Trailer (HEBREO con subtítulos en INGLÉS)
Ver 2 más- Sinopsis
- En una residencia de ancianos de Jerusalén, un grupo de amigos construye una máquina para practicar la eutanasia con el fin de ayudar a un amigo enfermo terminal. Pero cuando se extienden los rumores sobre la máquina, otros ancianos les pedirán ayuda, lo que les plantea un dilema emocional y los implica en una aventura disparatada. (FILMAFFINITY)
- Género
- Drama Comedia Enfermedad Comedia negra Vejez / Madurez Homosexualidad Comedia dramática
- Dirección
- Reparto
- Año / País:
- 2014 / Israel
- Título original:
- Mita Tova (The Farewell Party)
- Duración
- 95 min.
- Guion
- Música
-
- Fotografía
- Compañías
- Coproducción Israel-Alemania;
- Links
Premios
La fiesta de la vida y del amor: ¿Eutanasia sí o no?
20 de abril de 2015
Sorprende que con unos temas tan poco atrayentes – a priori – e ingratos como son el de la vejez, la enfermedad y la polémica legítima sobre el derecho o no a una muerte digna, se consiga ensamblar una película tan vitalista, desenfadada, simpática y amena como ésta. Sorprende sobre todo por el tono casi de comedia de costumbres que impregna su metraje, donde las situaciones – siempre con la muerte o los padecimientos como eje – resultan cercanas, atractivas, llenas de empatía y plenamente satisfactorias. Quizás el mayor logro sea que consigue rehuir los peligros de devenir en un simple panfleto en favor de la eutanasia y plantea el problema desde un ángulo práctico, pragmático y utilitario que nos hace entender – aunque podamos no compartir su planteamiento – la motivación de todos y cada uno de los personajes que pueblan su trama.
Y el contagioso encanto y adhesión que desprenden los protagonistas se consigue articulando todo el discurso desde un canto a la vida saboreada en plenitud y un amor sano, nutritivo y altruista que une a todos los ancianos atribulados y hace comprensible que traten de remediar en lo posible sufrimientos innecesarios y desproporcionados, más allá de convenciones religiosas o éticas, más allá de dogmatismos maximalistas, alejados de cualquier idealización sobre el valor absoluto de la vida, sino siempre en relación a un bien intangible y etéreo como es el bienestar de tus seres queridos, aún desde la notoria dificultad de aceptar la finitud del ser humano y la complejidad emocional de dejar marchar a nuestros seres queridos, sin obcecaciones de mantenerlos cerca y presentes, como si la muerte fuera lo peor o único malo que nos pudiera pasar.
El amor como único baremo sobre el que deben pivotar las decisiones importantes. Así podría resumirse el relato y regalo que desprenden las amables imágenes de enfermedad, deterioro, sufrimiento y muerte que pueblan la cinta. El fallecimiento como realidad, necesidad vital, capítulo irrenunciable de toda vida, casi siempre ocultado pero fundamento esencial de nuestra existencia. Quien aprende a abrazar la muerte es porque ha sabido abrazar la vida y degustarla en su imprevisible variedad y multiplicidad. Parece increíble, pero uno sale del cine contento de vivir, satisfecho de la presencia mudable y en paz con nuestro inexorable término.
Se hace difícil – por casi inverosímil – recomendar esta película, pero agradecerán haberla visto y se reconciliarán con la vida desde un ángulo imprevisto y sugerente. Todo un hallazgo.
Y el contagioso encanto y adhesión que desprenden los protagonistas se consigue articulando todo el discurso desde un canto a la vida saboreada en plenitud y un amor sano, nutritivo y altruista que une a todos los ancianos atribulados y hace comprensible que traten de remediar en lo posible sufrimientos innecesarios y desproporcionados, más allá de convenciones religiosas o éticas, más allá de dogmatismos maximalistas, alejados de cualquier idealización sobre el valor absoluto de la vida, sino siempre en relación a un bien intangible y etéreo como es el bienestar de tus seres queridos, aún desde la notoria dificultad de aceptar la finitud del ser humano y la complejidad emocional de dejar marchar a nuestros seres queridos, sin obcecaciones de mantenerlos cerca y presentes, como si la muerte fuera lo peor o único malo que nos pudiera pasar.
El amor como único baremo sobre el que deben pivotar las decisiones importantes. Así podría resumirse el relato y regalo que desprenden las amables imágenes de enfermedad, deterioro, sufrimiento y muerte que pueblan la cinta. El fallecimiento como realidad, necesidad vital, capítulo irrenunciable de toda vida, casi siempre ocultado pero fundamento esencial de nuestra existencia. Quien aprende a abrazar la muerte es porque ha sabido abrazar la vida y degustarla en su imprevisible variedad y multiplicidad. Parece increíble, pero uno sale del cine contento de vivir, satisfecho de la presencia mudable y en paz con nuestro inexorable término.
Se hace difícil – por casi inverosímil – recomendar esta película, pero agradecerán haberla visto y se reconciliarán con la vida desde un ángulo imprevisto y sugerente. Todo un hallazgo.
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23 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Díle a Dios que se ponga
24 de octubre de 2014
Tal Granit y Sharon Maymon nos contaron en la presentación de esta comedia de lo postrero: "Los actores principales pasan todos de los setenta y hemos tardado cinco años en tenerla preparada. Nos decían que nos diéramos prisa porque se les acabaría el tiempo. Afortunadamente todos han podido disfrutar del estreno"
La fiesta de despedida nos habla, con un lenguaje claro y un humor que se agradece, de la eutanasia; esa puerta hacia la muerte digna que los gobiernos y los poderes religiosos se empeñan en cerrar. La manera de tratar el tema es irreprochable: respetuosa y con una calidez humana de la que carecen los que dicen defender la vida; a los que habría que ver tomando decisiones si fueran ellos, o los suyos, quienes tuvieran que pasar por la tortura de seguir penando innecesariamente.
Sería interesante que el jurado de la Seminci se fijara en el trabajo de esta compenetrada pareja, no solo porque merece un reconocimiento, también porque ayudaría a desdramatizar el tema y a darle otra dimensión (naturalidad y dulzura) de la que carece.
Para quienes duden, por el supuesto dramatismo de la propuesta, asegurarles que ha sido la película que más carcajadas ha provocado en el Calderón en esta 59 edición. No os la perdáis.
La fiesta de despedida nos habla, con un lenguaje claro y un humor que se agradece, de la eutanasia; esa puerta hacia la muerte digna que los gobiernos y los poderes religiosos se empeñan en cerrar. La manera de tratar el tema es irreprochable: respetuosa y con una calidez humana de la que carecen los que dicen defender la vida; a los que habría que ver tomando decisiones si fueran ellos, o los suyos, quienes tuvieran que pasar por la tortura de seguir penando innecesariamente.
Sería interesante que el jurado de la Seminci se fijara en el trabajo de esta compenetrada pareja, no solo porque merece un reconocimiento, también porque ayudaría a desdramatizar el tema y a darle otra dimensión (naturalidad y dulzura) de la que carece.
Para quienes duden, por el supuesto dramatismo de la propuesta, asegurarles que ha sido la película que más carcajadas ha provocado en el Calderón en esta 59 edición. No os la perdáis.
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14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
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