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Historia de mi muerte

Drama. Fantástico El film se centra en la transición entre el siglo XVIII, el del racionalismo, el siglo de las luces y la sensualidad, y los principios del siglo XIX, el del romanticismo, el oscurantismo y la violencia. Dos famosas figuras personifican estos mundos, Casanova y Drácula. En Francia, en una atmósfera de corrupción y alegría artística, un veterano marqués, siempre acompañado por su sirviente de las tierras del norte, vive en un pequeño ... [+]
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Críticas 10
Críticas ordenadas por utilidad
16 de enero de 2014
24 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Història de la meva mort (Historia de mi muerte), lo último del llamado por muchos enfant terrible del cine español, no es una película para ser exhibida en salas comerciales al uso. Y no porque su duración cercana a las dos hora y media de metraje resulte un elemento disuasorio, sino porque su razón de ser, como obra cinematográfica, dista mucho de la convencional intencionalidad de la plana mayor de las obras cinematográficas. Albert Serra no ha rodado su película para que la vean (y la juzguen) vulgares mortales ávidos de consumismo industrial, no. Historia de mi muerte está hecha como pieza museística, careciendo de valor estrictamente cinematográfico y alzándose como monumental obra de ensayo, reflexiva y metafórica, díficil de degustar por paladares quizás no instruidos. No debemos andar muy equivocados cuando su primera proyección pública tuvo lugar en el Museo Reina Sofía de Madrid y es uno de los siete films escogidos por el elitista MoMA de Nueva York para participar en la 43ª edición de la muestra New Directors/New Films.

Sin embargo, la alardeada complejidad de la que hace gala Historia de mi muerte se nos antoja en exceso planificada. Como si Serra, buscando a posta distanciarse de las simpatías del espectador, se afanase por generar una película de gélida temperatura, a través de una puesta en escena bellísima en lo formal, qué duda cabe, pero soporíferamente dilatada, compuesta por una acumulación de parsimoniosos y aletargados planos fijos, muchos de excesiva duración, rebosantes del más intrascendentes de los vacíos. De este modo, el director erige un improbable encuentro entre dos mitos literarios, Casanova y Drácula, en pleno trasvase del siglo XVIII al XIX, personificando cada uno de ellos la corriente de pensamiento imperante en la filosofía y la cultura europeas (razionalismo y romanticismo, respectivamente), sin que a nosotros, impertérritos espectadores, nos llegue a quedar realmente claro qué dista a uno del otro; es decir, qué de especial y subversivo aportan los tratamientos dados por Serra a ambos personajes para valorar Historia de mi muerte como la pretendida obra de arte a que aspira a ser.

Nada más lejos de la realidad: a Casanova nos lo muestra como a un estridente aristócrata, de gustos y apetitos exquisitos, de amplia y arrogante verborrea intelectualoide, voraz lector pero a la vez grosero y sarcástico devorador de las más bajas pasiones, aquellas que con el trasvase de siglo le llevarán a la perdición, personificadas en el conde Drácula, ambiguo y desconocido habitante del bosque al que, por medio de una malsana seducción, acabarán sucumbiendo todos los personajes. La película, así, a grandes rasgos, parte de una idea bastante sugestiva. El problema radica en que, una vez puesta en práctica, la idea se diluye en un mar de secuencias de impostada transcendencia, colmadas de silencios y parálisis visual y cuyo propósito principal parece que fuera el de golpear al espectador con la considerable carga de solemnidad con la que se deben afrontar los grandes temas de la vida; consiguiendo solamente hastiarle ante la pretendida escala de provocación que contienen sus imágenes, como tratando de generar con su secuencialidad algo parecido a los discursos críticos que originan las imágenes del cine de vanguardia.

Sí, se puede asociar ciertos pasajes de Història de la meva mort con el cine soviético de los años 10 del pasado siglo, incluso se permite la comparación con Ingmar Bergman en el tratamiento dado por Serra al paisaje como elemento perturbador. Aunque quizás sea más acertada la comparación con el frío y alambicado ascetismo desarrollado por Robert Bresson, produciéndose en la cinta no poco despojamiento de elementos narrativos al uso, tratando con ello de hallar, a través de la simpleza visual y sonora, un nuevo lenguaje cinematográfico a través del cual exponer lo abstracto y lo divino del mensaje. Por desgracia, lo único que encontramos en Historia de mi muerte es la ególatra vocación de un autor dispuesto a embaucarnos, a plantarnos ante nuestras narices planos de construcción casi pictórica, bellísimos encuadres fotografiados a través de un uso muy depurado y premeditado del color, que no bastan para maquillar la altiva oquedad en la que se sustenta todo el conjunto. Puede que un servidor no esté los suficientemente instruido como para valorar en justicia las virtudes de una cinta como esta, pero una cosa tengo clara: hay en Historia de mi muerte buena materia prima para, sin la mema y engolada superchería de la que hace gala, haber generado una estupenda película.

