Los Reyes Magos (C) (2011)

Últimamente (de 3-4 años a esta parte) he llorado viendo tres películas. Ninguna era un drama, lo cual puede dar a entender que hace mucho que no me veo mis clásicos. Últimamente (de 10-12 años a esta parte) las películas que deberían hacerme llorar sólo logran ponerme un nudo en la garganta. Lo cual no es poco. Entonces he llorado con tres comedias. A veces lloras de lo malo de sus planteamientos o sus chapucerías. Otras, lloras con su humor distinto, irreverente y políticamente incorrecto. En realidad ésta es una crítica para el cortometraje de Alberto González Vázquez Los Reyes Magos, pero bien podría servir para las otras dos películas que me hicieron reír en estos tiempos de crisis lacrimógena (tiempos de crisis para llorar), que fueron Borat y El ataque de los robots de Nebulosa 5.

Los Reyes Magos es ese tipo de animación que (doble sentido, una vez vista la película, película con letras grandes) nunca enseñarías a tus hijos, pequeños. Es animación para adultos, corto, por cierto, para adultos, nunca mejor dicho, que sean padres. Porque llega un momento en la vida en la que hay que revelar lo que siempre fue considerada por los pequeños seres de la casa como una gran verdad.

Un corto para llorar en el que, quien ría primero, llorará mejor.

El insulto tiene una extraña reacción cómica en todos nosotros que no acabo de entender. Reímos casi injutificadamente con algunas conversaciones o peleas llenas de insultos, y de alguna manera el español parece la lengua creada para ellos, o al menos los insultos más originales los he oído en mi lengua madre.

Pero una cosa es buscar el humor con el insulto y otra es un torrente incontrolado de basura lanzada por la boca como el que vemos en Los Reyes Magos. Cuando nada más empezar empiezan los tacos resulta gracioso, pero cuadno en 30 segundos llevamos una treintena de insultos ya dejan de hacer gracia y todo se cae por su propio peso. Ni el contraste de un niño tan mal hablado intentando defender la existencia de los reyes magos acaba percibiéndose, y solo se ve en este corto una sucesión de palabras malsonantes con muy poca gracia.

Un intento de Alberto González Vázquez de hacerse el gracioso, porque el pobre no lo consigue, y es que todo en esta vida requiere un arte, incluso saber en qué momento hay que meter un insulto para que caiga en gracia.