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Los amantes (1958)

Los amantes
88 min.
7,0
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Sinopsis
Una mujer burguesa está casada con un hombre respetable y además, tiene un amante español que es jugador de polo. Sin embargo, su vida le parece tediosa. Un día, volviendo desde París a su casa de campo, se le estropea el coche, pero consigue llegar a su casa gracias a la ayuda de un joven. Este breve encuentro la hará recapacitar y plantearse la posibilidad de comenzar una nueva vida. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Romance Nouvelle vague
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Francia Francia
Título original:
Les amants
Duración
88 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
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Premios
1958: Festival de Venecia: Premio Especial del Jurado
8
Una espléndida Jean Moreau
Segunda obra de ficción de Louis Malle, inspirada en una novela de Louise Valmorin, basada en un relato del XVIII, de D.V. Denon. Obtuvo el Premio Especial del Jurado de Venecia.

La acción tiene lugar en la campiña francesa de Dijon y se explica en términos de presente (1956/7). Narra la historia de aburrimiento e insatisfacción de Jean Tournier (Jean Moreau), casada desde hace 8 años con el propietario de un diario de provincias, frío, distante y desatento conla esposa. Para divertirse viaja a París con frecuencia, donde se hospeda en casa de su amiga Maggy (Judith Magre) y se entretiene con un playboy español, jugador de polo, Raúl (J.L. de Vilallonga). Todo cambia con la aparición de los celos del marido, Henri (Alain Cuny). La película describe los prejuicios, la hipocresía y la mediocridad que caracterizan a la alta burguesía del momento. Denuncia la inconsistencia de sus convenciones sociales, su doble moral y el papel de sometimiento al que relega a la mujer. Aboga por la igualdad de géneros. Critica, con recursos tan sutiles como expresivos, la falsa fidelidad, la intangibilidad del domicilio conyugal, la descalificación de la seducción femenina, la incompatibilidad del amor materno con la libertad de la madre, la separación del deber conyugal y el palcer. La propuesta del autor es transgresora e iconoclasta hasta el punto de bendecir la derivada segunda de la transgresión (la transgresión de la transgresión). Exalta la búsqueda y la obtención del placer. La película desató una fuerte polémica en su momento y su proyección se prohibió en diversos países, entre ellos España. El personaje de Jean Tournier guarda semejanzas con el de Emma Bovary. Destaca la escena de amor y caricias, de 32 minutos, y la visibilidad matizada del placer de la pareja.

La música reproduce fragmentos del Sexteto núm. 1 de Brahms, interpretado por maestros como Pablo Casals, Isaac Stern, Alexander Schneider, Madeleine Soley y Milton Thomas. La fotografía, a cargo de Henri Decae ("Ascensor para el cadalso", "Los cuatrocientos golpes", "El bello Sergio"), ofrece un magnífico recital de imágenes que desbordan elegancia, realismo y belleza visual. La iluminación es magistral y la cámara acaricia las imágenes con pudor y suavidad. El guión incorpora unos diálogos escritos con maestría, que dan vida a un argumento sencillo y potente. La interpretación da paso al protagonismo de Jean Moreau (29 años), cuya expresión corporal es antológica. Protagoniza uno de los momentos más destacados de sensualidad, erotismo y pudor, de la historia del cine. La dirección condensa en 88 minutos un relato cargado de sugerencias memorables, que se enmarca en una cierta ambigüedad en la definción de los límites entre realidad y sueño.

Película de gran belleza plástica, interpretación insuperable y música excepcional. Difícil de entender por los que no vivieron la moral social de los 50. De gran valor testimonial sobre los prejuicios sociales de la época.
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48 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Mientras dure la noche
Para mí, Louis Malle no amasó un drama sobre la infelicidad conyugal y el adulterio en el que suele derivar. Que sí, que hay de eso, al principio. Pero después se zambulle en una fantasía romántica que reúne en su bucólica, panteísta y hedonista representación los sueños más delirantes de quienes palpitan, allá en lo profundo del ser, por tener la tremenda suerte de abrazar el amor absoluto. Sin ayer ni mañana, sin nombres, ni lastres, sin cargas, ni preocupaciones. Sin la ingrata monotonía que cae sobre los compromisos adquiridos ante el resto del mundo. Sin relojes, ni horarios, ni una casa venerable que proclama un estatus, ni armarios llenos de la misma ropa de siempre, que esposan las muñecas a la rutina de lo establecido, del rol exhibido ante los que comparten los días más por la obligación de la costumbre y de la imposición, que por gusto.
Malle oferta al espectador una tentadora evasión, una huida irresistible para perseguir la esencia del latido del corazón. Escapar desnudos en la noche, cuando las sombras cubren las desdichas del día y la aterciopelada tersura de la oscuridad esboza un guiño travieso, condescendiente, cómplice. Disolverse en la penumbra, en esas horas inciertas y detenidas en las que espíritu, carne, naturaleza y Dios se confunden en uno, sin distinciones. Somos uno con el orbe del planeta y del firmamento que giran, por fin, en armonía, al unísono, sonriendo a las pulsaciones acompasadas en los pechos de los amantes.
Ya se olvidó dónde empezaba yo y dónde terminabas tú, olvidamos la capa superficial de nuestros nombres, y ahora éstos suenan como debieron de sonar al principio de los tiempos, cuando se forjó nuestro seno más ignoto antes de que hubiéramos nacido. "Tú" y "yo" dejan de ser palabras sueltas y cobran su significado verdadero, el que no diferencia entre almas ni cuerpos.
Mientras dure la noche… El cielo es nuestro.
Ojalá no amaneciera.
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28 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
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