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Foxtrot

Drama Una familia con problemas tiene que afrontar los hechos después de un grave suceso en el lejano control fronterizo donde estaba destinado su hijo cuando realizaba su servicio militar. (FILMAFFINITY)
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Críticas 19
Críticas ordenadas por utilidad
14 de febrero de 2018
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los directores más destacados del cine Israelí es Samuel Maoz, que cuando era un joven soldado, formó parte de un destacamento de tanques formándose como artillero, esas experiencias le dieron pie a que dirigiera su primera película "Líbano" en 2009 con la que gano el Leon de Oro en Venecia en la que nos contaba la historia de unos chavales en un carro de combate durante la guerra del líbano en 1982.

Foxtrot fue la candidata a los Oscars por Israel y consiguió el premio del jurado en el Festival de Venecia. Según palabras del director la película la concibió en tres partes muy diferenciadas no ciñéndose exclusivamente en el dolor de unos padres por la pérdida de su hijo.

Tras un arranque demoledor tras saber la noticia de la muerte del hijo, es la parte central la que cambia el enfoque hacia Jonathan (Yonatan Shiray) un guardia fronterizo con otros tres soldados en un lugar alejado de la mano de Dios. Siendo la parte final la que te contara en lo que realmente sucedió.

Protagoniza Lior Ashkenazi visto en "Big Bad Wolves" junto a Sarah Adler.

La película puede ser una buena experiencia por temas interesantes que trata o puede ser algo aburrida, por tener poquisimo diálogo y momentos con ritmo muy lento. Yo me quedo con la primera parte que para mi es impresionante pero a media película comienza el interés a desinflarse y Maoz creo que no sabe cómo terminar la historia y dejar un film redondo.
Destino Arrakis.com
videorecord
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5 de marzo de 2018
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pensar en el vilipendiado Estado de Israel es pensar en el Holocausto, en las interminables guerras con casi todos sus vecinos – por lo general y casi unánimemente vencidos – o en la intifada palestina, pero pocas veces pensamos en las personas de carne y hueso que habitan ese emplazamiento histórico del pueblo judío cuya crónica se remonta a miles de años atrás y cuya cultura ha impregnado e impregna toda la tradición occidental, ya sea de forma directa o indirecta. El enigma que rodea toda su lacerante existencia es una de las grandes incógnitas de la humanidad: ¿qué hacemos los unos para mantenernos enfrentados a los otros, sea por el motivo o causa que sea? El incesante enfrentamiento fratricida entre las tres religiones monoteístas – que además albergan el mismo origen semítico – es uno de los arcanos que más sangre ha vertido y más ríos de tinta ha hecho correr a lo largo de los siglos. Revisar, penetrar y cuestionar sus implicaciones actuales es casi una obligación moral.

Y pocos pueblos tan propicios y propensos a la reflexión como el judío, cuyo pensamiento ha venido echando luz – y también sombra – a algunas de las atrocidades y afrentas más indignas de la humanidad, tinieblas impías que envuelven a los letales linajes dispersos de los efímeros y batalladores seres terrenales de un manto realizado con jirones funestos cuyo efecto seguimos padeciendo hasta el vergonzoso y nauseabundo presente. Por eso asistimos aquí a una tragedia en dos actos – con un intermedio chusco y burlón, que quizás se alarga en demasía – que apunta hacia una tímida reconciliación espolvoreada con destellos de esperanza. La muerte es siempre una tragedia para los supervivientes, tanto más cuanto más joven es el interfecto; por ello conviene advertir que polvo somos y en polvo nos convertimos para no henchirnos de solemnidad ni artificio que el tiempo borra y la memoria olvida.

No somos el centro del universo y mientras antes nos demos cuenta de ello tanto mejor para todos. En el ínterin tenemos que contentarnos con fatigar y repetir nuestros errores – como el pobre de Sísifo – hasta percatarnos que somos tan prescindibles como la arenilla que borra los senderos que tratamos de recorrer a tientas y a ciegas como estúpidos mortales, sin otro asidero que nuestra empecinada voluntad y una alucinada brújula loca que disfruta confundiéndonos a cada traspiés.

