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Un dios salvaje

Comedia. Drama En Nueva York, dos matrimonios se reúnen, en principio de manera civilizada, para hablar de la reciente pelea que han tenido sus hijos en un parque. Pero el encuentro se complicará hasta límites insospechados... Adaptación de la obra teatral homónima de la autora francesa Yasmina Reza. (FILMAFFINITY)
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Críticas 259
Críticas ordenadas por utilidad
11 de octubre de 2011
223 de 263 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué somos cuando pervertimos los códigos morales por los que nos regimos? Roman Polanski, basándose en una obra de Yasmina Reza, rasga la máscara de la sociedad para descubrir la verdadera cara de nuestra personalidad.

Esta película es una pseudo comedia inteligente, negra y con un delicioso matiz de crueldad, donde lo que parece no es y lo que es, es mucho peor. "Un Dios Salvaje" es una obra curiosa y muy interesante que bajo la amable apariencia de una comedia de situación oculta una cruda reflexión sobre la incomunicación del hombre (y la mujer) occidental. Y con ella las hipocresías, miseria y pequeñas mentiras con que nos autoengañamos todos los días. Es sin lugar a dudas una comedia, pero con aires trágicos.

Toda esta reflexión arranca de una situación de lo más civilizada. Dos parejas de padres se reúnen para dirimir de una manera políticamente correcta una disputa entre sus hijos que ha acabado con los colmillos rotos de uno de ellos. Lo que en principio empieza muy educadamente como una reunión de gente culta, civilizada y sensata va endureciéndose, conforme los diferentes caracteres de los personajes van chocando, acabando la historia como el rosario de la aurora en un enfrentamiento primario entre estos entes contradictorios, del que ninguno sale vencedor.

Bravo a Roman Polanski, que ha sabido captar la esencia pura de Reza, maestra como pocos en el juego de alianzas de los personajes, creando un verdadero regalo para la vista y el oído.

Aunque esta joya cinematográfica no habría llegado a ser lo que es sin este excelente elenco de actores que dan vida a los cuatro protagonistas en unos papeles complicados y llenos de matices. Si los dos actores masculinos Christoph Waltz y John C. Reilly están francamente notables, resulta excelente la labor de las dos actrices, Kate Winslet y Jodie Foster, quienes, en unos papeles que se ajustan muy bien a sus características, ofrecen un cara a cara frenético y arriesgado, demostrando una gran solvencia y madurez interpretativa digna de tener en cuenta.

"Un dios salvaje" es sin lugar a dudas una magnífica obra digna de ser vista. He dicho.
Meroe
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19 de noviembre de 2011
158 de 193 usuarios han encontrado esta crítica útil
Roman Polanski rueda ‘Un dios salvaje’ con unidad de acción, tiempo y lugar; sin elipsis y en un solo apartamento; con cámara “invisible”, ritmo ágil y timing excelente de comedia. Una sitcom de altura urdida por Yasmina Reza y realizada por un director menos salvaje que burlón.

Cuatro actores componen el menú. Cristoph Waltz descuella; John C. Reilly está más que notable; Kate Winslet sólo desentona un poco en la ebriedad; Jodie Foster es solvente, pero sobreactúa en los momentos de mayor tensión.

Cada vez que suena el móvil de Alan Cowan, nos reímos. Waltz consigue hacer que un mismo chiste, contado hasta la saciedad, no pierda su frescura.

El texto es puro juego malabar. Dobles parejas enfrentadas… Una pareja de clase media baja recibe a una pareja de clase media alta para discutir sobre sus hijos respectivos. Hay quien ve a Buñuel en ese no salir afuera (‘El ángel exterminador’) o en el absurdo del ceremonial civilizado (‘El discreto encanto de la burguesía’). Yo veo mucho más, en tono e intenciones, al dramaturgo Dario Fo.

Lo políticamente incorrecto se va adueñando de la cinta. Las batallas ganan en intensidad a medida que cambian de bando los soldados (un matrimonio frente a otro; mujeres contra hombres y, sobre todo, cada oveja contra su pareja). El texto fluye y resplandece, satírico y gracioso. Pero las parejas que se forman son, en calidad interpretativa, desiguales. Por una parte, Kate Winslet y Cristoph Waltz pueden con Jodie Foster y John C. Reilly. Por otra, Cristoph y John C. superan claramente a Jodie y Kate.