http://actoressinverguenza.blogspot.com
Juanma
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13 de febrero de 2014
17 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tengo que confesar que esta es una de las películas más extrañas que recuerdo; la he visto con una mezcla de placer, tedio y desconcierto, y no me atrevo a recomendársela ni a mi mujer. Quizá la impresión pueda ser comparable, en algún sentido y pese a las diferencias, a la que sintieron los primeros espectadores de La edad de oro de Buñuel (hoy la distancia temporal y la cultura nos defienden de su carga subversiva).

Muchas cosas han pasado en el mundo y en el cine después de aquellas primeras películas de Buñuel y Dalí: en el cine de Serra pueden encontrarse otros muchos ecos. Algunos críticos han señalado la influencia de Kenneth Anger; dentro del cine moderno, a mí se me ocurre, sólo por dar una idea, que la película podría situarse en algún remoto punto intermedio entre el Fausto de Sokurov y Los caníbales de Manoel de Oliveira.

En una escena hacia el comienzo, en la que Casanova inspecciona y comenta la biblioteca de un noble de edad avanzada, este aparece al principio tumbado, luego se levanta y se sitúa junto a Casanova, y en el siguiente plano, sin ninguna transición, vuelve a aparecer tumbado, en la misma posición que al principio: este “fallo” de raccord, hablando en términos convencionales, parece una declaración de principios de un director que asume todas las libertades y todas las provocaciones.

La película oculta sus claves y se va haciendo cada vez más opaca y misteriosa, tanto a nivel de detalle como de concepción global. Su gélida oscuridad, atravesada por un sentido del humor de amplio espectro, tiene algo de artificioso y deliberado, y el director, entre cuyas cualidades no se encuentra la humildad (pienso que él la consideraría más bien un defecto), establece las reglas de su juego al margen de todo compromiso, como alguien que sólo busca la complicidad o la irritación absolutas.

El título invierte irónicamente el de las memorias de Casanova, “Historia de mi vida”; según la crítica, esta “historia de mi muerte” debe entenderse en un sentido conceptual y metafórico, alusivo a la muerte de la Ilustración y al nuevo mundo que surgirá después de la revolución francesa (la cual anuncia el propio Casanova, como si hablara de un hecho pasado, en la escena a la que me acabo de referir).

Por cierto, la dicción de su intérprete (Vicenç Altaió) evoca, por su artificiosa y fascinante naturalidad, a la de Francisco Rabal o Fernando Rey en las películas de Buñuel.

La película también evoca, como el título de la de Buñuel, una “edad de oro”: el antiguo orden que representa Casanova se caracteriza por una sensualidad traspasada de intelectualismo, por una racionalidad firmemente anclada en el cuerpo.

La propia sustancia de la película participa de esa misma mezcla, por su concepto extremadamente especulativo y su atención a lo sensible (el refinamiento de la fotografía que capta hasta las partículas de polvo que brillan en el aire, o el registro de los sonidos, amplificados para mayor protagonismo: el canto de un petirrojo o de un autillo, el rumor de unos cerdos comiendo). Casanova se alimenta lascivamente de granadas, y dice que cada grano le trae al recuerdo una historia de las que narrará en sus memorias. El personaje se ríe de la misma manera cuando está cagando (cualquier otra fórmula más eufemística de expresión traicionaría el “espíritu” de la escena que lo muestra en ese trance), cuando está leyendo, y cuando rompe por accidente el cristal de una ventana mientras se está cepillando a una campesina.

También es muestra del antiguo orden la relación fraternal entre señor y criado, Casanova y Pompeu. Diferente es la tentación que el mundo moderno ofrece a los siervos, y que el conde (cuya peluca, por cierto, parece una parodia de la imaginería del Drácula de Coppola) susurra a la hija del alquimista transilvano para atraerla hacia sus dominios, al otro lado del río: aprender a leer, ser tratada como una señora... a cambio de la posesión vampírica.