Película imperfecta, sugerente y ecléctica que plantea las preguntas adecuadas sin abocetar ni subrayar sus posibles soluciones, aderezada de un humor minimalista y patético que quizás no sea del agrado del gran público pero que nos enfrenta a nuestra obscena ignorancia secular.
antonalva
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6 de junio de 2018
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Foxtrot es una broma del destino contada desde el sarcasmo. Una sátira tan cruel como crítica que alterna perfectamente el humor negro con el drama. Tensión, lágrimas y carcajadas. Un objeto fílmico tan libre como fascinante. Una obra valiente que ha desatado la ira del Ministerio de Cultura israelí por su desencanto con el propio Estado, poder que se inmiscuye en la vida de la gente, cumpliendo la función de transporte a un fatal desenlace. El foxtrot es un baile que sigue un patrón bastante claro: vayas a donde vayas, siempre terminas en el mismo punto de salida. Los abuelos, los padres, los hijos: Alemania, Líbano, Palestina.

La estructura de la película consiste en dos escenarios y tres actos, centrados cada uno en un personaje distinto. Además, dos intermedios hacen la función del sainete: la transición del estilo de un acto al siguiente. Maoz ha escrito y dirigido la película, lo que demuestra sus aptitudes tanto como guionista que como director, pues ha sabido diferenciar ambas tareas de forma prodigiosa. El guión y los diálogos siguen un desarrollo teatral, fácilmente podríamos ver una adaptación de la obra sobre las tablas. En cambio, el trabajo de cámara y edición son cien por cien cinematográficos, cada plano tiene un sentido, cada movimiento de cámara, también. Esto, que repetimos siempre en este blog una y otra vez, es la base del cine clásico universal mejor valorado: Welles, Hitchcock, Bresson. Maoz no se contenta con facturar un teatro filmado ni con vagar cámara en mano, sino que mezcla dos códigos distintos de manera precisa, matemática y efectiva.

Un primer acto en el apartamento familiar, siguiendo la figura del padre. Un acto casi silencioso que impacta desde la primera imagen. Una puerta que se abre, una mujer que se desmaya y la cámara, avanza silenciosa por el pasillo hasta que aparece en el plano un hombre inmóvil, en shock. El shock es la clave de este episodio. El protagonista apenas habla y es el ejército quien toma el control. Desde el primer momento, desde la reacción más natural ante la injusticia de la muerte de un hijo, el grito, rápidamente los soldados se sacan del bolsillo un calmante para neutralizar cualquier rabia ante el suceso. La puesta en escena es fría, opresora, claustrofóbica: la luz de un cielo bajo nublado en Tel Aviv, un apartamento lujoso pero gélido, planos cenitales en cuartos angostos, una alarma que se repite una y otra vez. El padre intenta mantener el tipo mientras comprobamos, atónitos, hasta qué punto el Ejército toma el control no sólo de la vida, sino también de la muerte de su hijo. El funeral de Estado está estrictamente organizado y la familia apenas tiene derecho a intervenir. Mientras el rabino del ejército lo abasaya con la organización de la ceremonia, el padre, horrorizado, recupera un hilo de humanidad al ver a su perro asustado tras haberlo agredido. Arrepentido le hace seña para que se acerque y lo acaricia mientras el rabino sigue recitando sus trámites.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
harryhausenn
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4 de marzo de 2018
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Foxtrot es un tríptico altamente metafórico que intenta lidiar con el atolladero del conflicto palestino-israelí. Es la segunda película de ficción de Samuel Maoz, quien con su debut, en “Lebanon” (Líbano), ganó el León de Oro en 2009. Ocho años después de que “Lebanon” de Samuel Maoz nos llevara dentro de un tanque israelí y no nos dejara salir, el escritor y director nos traslada a la casa de un soldado, donde la información y la desinformación sobre el bienestar de su hijo amenaza con destruir a su ya dañado padre.

La película trata de la pérdida o supuesta pérdida de un hijo soldado en el ejército israelí. Foxtrot está estructurado en tres partes.

Observamos en el puesto de control como los soldados con cierta frialdad infligen humillaciones a los ocasionales coches palestinos, el robo de productos y, en una escena particularmente inquietante, haciendo que sus víctimas se bajen del coche bajo una lluvia torrencial.

Foxtrot se adentra en el aburrimiento y los prejuicios banales que surgen en primera línea, y por tal motivo ha sido una película muy controvertida en Israel al ser condenada por la Ministra de Cultura Miri Regev. El gobierno israelí estuvo muy enfurecido con la descripción que hace la película de un crimen de guerra y su encubrimiento posterior, así como la sugerencia de que esto es lo habitual.

