos, el director muestra aquella forma de hacer cine entonces. Es un homenaje, insisto o eso me transmite a mi, a quienes levantaban cada día esa fábrica de sueños -algunos de ellos truncados- que representa Hollywood, donde nada queda al azar y todo está conectado.

Pero ese amor, como todo en exceso, quizá se vuelve algo reiterativo en los eternos rodajes por los que se mueve Dalton/DiCaprio. De ahí que el metraje se extienda a las casi tres horas cuando podía sintetizarse e introducir un poco más de chispa en forma de violencia explícita. El enfant terrible dejar de serlo por un día para ser más humano. No se lo vamos a reprochar a estas alturas, pero de vez en cuando alguna píldora en este sentido se agradece.

En definitiva, no estamos ante la mejor película de Tarantino. Pulp Fiction sigue en ese escalafón inamovible. Pero sí es la más diferente hasta la fecha. No hay una meta final. Es un camino abierto, más personal. Algo así como, llegados hasta aquí, que alguien recoja el testigo y siga hacia delante. Como aquel cine de agosto de 1969 que no murió, sino que evolucionó a otra cosa, la obra del de Knoxville perdurará en el tiempo, sí, y seguro que alguien continuará con su legado.

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Argoderse
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8
16 de junio de 2017
130 de 182 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ladrones de bancos; tiros; persecuciones a todo gas; clásicos del rock, del funky o del pop... Y sí, un reparto en estado de gracia. Eso es Babby Driver, el regreso a la dirección de Edgar Wright, quien nos tenía muy abandonados desde su última película en 2013 (Bienvenidos al fin del mundo). Por cierto, para los olvidadizos, el mismo responsable de Zombies Party.

Así pues, con este calor asfixiante y en pleno verano, qué más se le puede pedir a una película que entretiene y te hace olvidar el infernal fuego que te atrapa entre el cielo plomizo y el agrietado asfalto. Pues nada más que lo que 'Baby Driver' ofrece: dos horas de puro espectáculo cinematográfico.

Edgar Wright escribe y dirige, con su sello propio, una película que refresca al género de ladrones de bancos, policíaco y de acción de la última década. Tiene hermanos mayores como 'Ronin', 'The Town' o 'The Italian Job' -y menos pretensiones que 'Drive', por suerte para nosotros-. Pero 'Baby Driver', desde su nacimiento -con una huida antológica y un plano secuencia posterior más bárbaro si cabe, mediante- crece por sí sola y se erige como un tótem del género.

El guión, repleto de diálogos sólidos y escenas vertiginosas, desborda dinamismo hasta completar dos horas de metraje sin perder frescura. Mezcla acción, comedia negra e, incluso, ciertas gotas de drama, en un abrir y cerrar de ojos. Casi sin enterarte, como Baby al volante, te mueve de un lado a otro de la pantalla. Y utiliza algo tan trillado como la nostalgia por los clásicos del rock, del funky o del pop, de una forma muy sutil y a la vez tan evidente como un golpe en la cara, para agrandar más su estela de entretenimiento y espectáculo. Dos cometidos que cumple y para los que está hecha.

Y ello porque esa banda sonora, que llena cada fotograma y se funde con las balas de los tiroteos o las ruedas quemadas en el asfalto, es gloria para los oídos. El oído y la vista convergen en uno solo gracias al pulso de Wright -la música es vital en su filmografía-, que sabe llevar en todo momento y por buen camino el ritmo de la película.

Por ello 'Baby Driver' tiene la vitola suficiente para perdurar en el tiempo. Al menos entre aquellos a los que nos gustan este tipo de películas que te hacen olvidarte, por un momento, del día rutinario. De esas joyas que llegan sin hacer ruido, pero rompen por completo los esquemas.

Cine al servicio de la diversión. ¿Qué tiene fallos? Claro, como todo en esta vida. Pero son tan pequeños al lado de sus aciertos que no necesitan siquiera ser mencionados. Así que una recomendación, abrochaos los cinturones y a rodar por la carretera del espectáculo visual y auditivo que nos brindan Wright y los suyos.


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