En ninguno de los dos mundos hay lugar para el cristianismo, que es objeto de burla o de humillación. Ligeramente distinta es la apreciación del “opus nigrum”, la transformación de la materia fecal en oro (símbolo baudelairiano de sus pretensiones que el director suministra graciosamente a sus críticos para que la utilicen, en el sentido que gusten, en sus conclusiones). Si Casanova aún es capaz de admirar el milagro de esta transubstanciación profana, en el nuevo mundo de los muertos vivientes (que es el nuestro, si mi interpretación es correcta) tampoco hay lugar para el alquimista: su destino parece una versión esperpéntica del que este mundo reserva al espíritu creador.
el pastor de la polvorosa
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20 de julio de 2014
11 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
No dejan de sorprenderme algunas críticas que se escriben al amparo de ocultos intereses comerciales. Acabo de leer una que afirma del cine de Serra que es difícil pero que, si aguantas, tiene recompensas de imágenes bellas e inéditas..... Para eso, indudablemente, es mejor comprarse una cámara fotográfica de alta resolución y pagarse un viaje a un lugar interesante, pero no aguantar el tiempo en una peli pretenciosa y pretendidamente de arte y ensayo que es más de ensayo (de actores) que de arte..... si pudiera decir que es bodriosa, lo diría, pero no me atrevo....
corchea
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4 de agosto de 2014
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para mí sorpresa compruebo que, mientras miro esta nueva película de Albert Serra, la puedo ver sin irritación y con una curiosa mezcla de fascinación y tedio. Y al final incluso le encuentro cosas interesantes... hasta cierto punto.

Exceptuando "Crespià", su primera obra [semi-oficial], he ido viendo todas las películas de Serra. La primera la vi con aborrecimiento, la segunda sin ya tanta inquina y ésta hasta con cierto agrado. No sé si esa progresión se debe a que Serra ha aprendido a dominar los tiempos muertos, que yo he madurado como espectador o un poco de las dos cosas a la vez. Sea como sea, en ésta se comprueba que Serra hace esfuerzos por mostrar cualidades técnicas como se demuestra en la sutil harmonía cromática que se aprecia entre la decoración, la vestimenta y la íntima luz que se ve en la primera parte de la película o la sutil fotografía pictórica que se aprecia en los planos de naturaleza.
Y más importante: creo que los hechos de la obra están conducidos por un sentido muy específico. Sin abandonar el aire iconoclasta y desmitificador de sus anteriores obras, en esta ocasión, en vez del Quijote, toma a la figura de Casanova para utilizarlo como avatar de la decadencia. No por casualidad toma al sensualista por antonomasia y, encerrándolo en situaciones mayormente ridículas, lo muestra como un personaje casi patético. Ya no sólo se trata que sea visto alejado de la pompa de las cortes, dejándose la piel en echar un zurullo o perorando con aire pedante en las reuniones, además, cuando por fin triunfa y consigue echar un clavo, escenifica un acto alejado de cualquier tipo de erotismo. La presencia de Drácula, a caso un símbolo de la muerte, creo adivinar que Serra la utiliza para enfatizar el punto final del sensualista y del esplendor aristocrático que él representa. Es por ese motivo por el que se nombra en diversas ocasiones a la revolución de 1789.

No veo en ello algo 100% innovador. Comparte esa visión con "La noche de Varennes", de Ettore Scola y, hasta cierto punto, con el "Il Casanova di Federico Fellini", sin embargo al pasarlo por el filtro de su estética, adquiere un aire fresco, nada formulario o convencional y que justifica la obra, pues además entra en consonancia con el tono burlón que tiene el resto de su filmografía. Su toque artificioso (visible sobre todo en los diálogos, la dirección de actores y la duración de las escenas) vuelve a tomar relieve para denotar auto-consciencia, que el director se sabe creador de un artificio y que no intenta seducirte con falsas inocencias y otras frivolidades comerciales; también su fino aire desmitificador, su intención de apegarse a una estética más audiovisual que narrativa y por descontado esa intención de querer pillar al espectador a contrapié.