El drama israelí Foxtrot, aclamado y vilipendiado, está repleto de dolor y confusión, con muchos sentidos metafóricos, uno de ellos se extiende al propio título de la película. Foxtrot es por un lado, el nombre de un puesto de control aislado del desierto, en un camino transitado por algún que otro coche palestino y camellos.

Pero también es, por supuesto, un baile, cuyos peculiares pasos han inspirado a Samuel Maoz para evocar la vida en un estado traumatizado y ciegamente militarista donde uno siempre termina en el mismo punto de partida. Foxtrot es un baile, y como tal nos conduce a una secuencia visual surgida de la nada de un soldado danzando con su rifle, así como a un momento más tranquilo, conmovedor y casi desesperado, entre el matrimonio.

Foxtrot se mueve al mismo ritmo de la danza de la que toma su nombre, permitiéndose intervalos de ensueño, poéticas y eróticos, pero siempre volviendo al punto de partida, en un ciclo sin fin y cruel de culpa, castigo y expiación.

Las imágenes son de una belleza tan extraordinaria que le da a la película aún más brillo. Además de la ingeniosa historia, hay que destacar el impresionante trabajo realizado de cámara.

Muchos ángulos de cámara directamente desde arriba, casi como un intento de mantener a cierta distancia los problemas humanos, como si un poder superior nos observara y tomara decisiones sobre nuestro destino, como si fuéramos pequeñas piezas de ajedrez.

Cuando Michael camina por el pequeño y minúsculo baño, se siente muy claustrofóbico, como si los fuertes sentimientos no encajaran, y no tuviera a dónde ir. Una escena particularmente notable es en la que la cámara desde arriba le sigue y vemos como las baldosas debajo de sus pies crean la impresión de que los cubos se levantan debajo de él en todas partes. La cámara comienza a girar, mientras Michael lucha lentamente por moverse a través de la habitación, y se crea una ilusión óptica que hace que parezca casi como si, aunque se estuviera moviendo, no pudiera moverse en absoluto. En cambio, el personaje parece permanecer dolorosamente atrapado tanto en su dolor como en el duro mundo militar que parece encerrarlo desde todos los ángulos.

Foxtrot arrastra al espectador en un viaje vacilante, inquieto y sin control, con humor cínico, que analiza el poder del destino y el azar en nuestra existencia.

Estamos ante una película sobre coincidencias que no son casuales, que parecen parte de un plan más grande. La historia de Foxtrot está inspirada en un episodio real experimentado por propio director, que casi perdió a su hija el día que le dijo que tendría que tomar el autobús para ir a la escuela.

A su dormilona hija se le pegaban muy habitualmente las sábanas cada mañana, con lo que tenía que coger un taxi para llegar pronto a clase. Los padres cortaron por lo sano esos gastos y la obligaron ir siempre en autobús, la linea 5. Aquella mañana, cuando se extendió la noticia de que un grupo armado tomo el bus 5 matando a varios pasajeros, Samuel Maoz, obsesivamente marco una y otra vez el número de teléfono de su hija. Las lineas estaban colapsadas. Cuando la niña regresó a casa contó que se había levantado tarde y perdió el autobús. Hay lugares en el mundo donde uno tiene las mismas posibilidades de salvarse de la muerte a propósito o por error.

Foxtrot es claramente una película sobre la inutilidad y la banalidad de la guerra, el sin sentido de la muerte, un tríptico alucinatorio de los horrores de la guerra, a la vez que es un rico estudio cultural del pueblo israelí.