En una comedia tan de actores, hubiera sido deseable que los cuatro despuntaran por igual. La dinámica de réplicas y contrarréplicas no toma partido por ninguno de los personajes: todos tienen su cuota de ridículo. En la interpretación está el desequilibrio.

Pienso en ‘Secretos de un matrimonio’, de Ingmar Bergman. Esa cinta funcionaría peor sin la armonía y el equilibrio en la interpretación de sus protagonistas: Liv Ullmann y Erland Josephson. Gracias a ellos, la película se erige en la mejor escenificación cinematográfica que yo recuerde de la lucha de cerebros ideada por Strindberg –mente contra mente, en una espiral de violencia psicológica.

¿Hay lucha de cerebros en ‘Un dios salvaje’? En mi opinión, nunca se sobrepasan los límites de la comedia. En todo caso, lucha de cerebros light y digerible, más cercana a Woody Allen que a August Strindberg o Ingmar Bergman.

===

No sé cuántos kilos de cine puede haber en una cinta de teatro. Aunque reconozco que, entre una risa y otra, me ha venido a la cabeza esa pregunta.

La cantidad de arte es complicada de pesar, pero he sido muy feliz una hora y veinte.
Servadac
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19 de noviembre de 2011
126 de 165 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es complicado hoy en día que al pisar una sala de cine uno adivine a los diez minutos de proyección que está ante una obra maestra. Es lo que me ha ocurrido hace unas horas con una historia en principio supérflua aunque incómoda con la que a buen seguro muchos guionistas hubiesen peleado en vano para desarrollarla con un mínimo de sustancia. En nuestro mundo actual aparentamos diplomacia exterior cuando nos enfrentamos a hechos desagradables, cuando lo que en realidad prefiere nuestro fuero interno es desenterrar el hacha de guerra y liarnos a machetazos a la menor oportunidad.

El autocontrol inicial, representado en el cartel del film por las sonrisas hipócritas de los cuatro espléndidos intérpretes, dura únicamente los primeros diez minutos. Los preparativos para la batalla se esconden tras tres o cuatro adjetivos malintencionados, dispersos y agazapados entre oraciones subordinadas de exquisita educación. Son los disparos de advertencia, cuya única función es la de minar las defensas psicológicas de los antagonistas. Tras ellos, las incisivas puyas van ganando intensidad y los cuatro personajes se ponen en guardia, toman posiciones en el campo de batalla y examinan el terreno sobre el que se van a batir. Comienzan las primeras escaramuzas: un móvil que no deja de sonar, un vómito que se incrusta entre páginas de arte y pantalones de ochocientos euros, un secador que no cesa de rugir, un "¿cómo se gana usted la vida?", y entre medio algunas fingidas retiradas que pretenden confundir al enemigo. En el ecuador de la película la batalla se libra ya a campo abierto. Posiciones abiertas y fuego a discreción: una botella de whisky, un móvil que deja de sonar, ráfagas de fuego amigo que pueden liquidarte ahí mismo, flores convertidas en peligrosa metralla, altavoces a todo volumen para infundir el desánimo y causar estress, deserciones momentáneas y mucha mala hostia escudada siempre en la causa de los dos jóvenes príncipes que ambos contendientes defienden.

En resumen, si te atrae la hipocresía y el cinismo (de los demás), o te gusta practicarlos más que verlos, disfrutarás como un enano de este ejercicio teatral coordinado por un genial Polanski que ha sabido elegir para este proyecto a cuatro actores que nos regalan una interpretación magistral (Jodie Foster de los nervios es algo digno de mencionar) sobre un guión y unos diálogos más que notables. 9.5

“La rapidez de acción es el factor esencial de la condición de la fuerza militar, aprovechándose de los fallos de los adversarios, desplazándose por caminos que no esperan y atacando cuando no están en guardia”. Sun Tzu, El arte de la guerra (483 a.C.)
Txarly
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21 de febrero de 2012
94 de 118 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una vez más, ha ocurrido. Críticos puestos de rodillas y lamiendo el suelo a sus pies. Multitudes de sesudos cinéfilos sacándole en hombros del cine, arrojando pétalos de rosa a su paso, tratando de tocar su túnica con la punta de los dedos. Palabras y más palabras de loa y agradecimiento: gracias mil, amigo Roman, por una auténtica obra maestra, por tu certera y ácida radiografía del lado oscuro de la civilizada sociedad occidental, por tu negro sentido del humor, por este atrevido “tour de force” entre cuatro paredes y en tiempo real. Qué timing, qué precisión, qué risa, dios mío. Gracias, oh Roman, gracias mil.

