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Sin muertos no hay carnaval (2016)

Sin muertos no hay carnaval
100 min.
6,8
58
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Disponible en:
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Sinopsis
En una ciudad tropical, la ambición, la corrupción, la traición, y todo lo que conlleva la búsqueda del poder y el dinero en la sociedad están a la orden del día. (FILMAFFINITY)
Género
Thriller
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Ecuador Ecuador
Título original:
Sin muertos no hay carnaval (Such Is Life in the Tropics)
Duración
100 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción Ecuador-México-Alemania;
Links
Premios
2017: Premios Platino: Nominada a mejor montaje
2016: Premios Ariel: Nominada a Mejor película iberoamericana
2016: Premios Forqué: Nominada a Mejor película latinoamericana
7
Sin muertos no hay pelìcula
Estrella Vespertina fue hallada inconsciente en la Vía Perimetral de Guayaquil la mañana del 6 de septiembre de 1991. Había sido secuestrada por desconocidos cinco días antes, mantenida maniatada en una escuela del asentamiento Bastión Popular, y finalmente abandonada al pie de la carretera.
Luego del secuestro, la casa de Estrella fue vendida rápidamente por sus captores y sus pocas pertenencias fueron repartidas en el vecindario para que nadie dijera ni una sola palabra sobre la maldición que súbitamente había caído sobre esa familia. Su joven hijo, William Mantuano, había pasado oculto varios días luego de que se negara a pertenecer a la guardia armada del concejal y dirigente del box, Carlos Castro Torres. Este acto de rebeldía es el que habría despertado la ira ciega de Castro e iniciado la desgracia del chico y su madre.
Tres meses antes, la guardia de Castro había allanado la casa de Mantuano. Aquella vez, lo amenazaron de muerte y le dispararon en el pie. Él fue ingresado al hospital y, varios días después, al salir de la casa de salud, lo secuestraron, lo golpearon salvajemente y lo dejaron agónico en la Vía Perimetral.
La noche del 6 de septiembre Mantuano reapareció. El joven disparó una escopeta recortada de perdigones a la espalda Carlos Castro mientras este caminaba por Bastión Popular. Castro fue llevado a una clínica en la que se declaró su muerte. Sus allegados impidieron a la fuerza que los médicos realicen la autopsia para no dañar más el cuerpo inerte de su líder. Finalmente, en el balde de una camioneta, el cadáver de Castro cruzó la ciudad hasta su domicilio en el Guasmo Central para recibir una masiva velación. Mantuano no huyó, se dejó golpear y luego fue detenido .
En la comisaria había un gran alboroto por la orden de captura girada contra el ex comandante general de Policía Nacional, el general (r) Gilberto Molina por la detención y desaparición de los hermanos Restrepo y la disolución del Servicio de Investigación Criminal (SIC) por decreto presidencial . No hay mal que dure para siempre y ese día se desmoronaban formas perversas de manejo del poder en el país.
Este episodio permite mirar brevemente el tipo de turbulencia que reinaba en los asentamientos de miseria que rápidamente rodearon a Guayaquil en la segunda mitad del siglo XX y que, en la década de los 80 y 90, tenía visibles jerarcas con prácticas mafiosas que actuaban por encima de la ley. Se los recuerda con el arma al cinto caminando incluso por calles céntricas de la ciudad, rodeados de su guardia privada cargada con armas de grueso calibre.
Estos padrinos de tarima levantaron a sangre y fuego las llamadas invasiones en el litoral ecuatoriano. Es decir, los asentamientos precarios por fuera de la ley para pobres bajo absoluto control de los traficantes de tierras, a quienes ellos consideraban como sus benefactores por permitirles el acceso a los servicios básicos y seguridad.
Todo esto cabe en la lectura de la última película de Sebastián Cordero “Sin Muertos no hay carnaval”, que gracias a su experimentado manejo del género drama, practica giros, diversidad de intrigas y transparencia narrativa para tranquilidad de la gran audiencia. Cordero vuelve a Guayaquil no para contar una historia de rateros en su ley, sino para desnudar el fuerte amarre que gozan las élites para ejercer su poder con impunidad y el terror que proyectan sus compinches o traficantes de tierras sobre las vidas en el asentamiento. Donde nada ocurre por fuera de su voluntad en su porción del feudo.
El foco de la trama está concentrado en Emilio, quien pertenece a una familia acomodada que es la bisagra entre el hecho que dispara el relato y el plan de desalojo del asentamiento. Paralelo y con gran potencia crece el conflicto entre el traficante de tierras y el joven rebelde que amenaza su poder. Frente a este antagonismo, recordamos a Castro asesinado por Mantuano como caso que brindaría al filme una inspiración histórica no confesada, pero ese episodio de Guayaquil es materia aún virgen para otra película aún sin filmar.
Sin muertos no hay Carnaval no es un thriller psicológico que hubiera permitido que varios de los personajes tengan mayor relieve y calaran de forma más profunda en el espectador. Cordero optó por el coro, armando un numeroso reparto y una compleja trama de relaciones que se cierra de manera dura al final con intensas acciones paralelas y sin dejar cabos sueltos.
Estas acciones ocurren sacando provecho de que Guayaquil es fotogénica y en esta película, la gran ciudad, está bellamente compuesta poniendo por delante sus extremas desigualdades sociales representadas en imponentes exteriores urbanos, marginales y silvestres. Virtud de la puesta en cámara que también la encontramos en los ambientes interiores y en los recurrentes picados desde balcones y cerros que abonan contraste visual a la trama.
Mérito de producción son las escenas del estadio lleno de hinchas haciendo furiosa barra mientras se desarrolla un partido. Auténtico registro de escenas futboleras que se constituyen en las primeras de su tipo en el cine de ficción ecuatoriano considerando la gran afición al futbol de nuestra sociedad.
Vi la película la segunda semana en cartelera en función estelar con la mitad del aforo de la sala y sentí que Sin muertos no hay Carnaval le habla a Guayaquil con admiración y sencillez por haber sobrevivido a ese calvario guiado por líderes desalmados. Al salir de la sala recordé el crimen de Carlos Castro Torres a manos del vengativo William Mantuano y la cerrada impunidad de aquellos traficantes de tierra que, a punta de pistola, hicieron buena parte de lo que hoy es esta gran ciudad.
La película, a su manera, logra reflejarnos de cuerpo entero, alude a historias cercanas de caudillos y nos permite pensar en lo que somos como ciudad para obviamente cuestionar el hermético ejercicio del poder y nuestras excluyentes formas políticas.
artìculo escrito originalmente para EHB, Guayaquil octubre 2016
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3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
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