Samuel Maoz realiza un brillante trabajo al mezclar magistralmente el surrealismo y el drama para contar una historia cargada de emoción y discurso político en un país que está teniendo dificultades para reconciliarse con la violencia cotidiana y las muertes sin sentido.

https://cinemagavia.es/foxtrot-pelicula-critica-maoz/
Eduargil
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4 de marzo de 2018
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una película que amenaza varias veces con romperse de tanto que estira algunas situaciones o escenas, con vencerse hacia el terrible pozo en el que caen las obras más pretenciosas y vacías, con caer en la tentación de la impostura y la pose, pero no, siempre sale a flote, se salva, nos da esperanza, se explica, juega fuerte.
Procede de ese modo: mediante escenas tensas, silenciosas, claustrofóbicas, oscuras, deprimentes que son, luego lo descubres si eres de mirada paciente y alma curiosa, el precedente necesario para preparar un estallido de sentido, conocimiento, luz o simple pasatiempo*.
Así pasa varias veces. En tramos de unos quince o veinte minutos.
Es una película que renuncia al placer fácil, al camino trillado, que apuesta a lo grande, que va dirigida a un público entrenado, a atletas de largo aliento, de espíritu fuerte, con nervios de acero.
La cámara se mueve con precisión ampulosa (esos planos cenitales... ), la puesta en escena es sobria y opresiva, los actores están bien elegidos y el acompañamiento musical es poderoso y ayuda (Mahler, por ejemplo).
Quizás peca de exceso, de una ambición que coquetea con la pura nada autocomplaciente. Quizás se podrían haber limado algunas escenas. Quizás...
Pero el viaje merece la pena. El rompecabezas está bien hecho, encajan todas las piezas.
La propuesta es honesta. No hay trampa. No hay truco. Solo algún pequeño recurso que despista y tiene finalmente una recompensa si eres un espectador encallado y no temes a las duras pruebas.
Se mueve a través de aproximaciones, para crear sensaciones, para describir estados de ánimo, para concretar abstracciones e indagar en contradicciones, profundos dolores, negras angustias y enormes desilusiones.
Cada tramo podría tener un color y nombrar una sensación.
Estupefacción, dolor, ira, desconcierto, tedio, absurdo, rechazo, aceptación, reconciliación, reposo... podrían ser las estaciones de paso de este vía crucis tan doloroso y a ratos hermoso, de este fenomenal calvario.
Se la puede atacar/afrontar/analizar desde muchos puntos de vista. Pero yo diría que su corazón, su idea central es la exposición de Israel, nada menos que todo un país en su actualidad, como un gran dolor en estado de negadora convulsión/implosión, una enfermedad terminal, un cáncer sin solución. O dicho de otra manera: un Estado militar embarcado en una guerra eterna contra un enemigo que no existe, imaginario, inventado, y que como consecuencia inevitable y lamentable de construir artificialmente ese rival han levantado un absurdo monstruoso en forma de ejército que a falta de enemigo exterior se acaba autodestruyendo sordamente en acciones de esperpéntica necedad y abominable falta de sentido.
Un control militar como terreno de nadie, lugar de no retorno, espacio varado (borrado/soñado/pesadilla), inerte, abstracto, que deviene absurdo, negación de la negación, como una encarnación desvaída de El desierto de los tártaros de Buzzati, sin su aliento lírico y su poderío metafísico. Como si Kafka y Beckett jugaran una partida con las cartas marcadas y no fueran más que un par de tahúres de medio pelo.
El eterno retorno, la historia que se repite, la desaparición/absorción en un bucle infinito, no hay salida ni esperanza si no te escapas de ese círculo maldito. Como el foxtrot, siempre, hagas lo que hagas, vuelves al inicio, al mismo sitio. Con el mismo recorrido, inalterable, condenado, sin ningún motivo.
Pero hay mucho más. La lucha, como identidad nacional, entre la religión, que simboliza el pasado y el martirio, el negro pozo oscuro del exterminio, y el sexo, que representa el deseo, el humor, el futuro; entre la Biblia salvada del frío y el miedo y los pezones golosos de una mujer que es todas, que es la vida misma, con todo su ímpetu, con todo su instinto fiero y su naturaleza salvaje.
De ese círculo infernal en el que andan metidos solo se puede escapar, momentáneamente, a través de la compañía, del recuerdo sanado, de la ayuda recreativa y del humor como salvoconducto.
Es, por lo tanto, una película negra, crítica, autocrítica, destructiva en su plasmación cruda de un estado mental que refleja un mundo atroz.
Y es, al mismo tiempo, una pequeña y fugaz salvación, una visión luminosa, valiente, inteligente, lúcida, de una realidad alucinada.
El dictamen es terrible. El arte, al contarlo, al darle vida a ese hecho funesto o clima enrarecido, su lugar y sentido, lo redime, por lo menos ese rato, el que dura el cuento, suficiente, no se puede pedir más, somos humanos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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