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La piel dura

Comedia. Drama Narra las experiencias de un grupo de niños de diferente edad y condición que viven en la pequeña ciudad de Thiers. Patrick vive con su padre inválido y sueña con recibir su primer beso. Julien vive en un hogar pobre y desestabilizado; su madre es alcohólica y lo maltrata. Alrededor de estos dos personajes gira la vida de otros niños de una pequeña escuela francesa de provincias cuyas historias se irán conociendo durante el verano de 1976. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 12
Críticas ordenadas por utilidad
1 de junio de 2009
31 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
El 6 de febrero de 1932 Janine de Monferrand, de 19 años y perteneciente a una respetable familia, dio a luz, a solas, a un niño de nombre François. Dos años después Janine se casaba con el delineante Roland Truffaut que asumió la paternidad del niño y le dio su apellido. El niño tuvo una infancia desgraciada y acabó en manos de la policía que lo internó en un centro de menores. De ahí viene el amor y la ternura que Truffaut sintió siempre por los niños. En esta película hace un retrato de la infancia a través de los alumnos de la escuela de una ciudad francesa, Thiers. Los actores son todos nativos de ella y en la película se cuentan las historias familiares de varios. "Quiero hacer una película sobre la infancia -dijo -desde el primer biberón al primer beso." El título original de la película es "L´argent de poche", El dinero de bolsillo", la calderilla. Aquí en España se cambió por "La piel dura" quizás para hacer juego con otra palícula de Truffaut "La piel suave", que no tiene nada que ver con esta. Los chiquillos de la pequeña ciudad buscan dinerillo para ir al cine o comprar chucherías, de ahí el título. Aunque tampoco está mal "La piel dura". Alude al discurso final de curso que el maestro dedica a sus alumnos en el que habla de la infancia desgraciada de los niños que hace que estos tengan que forjarse una piel dura. En esto reincide Truffaut en lo que ya contaba en "Los cuatrocientos golpes", donde retrata su propia infancia, muy triste. La pelicula se estrenó en el verano de 1976 y tuvo un gran éxito. El rodaje duró dos meses y el trabajo fue muy intendso. Truffaut acabó agotado y el médico le recomendó reposo. Pero una llamada inesperada de Spielberg para interpretar al profesor Lacombe en "Encuentros en la tercera fase" truncaron sus planes. Seguirían después varios rodajes más y el exceso de trabajo le hizo enfermar. Murió a los 52 años. Este hombre se merece un homenaje por su labor cinematográfica. El mejor que podemos hacerle es ver sus películas, ésta es imprescindible.
Mario
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31 de marzo de 2008
18 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Popurrí de viñetas sobre la infancia.
Aunque no comparable a la denuncia de "los olvidados" de Buñuel y diferente en la forma a "Los 400 golpes" del mismo Truffaut, comparte con ellas el tema de fondo: lo frágil que es la infancia y como los adultos no se preocupan lo más mínimo por ella.
Entre todas las historias hay algunas de clara denuncia, otras entrañables o incluso cómicas... pero sobre todo da la sensación que todas ellas forman parte de un guiso que termina de cocerse con el contundente y emotivo alegato final del profesor (o seguramente, declaración de principios del propio director) - sin duda el mejor momento de la peli, aunque hay escenas geniales a lo largo de toda ella (en el cine, en la ventana, en la feria...).
La única pega (y por poner una), es la falta de un conflicto mayor a todos los "dramas" que nos muestra o un nexo mejor definido entre ellos.

Por cierto, si alguien se espera alguna semejanza con "La piel suave" que se olvide. Lo único que se parece es el título.
ovy
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25 de julio de 2010
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hermosa y sensible disección de la infancia, "La piel dura" genera en el espectador una sensación amable, placentera, circunstancia que es, al menos desde mi punto de vista, el principal punto fuerte de la filmografía de su autor.

Y es que si alguna virtud tiene Truffaut es el sincero cariño, el amor en suma, con el que construye sus personajes, así como el exquisito respeto y cuidado con que nos muestra sus motivaciones y actitudes. En el presente caso se centra en unos cuantos niños de una localidad de provincias, Thiers, a los que vemos en la escuela, en el cine, jugando, iniciándose en el amor, o interactuando con el mundo de los adultos, ya sean padres o maestros. El director, lejos de buscar un argumento central, prefiere realizar una panorámica amplia del mundo de la infancia, si bien escoge unas situaciones y personajes concretos a fin de otorgar coherencia al filme. Tras su célebre debut con "Los cuatrocientos golpes", en el que también abordaba la niñez, aunque desde un punto de vista más autobiográfico, esta obra parece más alegre, más positiva, si bien no por ello se eluden temas como el maltrato infantíl o la incomprensión de los adultos. Pero la conclusión de Truffaut, expresada a través de la charla del maestro, es que los niños serán capaces de sobreponerse, y que por más desgracias que sufran en su infancia siempre tendrán la posibilidad de construir su propia vida y de alcanzar la felicidad; ello se debe a que están llenos de ansia vital, de afán por descubrir el mundo, por experimentarlo plenamente, y este es el mejor certificado de futuro al que los seres humanos pueden aspirar.