Es quizá por eso último que creo que nunca acabaré de encajar plenamente con su cine. No encuentro plena justificación a cosas como la duración de la película, la utilidad de muchas escenas y los puntos álgidos no los aprecio como deslumbrantes o maravillosos. Serra parece que se basta él solito adoptando ese aire de genio impostado, como si fuera un Dalí de Banyoles, que a veces exagera en sus apariciones públicas, pero yo no le encuentro demasiada gracia o que torpedee nada que yo aborrezca. No estoy en su onda, aunque ahora por fin creo que ya puedo verle algún atractivo sin por ello percibirle como un estrafalario ombliguista pedante pretencioso y un [ponga aquí un adjetivo Boyero aleatorio] con muchas ganas de tomar el pelo. Y eso ya es mucho más de lo que hubiese creído poder decir tras ver "Honor de cavalleria".
Jean Ra
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18 de enero de 2014
12 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
http://latourdeforce.blogspot.com.es/

- Es como si te gusta el foie y ansías saludar personalmente la oca.

Es lo que dijo Arthur Koestler cuando fue saludado nervosamente por un admirador porque él no entendía la necesidad de algunas personas de conocer personalmente a sus ídolos.
A menudo resulta desagradable tener que tragarse las idolatrías de los demás.

Mi abuela me alertaba , a menudo, subiendo un dedo hacia la mejilla :
- ¡ xiquete , no dejes ni un granito en el plato !
Oponerse a sus órdenes era un error que no cometí nunca. María sabía , y perfectamente , como hacerme abrir la boca sin forzarla : todo apuntalando sobre la cuchara un torpedo exquisito de mierda con mierda haciéndola encajar de la mejilla al patíbulo del esófago . Era irremediable y lo digo sin reproches ni malicia , era así y no podía ser de otro modo. La razón pura estaba encarnada en la abuela , por eso es de imbécil negarse a abrir la boca y masticar hasta rebozar . No tiene sentido rechazar nada que se le parezca , pues, hay eventos y figuras que son necesarias.

Lo mismo ocurre con el director Albert Serra , sobre todo cuando me refiero a lo que no tiene malicia porque es bueno , es decir , que te lo tragas. Pero es tierno y casero como una buena cucharada desde Banyoles , tú .

Lo inocente y terrible de la abuela también lo tiene Historia de mi muerte , como un espejismo de aquel cine que se desliza en lo que quizás no nos implica o nos hace entrar directamente -para que las historias y personajes pertenecen a la ficción- pero es precisamente desde este límite hacia la realidad que , con la buena noticia de haber hecho un excelente trato de los diálogos y personajes , la implicación del espectador llega a ser total hasta hacerse partícipe de la fina verdad que los actores forman , siendo todo el conjunto la implicación misma.

La excusa es el delirio del deseo , la hipocresía , la pulsión de vida y de muerte , el final de la belleza , y múltiples cosas más . Todo lo que compromete al espectador de esta película también está comprometido cinematográficamente. Pues, por todo hay signos que enmarcan una personalidad impactante , curada , de fuerte humor .
El acompañamiento es una historia hilada en un ejercicio de sinceridad .
Ahora, auto complazcámonos del acierto.

¿Y qué decir de un tío que omite la fecha de su nacimiento en la biografía del Wikipedia o que en los primeros minutos de rodaje no sanciona una escena donde el protagonista se atasca entre consonantes ?
Lo mismo que hace de un mundo falaz la aventura más provinciana , entre semillas de granadas vírgenes y podridas .
Y de este ambiente en el que desde la hora mágica , la de un otoño ponente , que de a poco a poco se adentra en la sombra de una trágica noche de invierno , salpicada de zumo de frambuesa y bestias . De cerdos guarnecidos de maquillaje escurrido en las mejillas de un Johan Borg o un Gustav von Aschenbach atormentado por lo que se ha hecho público y que tenía que estar resignado , desbordante trágicamente , irremediablemente , como la certeza y eficacia del destino.
Y todas la luz de membrillo . La de un sol nocivo que se pone en pro al ritual de fundirse en la lunática sombra vampírica que reducirá todo al caos.

Esta granada incesante tapiará nuestras gargantas , como el foie de la oca, y no en salvará en Giacomo del fuego de los mártires . Como la toma de la desidia , del placer y la discordia , de un sombrío Drácula que sentenciará el camino de vuelta.

La tragedia es servida en las carnes más blancas , todas aquellas de las que tomamos el hechizo de un mal inocente . Disfrutamos - las , desde la malicia y el disfrute , y congratulamos el cine de Serra , en principio, para tener los cojones de hacer el trabajo bien hecho y sobre todo por ser fiel al carácter que nos hará digerir mejores cucharadas .
Parisifal
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