La camarista (2018)

En su debut en el largometraje, la directora Lila Avilés realiza una minuciosa disección de la vida laboral de una mujer que trabaja en un hotel, y al mismo tiempo todo un estudio de las marcadas diferencias de clases.

Evelia (Gabriela Cartol), es una mujer que trabaja como camarista en un lujoso hotel de la Ciudad de México, tiene un hijo de cuatro años y trabaja duro siguiendo su rutina con la esperanza de conseguir un ascenso.

Eve debe mantener en orden el piso que está bajo su responsabilidad, al tiempo que gana un dinero extra cuidando el bebé de una huésped argentina entre otras actividades, la película se interna en un microcosmos desconocido para el que no forma parte de este, ubicando casi la totalidad de la acción tras las paredes del hotel.

El relato de Avilés es una representación detallada de la rutina de Eve, un acercamiento minimalista a unas personas que dejan su vida en el trabajo pero que, según la situación, se vuelven casi invisibles o un soporte necesario para quienes se ubican social o laboralmente por encima de ellos, pero también muestra sus relaciones con sus pares, sus alianzas, lealtades y demás.

La mirada de la directora es detallada, sobria, sutil, siempre guardando cierta distancia respecto a Eve, convirtiendo a ‘La camarista’ en un relato casi observacional, pero en el que suceden cosas alrededor de la protagonista que lleva al relato a tener elevados picos de tensión.

Sin recurrir a innecesarios subrayados Avilés recorre junto a Eve ese camino de responsabilidades lleno de frustraciones, pero lo hace con dignidad y nobleza, en un debut que no teme asumir riesgos de los que suele salir bien librados.

https://tantocine.com/la-camarista-de-lila-aviles/

Hace poco leía, creo que en una novela de Juan Gómez Jurado, la siguiente frase, más o menos: "caminando en línea recta se llega a pocos sitios" -  Nuestra joven camarista Eve, interpretada sobresalientemente en un alarde de contención y sutileza por Gabriela Cartol, lo intenta de buena fe. Y aunque la fe dicen que mueve montañas no le llega para ascender al piso 42, un cielo donde habitan los dioses privilegiados del Olympo capitalista. Servirlos directamente colmaría sus esfuerzos por elevar su nivel social/laboral, reforzaría su autoestima y demostraría que esos mismos dioses siempre caprichosos, son también justos.

Pero..., ya sabemos y siguiendo con el refranero aquello de: "fíate de la virgen y no corras" o aquello otro de: "más vale caer en gracia que ser gracioso" (estupenda Teresa Sánchez).

Eve, como la inmensa mayoría de profesionales del servicio doméstico tienen que ejercer su maternidad en los niños de otros, renunciando a los propios para paradójicamente poder sacarlos adelante. Años y años de sumisión laboral por un sueldo exiguo y en condiciones poco reguladas las abocan a ser fagocitadas por sus empleadores y sus aspiraciones vitales acaban por condicionarse a las de ellos perdiendo su propia personalidad, para forma parte de una familia, real o empresarial, que nunca será la suya. En el camino podrá recoger las migajas como ese traje rojo que solo significa el trapo para que sigan embistiendo hasta el final.

La actriz y directora de escena mexicana Lila Avilés (1982) dirige su ópera prima, una fábula existencial escrita junto a Juan Carlos Márquez en la que  posa suavemente su mirada en un acto de voyeurismo que nos invita a compartir sobre esta joven y menuda mujer que vive enjaulada como esos hamsters que no paran de pedalear en la infinita noria de toallas, sábanas y productos de limpieza, invisible para la mayoría de aquellos a los que sirve. Avilés utiliza el espacio con sabiduría en los encuadres y deja que los silencios aullen para que Eve se nos acabe mostrando como lo que es, un ser humano con sus anhelos y pasiones. Eve acude a clases para acabar aprendiendo que necesita salir y respirar para poder seguir avanzando. Le deseamos la mejor suerte del mundo.

cineziete.wordpress.com