La película destaca por su buen guión y por las magníficas y naturales interpretaciones de los niños, que están todos muy bien en sus respectivos papeles. Además, Truffaut nos regala algunas secuencias muy bien planificadas, al tiempo que resultan hermosas y divertidas en su sencillez. Ejemplos de esto serían la del niño y el minino, la de la niña que clama por comida desde una ventana, o la que se desarrolla en la sala de cine (muy divertida); por último, destacaría la filmada en la escalera, con ese primer beso tan veraz e imperfecto como son todos los primeros besos.

Desde una perspectiva actual cabe decir que este tipo de películas, mucho menos rompedoras (sobre todo en lo formal) que las que hacían otros compañeros de generación, han logrado, sin embargo, mantener plena vigencia, resultando hoy tan frescas y lúcidas como cuando se rodaron. Ello es debido, en mi opinión, a que hay ciertas experiencias de la infancia que son universales, que todos hemos vivido y que otros vivirán cuando nosotros sólo podamos recordarlas. Aún así dará igual; por mucho que cambie el mundo, las primeras fantasías y juegos, los primeros besos y aventuras, felices o desdichadas, seguirán siendo siempre el motor principal de la infancia. Esperemos que en el futuro surjan nuevos artistas que, como Truffaut, sepan recordarnos esta gran verdad.
Quatermain80
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24 de junio de 2011
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace falta ver en La piel dura una epidermis ciertamente transparente, y una red plagada de detalles que hacen de Truffaut un amante del espíritu infantil. La obra posee su propio verosímil, ese que se hace palpable con la escena del gato y el bebé, es allí desde donde debemos posicionarnos para entender La piel dura, desde la mirada indestructible de un niño: la muerte no tiene lugar sino como la amenaza borrosa de un cuento de hadas. Esto no significa que la peli caiga dentro del género fantástico, sino que establece un nuevo género, un registro único que nace ahí mismo y ahí mismo muere.
La noción del peligro está por todos lados, y los tonos siempre derivan en una suerte de extraño juego en donde la amenaza se disuelve sola: no hay lugar, repito, para la muerte como riesgo real, aún cuando se establece un crecimiento por parte de los variopintos protagonistas, todos chicos que abren su mundo ante nosotros.
La obra deviene en un alegato político hasta ese entonces impensado, quizás forzado, quizás no: como si Truffaut nos hablara desde una posición distinta, casi pancartista. Dicha elección política es curiosa, si bien que por otro lado la aparente ausencia de un todo cohercitivo transformaría a La piel dura en una sucesión de secuencias de tono heterogéneo, algunas cómicas, otras de corte más dramático. Por eso mismo creo que el matiz político funciona, si bien algo forzado, como la unión definitiva de esos mundos entrecruzados.
Juan Rúas
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5 de agosto de 2013
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
François Truffaut amplió a mayúsculas proporciones las conclusiones extraídas de su obra maestra “Los Cuatrocientos Golpes” (Les Quatre cents coups, 1959) pero dejando que aquí que los niños se expresaran en total libertad, vivieran de sus propios sentimientos y emociones y sin una línea argumental fija: en un pueblo de la Francia interior, Thiers, a finales de junio y a pocos días que finalicen las clases, los más jóvenes bajan a toda velocidad por las interminables callejuelas de piedra dispuestos a afrontar el nuevo día: la nueva mañana en las aulas con los profesores Richet (Jean-François Stévenin) y Petit (Chantal Mercier), la inesperada llegada de un alumno nuevo, Julien Leclou (Philippe Goldmann) y el inicio del descubrimiento de la sexualidad en plena pubertad por la atracción que siente Patrick (Geory Desmoceaux) hacia la peluquera madre de uno sus mejores amigos.

Truffaut recurre incluso al surreralismo (la secuencia de la caída desde un último piso quedará en la retina de muchos) para resaltar este canto a la juventud como una advertencia de lo incomprendidos que pueden llegar a ser en su mundo si no son escuchados en la realidad que viven periódicamente los adultos. Esta afectuosa atención se denota claramente a lo largo de la película y en cada uno de sus pequeños protagonistas con sus secretos y juegos. Y el director de “La Noche Americana” (La nuit Americaine, 1973) tampoco se deja caer en la ñoñería: no es una película para niños pero sí un film destinado a ellos por y para ser homenajeados a esa etapa vital del crecimiento del ser humano, decisivo para mostrarnos tal y como seremos en el futuro.

Y en el pueblo rural de Thiers no hay un mar soñado como en “Los Cuatrocientos Golpes”, pero sí unos chicos con ganas de evadirse y hacer volar su imaginación ante la mirada a veces indiferente de unos adultos que prefieren hacerse cargo de la situación en los momentos más difíciles.
Natxo Borràs
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