No es que me moleste que se admire el innegable talento de Roman Polanski, sobre todo cuando es merecidamente, pero no deja de ser irritante esa costumbre, que crece en adeptos a medida que las salas de cine se van despoblando de auténticos maestros, de recibir entre babas las obras de ciertos directores, sobre todo de edad avanzada, como si al ser generoso a la hora de valorarlas se estuviera reconociendo algo más que la calidad de una peli concreta. Hay autores, por decirlo en plata, con los que, por si las moscas, está bien visto ser servil antes de que palmen. Muchas de las críticas que se pueden leer sobre esta y otras películas son simples ejercicios de coba que dan la impresión de haber sido escritas con el piloto automático y le dejan a uno la misma sensación que esos fariseos Oscars honoríficos a toda una carrera, invariablemente recibidos con un cerrado aplauso y la misma gente que durante años ninguneó al homenajeado puesta en pie con una sonrisa de oreja a oreja. Disculpad, por tanto, que este seguidor casi incondicional de Roman Polanski no se una a vuestra ceremonia y se quede sentado y hojeando un libro de John Cheever mientras vuestras palmas recuperan su temperatura normal.

“Un dios salvaje” no es una gran película. No es ni siquiera una película notable. De llevar otra firma, se la consideraría la obra prometedora de algún joven autor, tal vez venido del mundo del teatro, con mucho que aprender, un simple esbozo de lo que podría hacer en el futuro. No ofrece nada nuevo ni especialmente destacable, ni en el plano formal, inscrito en una tradición muy asentada en el cine, ni en el temático, donde no pasa de ser una variante más, no especialmente distinguida, de un tema recurrente tanto en el cine como en la literatura del siglo XX; en ese aspecto concreto, de hecho, mordisquea y roe como un hámster, es un simple juego de niños. Frente a unas interpretaciones en general notables, aun con momentos de sobreactuación, pesan demasiado lo estereotipado de los personajes y los giros propios de la obra teatral, lastrados por su artificiosidad, que chirrían cada vez que se traducen a términos cinematográficos, como ese whisky mágico que después de dos sorbitos saca a flote lo peor de cada uno y prepara el terreno para el clímax dramático final. Como si Papá Pitufo fuera escocés y nosotros fuéramos y nos lo creyéramos.
Normelvis Bates
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20 de noviembre de 2011
65 de 80 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estoy más cerca de Servadac y Txarly que de Chago.

Al dirigir “Un Dios salvaje” hay un riesgo genérico y dos específicos. El genérico es el mismo de todas las obras teatrales, hacer olvidar al espectador que está viendo teatro.

Los tres espacios que se salen del escenario central nos son mostrados siempre de la misma manera: la cámara los descubre siguiendo a uno o varios personajes. Es una forma hábil de conservar la unidad y a la vez evitar la sensación demasiado teatral que da un “mutis”. Por otra parte Polanski no se obsesiona con sacar la cámara de ese salón, por ejemplo cada vez que se cita un acontecimiento externo o se habla por teléfono, algo que paradójicamente también daría la misma impresión de teatro filmado. Cito a Hitchcock, a propósito de “Crimen perfecto”:

“Sostengo una teoría sobre los films basados en obras de teatro, que incluso aplicaba en tiempos del cine mudo. Muchos cineastas toman una obra de teatro y dicen: "Voy a hacer con esto un film" e inmediatamente se dedican por lo que llaman el "desarrollo", que consiste en destruir la unidad de lugar, saliendo del decorado. (…) olvidan de esta manera que la cualidad fundamental de la obra reside en su concentración. (…)El film que se obtiene de esta manera dura generalmente el tiempo de la comedia más el de algunos rollos que no tiene ningún interés y que se han añadido artificialmente.”

Y, desde luego rueda magníficamente, imponiendo un dinamismo nada estridente, repitiendo planos sólo cuando tiene un significado cinematográfico y mostrando las cuatro paredes con naturalidad. El texto apuesta por la claustrofobia pero la planificación hace que la película respire.

Los riesgos específicos son:
- Ser capaz de controlar el progresivo giro de tono que da la historia
- Contestar a la pregunta que se hace el espectador durante toda la función: ¿Por qué diablos no se van los invitados si tanto lo desean?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Talibán
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